Elegir pareja: ¿desde el deseo o la necesidad?
A la hora de elegir pareja es necesario estar abiertos a “buscar para encontrar”. A pesar de que parezca una obviedad, muchas personas hacen lo contrario. Miedos, inmadurez, desgana por asumir compromisos y otros tantos motivos operan como factores de boicots a la elección.
Así, es importante elegir desde el deseo de una pareja y no desde la necesidad imperiosa de tener una pareja, ya que esta última surge de la dificultad de estar con uno mismo en soledad; de ahí esa búsqueda desesperada e indiscriminada de otro que llene esa falta.
La soledad personal
La soledad personal parece ser el prólogo de una elección de pareja, pero no es un buen punto de partida si se traduce en adjetivaciones negativas.
Estar solo suele asociarse a la desvalorización, a sentirse no querido, segregado, no aceptado, marginado, rechazado, abandonado. Se emparenta con la tristeza, la angustia y la depresión.
Esta forma de pensar podemos observarla a lo largo de la historia, desde el precepto de la Biblia que dice “no es bueno que el hombre esté solo” hasta en una de las estrofas de la canción La balsa, icónica de los 60, cuando dice “estoy muy solo y triste acá en este mundo, abandonado…”. La soledad está mal vista, no solo para el que la ejerce sino también a nivel social.
Si la soledad tiene tantas atribuciones negativas, ¿quién puede desear estar en ese estado? No obstante, no hay soledad absoluta, uno siempre puede estar solo de algo o de alguien.
La soledad de pareja
Una de las soledades más difíciles de afrontar es la soledad de pareja. Este tipo de soledad genera y remueve numerosas carencias infantiles.
A esta situación hay que sumar la influencia del entorno. A medida que pasan los años, el entorno se encarga de recordar a la persona que no ha formado pareja o no se ha casado, que no tiene una familia o hijos y una gran cantidad de otros NO que la hacen sentir minusválida e impotente. Más aún cuando la mayoría de su grupo de amigos se han casado o sus amigas están embarazadas, ya que actúan como un espejo que muestra lo que se quiera y no se tiene.
Todo esta situación acrecienta la imagen trágica de la soledad y, por ende, sacude fuerte a la autoestima porque enfrenta a la persona con su falta, con lo que no tiene, con la deuda pendiente… Tanto es así que lo vive como desesperante e insoportable y al final intenta huir de la soledad con urgencia.
Lo que ocurre es que en esta huida de la soledad de pareja, muchas veces se elige a otra persona para llenar esa carencia, esa soledad con uno mismo. Y esta falta de discriminación conlleva el enlace con fantasmas, producto de proyecciones ideales, donde el otro no es el otro, sino una gran pantalla en la que se proyectan las necesidades.
Por lo tanto, la necesidad muestra la carencia. Ahora bien, no tener pareja, no implica ser carente. En general, las personas con carencia establecen relaciones dependientes porque no logran convivir consigo mismas y buscan en la pareja referentes de retroalimentación. Además, de cara a los sentimientos de soledad de pareja, buscan llenar su desvaloración personal con el reconocimiento de los otros.
Es importante tener en cuenta que la necesidad genera ansiedad y esto se traduce en arrebatos de acciones. Manotazos de ahogado que, en muchas ocasiones, por miedo a la soledad, la falta de reconocimiento y la desvalorización llevan a elegir a una pareja que está lejos de las verdaderas posibilidades de relación.
Elegir desde la necesidad: ¿qué implica?
Cuando se elige desde la necesidad, se produce una elección desesperada en la que el protagonista queda en una posición inferior porque encumbra al otro, además de buscar su valoración en las manifestaciones calificatorias de este. Se trata de uno de los juegos del mal amor y conforma la cimiente relacional de lo que llamo alienación conyugal.
Estas situaciones de elecciones desesperadas confeccionan profecías autocumplidoras: tanto se busca dejar de estar solo, para elegir estar nuevamente solo, ya que estas parejas tienen un tiempo de descuento, un deadline que acrecienta aún más la soledad de pareja inicial.
La otra soledad
Sin embargo, existe otra versión de la soledad. Una soledad no como un término pecaminoso, sino como un baluarte de la autoestima, que permite estar bien y disfrutar del tiempo con uno mismo.
Así, una persona con buena autoestima se muestra interdependiente y el hecho de no tener pareja la convierte en alguien que desea compartir su valioso tiempo con otro. No está acuciada por la ansiedad ni la desesperación, ya que disfruta su tiempo y se valora a sí misma.
Lograr este tiempo calificado en la vida y dárselo a uno mismo es cuidar de ese espacio cuando se piensa en aceptar una invitación, cuando se reflexiona sobre a quién se desea involucrar en ese tiempo personal. Porque cuando se está bien con uno mismo, se disfruta y se valora el tiempo personal. Así, la persona se suele volver estricta y selectiva, ya que no quiere que nadie le haga perder el tiempo. No se trata de entrar en el territorio de lo defensivo, pero sí en la cautela espontánea.
Al fin de cuentas, la mejor y primera pareja es la soledad, una condición sine qua non para lograr una pareja con otro.
Si quieres bien elegir una pareja tienes que hacer una buena pareja con la soledad. Y esto es hacer una buena pareja con uno mismo.
