El Síndrome de Anna Karenina
Uno de los personajes más clásicos y trágicos de la literatura, es sin duda el de Anna Karenina. Esta mujer creada por León Tolstói, lejos de traernos una historia lejana de la alta sociedad rusa del siglo XIX, con la que es difícil empatizar, perfila con trazos propios uno de los temas más recurrentes en materia emocional con el que todos podemos identificarnos: el amor más intenso y destructivo, ese en el cual, lo ofrecemos todo por la otra persona. Para al final, ser ignorados, manipulados y abandonados.
Para recordar un poco la historia central de Anna Karenina, basta con traer a nuestra memoria a esa mujer que mantenía una vida tranquila con su esposo y su hijo, una mujer que de pronto cae rendida de modo apasionado ante Vronsky, un apuesto militar por quien lo abandona todo de modo ciego, llevada únicamente por la sinceridad de sus sentimientos. A esta relación, se le envuelve una sociedad rancia e hipócrita que podemos encontrar en todas las épocas, orlada siempre de falsos valores. Finalmente, después de que Anna lo haya dejado todo a un lado por su pasión -incluso a su propio hijo- su amante cae finalmente en el aburrimiento. Ha logrado su premio y pierde la emoción por Anna. El final de la protagonista, como todos sabemos, es el reflejo más clásico y trágico del amor, aquel al que nadie de nosotros deberíamos llegar jamás: el suicidio.
1. El síndrome de Anna Karenina en nuestra actualidad
“Sin ti no soy nada”. ¿Cuántas veces hemos escuchado o hemos dicho esta misma expresión? En pleno siglo XXI la historia de Anna Karenina se repite constantemente, son muchas las personas que no dudan un momento en dejarlo todo por la otra persona. En ocasiones, se trata de un proceso casi de desmantelamiento personal, donde caen valores y principios, donde se pone en un precipicio nuestra propia autoestima e incluso nuestra identidad.
No podemos vetar en absoluto estos comportamientos. Amar es compartir, ofrecer y dar. Pero también es recibir del otro, ser parte de esa persona a quien amamos. La reciprocidad con equilibrio y madurez es imprescindible. Y decimos con equilibrio porque en todo, hay que saber establecer límites. Antes que ofrecerlo todo por la otra persona proyectando toda nuestra felicidad en ese ser, valdría la pena primero valorarnos más y ser felices también de modo individual. Hay personas que por ejemplo, solo conciben la auténtica felicidad cuando tienen pareja. En cambio, cuando permanecen solteros caen en una indefensión angustiante.
Es un peligro. Debemos querernos a nosotros mismos lo suficiente para no caer en un abismo en esos momentos en que, por la razón que sea, nuestras relaciones afectivas se rompen. Es un drama, lo sabemos. Es un proceso del que cuesta emerger de nuevo. Pero si establecemos un límite de protección en el cual salvaguardar nuestra identidad, autoestima y nuestros valores, esa ruptura no será tan trágica. El síndrome de Anna Karenina radica precisamente en ese proceso que a veces hacemos de “vaciamiento emocional”. Dejamos todo lo que somos, todo lo que tenemos en el bolsillo de la otra persona. Con el riesgo implícito de que, un buen día, esta persona puede perder el interés por nosotros.
2. El amor romántico y el “amor real y maduro”
No hay nada más romántico que el sentirnos amados, que el experimentar esas primeras fases de gran intensidad donde la pasión, la sexualidad y las fantasías continuas con la otra persona, llenan continuamente nuestro ser y nuestro cerebro. Pero como suele decirse, no hay mayor enemigo de la pasión que la consumación. Poco a poco, la convivencia, las obligaciones y la rutina, va limando esa efusividad del inicio. El amor sigue existiendo, desde luego, sigue habiendo emoción, no hay duda, pero esa ciega intensidad del inicio va perdiendo su brillo, pasando de un amor romántico a un amor más maduro. Y ahí está sin duda la prueba de fuego, ahí donde ese día a día va uniéndonos de un modo más cómplice y más real.
La tragedia de Anna Karenina radicó en el momento en que Vronksy, habiendo conseguido lo que deseaba, experimenta finalmente el aburrimiento de la consumación. Y para entonces, Anna, había quedado desnuda entre sus brazos, desnuda de su vida anterior, de su posición social, de su familia, marido e incluso de lo más trágico, de su hijo. Lo había dejado todo por esa pasión ciega. ¿Qué podía hacer entonces? Repudiada por la sociedad y herida por dentro del modo más doloroso posible, elige como única salida la muerte. La muerte en esas vías del tren que hilaron por siempre la leyenda de esta historia.
Lamentablemente la vida está llena de tragedias anónimas marcadas también por el “síndrome de Anna Karenina”. Pero debemos ir con cuidado y protegernos. El amor romántico y apasionado es algo muy intenso, algo que nos eleva, que nos envuelve de magia y que nos hace sentirnos más vivos que nunca, y como tal, vale la pena experimentarlo. Pero con madurez y equilibrio, queriéndonos también a nosotros mismos y sin “desmantelar” por completo todo lo que somos.
Cortesía imagen: Eastcoastdaily