El sonido de la lluvia: melodía de calma para nuestro cerebro
El sonido de la lluvia tiene un tintineo inconfundible, rítmico y sosegado que resuena en los cristales de nuestras ventanas y en los pavimentos de las calles. Es la melodía del cielo cuando se enfada, de la naturaleza cuando se renueva y es ante todo, esa frecuencia evocadora que calma nuestro cerebro con su efecto indescriptible, el mismo que facilita nuestro descanso o despierta nuestra imaginación…
Decía Henry Beston, un conocido naturalista y escritor, que pocos sonidos son tan elementales en nuestro planeta como el rugir de las olas arrastrándose sobre la superficie de los océanos y la lluvia descendiendo sobre nuestras ciudades. De algún modo, todo lo acuático, todo aquello que tenga que ver con el agua despierta nuestros sentidos y fascinación.
Queda claro, no obstante, que no toda la población presenta los rasgos de un auténtico pluviófilo. No todos se sienten cómodos ni seguros cuando el cielo se pavimenta de nubes, la luz se vuelve cenicienta y todo queda desdibujado bajo la presencia de una tormenta. Sin embargo, los datos están ahí. Basta con dar un vistazo a Youtube o Spotify sobre esta temática para descubrir que, a la hora de relajarnos, nos encanta escuchar el sonido de la lluvia.
Que esto sea así, que ese tipo de candencia, de ritmo de auditivo, produzca ese efecto en nuestro cerebro y nuestra mente se debe a una serie de factores muy concretos. Conozcámoslos.
El sonido de la lluvia, el sonido de la calma
El estrépito de las olas del mar rompiendo en las rocas, un río que fluye, la lluvia que cae… Son muchas las personas que experimentan una sensación placentera cuando escuchan este tipo de sonidos acuosos. Ahora bien, más que placer o calma, lo que diría un neurólogo es que lo que percibimos es una sensación de “no amenaza”.
Es muy posible que más de uno de nuestros lectores se sienta sorprendido al conocer este dato. Los fenómenos naturales asociados al agua no están precisamente exentos de peligro para nosotros, lo sabemos.
El mar, con su fuerza ocasiona desastres, al igual que la lluvia. Sin embargo, se trata de centrarnos en exclusiva en los sonidos que evocan estos elementos: son rítmicos, siguen un intervalo repetitivo y se sitúan en ese umbral de decibelios donde nuestro cerebro entra en un estado de calma.
Por su parte, todo estímulo auditivo que supere los 70 decibelios y que aparezca de improviso o muestre cierta irregularidad, será interpretado por nuestras estructuras cerebrales como una amenaza. Esto mismo es en lo que concluyó la Universidad Estatal de Pensilvania en un estudio realizado en el 2012. Las personas estamos biológicamente preparadas para reaccionar ante los sonidos inesperados, ante gritos y estímulos auditivos estridentes.
Todo ello explica por qué el sonido irregular del tráfico, las personas que elevan la voz o toda esa gama de ruidos que habitan en la selva de nuestras ciudades nos generan estrés y agotamiento psicológico. Nuestro cerebro necesita armonía ambiental y ese equilibrio acústico -uniforme en sus frecuencias- genera calma. Solo entonces nos gratifica con endorfinas, solo entonces nos aporta ese bienestar idóneo para descansar o incluso entrar en un plácido estado de introspección.
El ruido blanco o camuflaje acústico
Son muchas las personas que escuchan el sonido de la lluvia para conciliar el sueño. Si nuestro insomnio es ocasional y asociado sobre todo al estrés, es muy recomendable hacer uso de este tipo de recursos. El doctor Orfeu Buxton, profesor de Harvard y experto en trastornos del sueño, nos explica en sus trabajos que una buena parte de sus pacientes se beneficia de lo que él llama “camuflaje acústico”.
Este término designa a todos esos sonidos de frecuencias uniformes que “apagan” la sensación de amenaza presente en el cerebro de muchas personas. Cuando llevamos una vida con muchas presiones, estrés y ansiedad, hay ciertas áreas cerebrales que siempre están “alerta” y a la defensiva.
Lo que conseguimos con el sonido de la lluvia o con el ruido blanco (una señal de sonido que contiene todas las frecuencias y con la misma potencia) es tener una especie de camuflaje. Es ofrecerle al cerebro algo que le genera sensación de control, una pauta acústica repetitiva donde convencerle de que no hay amenazas externas. De que todo está en calma.
“El sonido de la lluvia no necesita traducción”.
-Alan Watts-
En un mundo colapsado hasta el extremo por estímulos inesperados, nuestro cerebro necesita instantes donde todo sea predecible. Momentos donde nada nos interrumpa, donde la vida se limita a fluir, a quedar contenida en un tiempo perfecto de armonía y equilibrio. El sonido de la lluvia lo consigue, la naturaleza y sus fenómenos nos ponen en contacto con nuestras raíces y esencias, nos llevan a ese rincón privado donde limitarnos a ser y a estar.
Por último, no podemos dejar de lado otro efecto sensacional de la lluvia. Más allá de su sonido está su petrichor, ese aroma inconfundible a tierra mojada, esa geosmina que queda suspendida en el ambiente y que nos cautiva con su fragancia, trayéndonos recuerdos y transmitiéndonos sensaciones placenteras.