Elegir desde el deseo
Elegir desde el deseo -adulto, maduro y con pocos visos neuróticos- nos da la posibilidad de discriminar el objeto amoroso observando tanto sus aspectos virtuosos como defectuosos. Que, reiteramos, no son virtuosos y defectuosos por sí mismos sino para la construcción de la persona que elige, o sea: son atribuciones personales y como tales subjetivas.
Elegir desde el deseo implica la aceptación de la propia soledad: si estoy bien conmigo en el tiempo que estoy conmigo, tendré que hacer una buena elección para compartir este tiempo valioso.
Está claro entonces que la aceptación y el disfrute de la propia soledad es un punto de partida para una buena selección de pareja, y que es, además, la posibilidad de ser cauteloso a la hora de elegir pareja en un determinado trayecto de vida.
Ahora bien, la cautela extrema puede llevar a una posición defensiva en la que la persona se vuelva demasiado selectiva en la búsqueda. De hecho, no es complicado pasar de la defensa a la fobia por tener una relación, corriendo el riesgo de buscar para volver a la soledad (soledad + cautela + defensa + fobia = soledad).
Puede sonar sentencioso o casi un imperativo categórico, pero para formar una pareja catastrófica y sumergirse en juegos de mal amor, se debe elegir desde la necesidad. No es lo mismo desear tener una pareja que necesitar desesperadamente una pareja. No es lo mismo una persona deseosa que una persona necesitada.
Si realizamos una analogía, la necesidad sería como estar tres días sin comer y sentarse en un restaurante. La desesperación nos lleva a manotear para comer lo que tenemos más al alcance: el pan que me acaba de traer el camarero. No esperamos a la carta y si la vemos pedimos lo que mas rápido nos sale. En cambio, si merendamos y tenemos que cenar, vamos al restaurante, pedimos la bebida que deseamos y leemos la carta del menú seleccionando lo que más nos gusta.
Sentirnos bien con nosotros mismos y con nuestra soledad de pareja, si bien no es un indicador de una elección correcta, sugiere -de emerger el deseo de una relación- entrar a una elección de manera libre y sin urgencias. Es establecer una elección desde una simetría relacional, desde una paridad, ya que desde una actitud desesperada (asimétricamente por debajo) se es blanco de manipulación.
Idealización y realificación
Elegir una pareja supone la elección de un solo objeto amoroso (la persona que elijo), pero en dos atribuciones personales: o se idealiza a la persona, donde solamente se observan las virtudes (que selecciono o construyo en el otro), o se observa a la persona real, donde se contemplan tanto las virtudes como los elementos considerados como defectos.
No obstante, es conveniente aclarar que en todo proceso de relación de pareja, la idealización del vínculo corresponde al primer período de toda relación y la realificación solo es posible en el siguiente -aunque no siempre ocurre-, ya que implica ver a la pareja en su totalidad (con sus atribuciones positivas y negativas).
Así, para pasar de la idealización al estatus de la persona real es necesario aceptar y negociar internamente aquellos aspectos del compañeros que no son calificados como positivos (virtudes + defectos= ser humano real).
Es a través de la necesidad, que la persona con carencias proyecta sus vacíos buscando un salvador y construyendo a un ser idealizado -un otro que no es, pues solo se observan las virtudes-. Lo que ocurre es que el necesitado solo se conecta con las partes del otro que coinciden con sus necesidades para así poder llenarlas. Solo ve lo que necesita ver y recorta el resto: de este modo niega, las partes que le disgustan y fabrica así un conjunto de adjetivos que no existen y que terminan de perfilar el ideal con el que comienza a vincularse.
Alguien que desea tener una pareja, dentro de su subjetivismo es más objetivo en su elección. Ve al otro completo, es más crítico y tiene mayor claridad sobre quién es él y quién es el otro, por lo que el otro es más real.
La persona que actúa desde el deseo intenta elegir viendo al otro en su totalidad, mientras que la persona que actúa desde la necesidad solo queda fijada en los aspectos idealizados.
Es obvio que para enamorarse, el fiel de la balanza entre aspectos virtuosos y defectuosos, deberá inclinarse sobradamente sobre los primeros, victoria que asegurará cierto grado de éxito en las lides amorosas. Aunque no es extraño que muchas personas a pesar de que primen los segundos, insistan en desear estar con esa persona forzando la relación a niveles extremos.
Son aquellas que se quedan a la expectativa de ideales de respuesta y se frustran cuando las devoluciones no coinciden con las esperadas, descargando su malestar en el interlocutor. Quienes se enamoran de un fantasma construido de acuerdo a patrones de necesidades personales.
Se trata de personas sufridoras, puesto que se sumergen en la utopía de intentar adecuar al otro a su propio deseo, construirlo a su medida personal, sin darse cuenta de quién es el otro en realidad. Un otro que se siente permanentemente descalificado por aquello que su cónyuge le exige ser: alguien que no es.
Como vemos, una relación amorosa puede transformarse en una relación de pareja. Este es el rito de pasaje del amor ideal (o enamoramiento) a un amor real que remite a realificar el vínculo para que la relación adquiera ribetes de mayor madurez afectiva. Los amantes acuerdan, silenciosamente, el amor que se sienten y cuáles son los aspectos que lo motivan y aquellos tópicos de la personalidad del otro que no alientan al amor…. Y ¡voilá, la pareja se formó!