«Ellas hablan»: una reflexión para rehacer un mundo roto
Los actos de violencia contra la mujer se suceden a diario en cualquier rincón del mundo. Son historias casi siempre anónimas y nutridas por el horror que se instalan en el silencio. También en el inconsciente colectivo femenino. Cuesta sacarlas a luz, porque duele poner en palabras actos traumáticos que perviven y se trenzan con el peso del miedo, de la incomprensión y hasta de la vergüenza.
Sin embargo, el movimiento #MeToo abrió un primer ejercicio de concienciación. Hay una necesidad de contar. Hay un impulso por revelar los abusos sufridos y lograr que cada voz sea una gota. Una gota que poco a poco conforma un torrente que intenta cambiar las cosas, que procura sacar a la víctima del aislamiento y hacer públicas esas violencias que siempre han sido privadas.
Asimismo, la manera de contar estos actos importa. La literatura y el cine son el mejor canal para concienciar sobre la violencia sexual hacia la mujer. Ellas hablan es una producción innovadora en este aspecto. El filme, dirigido por Sarah Polley, está nominado a dos Óscar (guion adaptado y mejor película) y es un ejercicio excepcional para una obligada reflexión.
«No somos miembros, somos mercancías. Cuando nuestros hombres nos han agotado, de modo que aparentamos 60 años a pesar de tener 30, y nuestros úteros, literalmente se han caído de nuestros cuerpos sobre los pisos impecables de nuestra cocina, recurren a nuestras hijas».
― Miriam Toews, «Ellas hablan» ―
Ellas hablan, una historia real
La película de Sarah Polley está basada en el libro Women talking, de la escritora canadiense Miriam Toews. Su autora relata una historia de la que ella misma fue protagonista, una vivencia descarnada acaecida en una colonia de menonitas de Bolivia que, a modo de secta, pervive anclada en el siglo XVI. Son una rama trinitaria del movimiento cristiano anabaptista.
Ellas hablan parte de un hecho real en el que las niñas y mujeres de esta colonia religiosa, se despertaban por las mañanas manchadas de sangre, con restos de semen y narcotizadas. Los hombres de dicha comunidad —en la mayoría de los casos sus propios padres y hermanos— las violaban de manera reiterada tras drogarlas con un anestésico para el ganado elaborado con belladona.
La adaptación hecha de esta novela para el cine se escenifica como una fábula moral atemporal. Nos cuesta situar en qué momento histórico nos encontramos y esto cumple un fin. Porque la violencia contra la mujer fluye entre un ayer eterno, un presente constante y un mañana que siempre es posible.
«Somos mujeres sin voz. Somos mujeres fuera de tiempo y lugar, sin ni siquiera la lengua del país en el que residimos. Somos menonitas sin patria».
-Miriam Toew, «Ellas hablan»-
Enfrentarse a la violencia con la palabra
Durante un tiempo, se les hizo creer a las mujeres menonitas que dichas agresiones eran cometidas por Satanás. Su presunta mala conducta y falta de decoro era castigada de ese modo sobrenatural. Hasta que, en un momento dado, dos niñas ven a sus violadores. «Demonios de carne y hueso». La denuncia se lleva a cabo y dos hombres son detenidos. Sin embargo, el resto de la comunidad masculina no duda en ir hasta la ciudad para pagar la fianza.
Durante un par de días, el grupo menonita queda desnudo de hombres, momento en que las mujeres tienen su oportunidad para decidir. Es un breve instante para pensar en qué tipo de futuro desean y, ese instante, no deja de ser una fábula. Es un instante para imaginar qué clase de mundo quieren, un espacio de reflexión y también de toma de decisiones.
¿Quedarse, marcharse o actuar? Tres generaciones de mujeres hablan
Ellas hablan es un acto de imaginación femenina trenzada con preguntas. En vista de que las violaciones seguirán manteniéndose en el tiempo. ¿Qué debería hacerse? ¿Responder ante los hombres con violencia? ¿Dejar la comunidad y adentrarse a un mundo moderno desconocido? ¿O quedarse y mostrar obediencia nuevamente? Tras una votación general entre las mujeres, se descarta ejercer la violencia y solo quedan dos opciones: la huida o el perdón.
A partir de ese momento, la película es orquestada por ocho mujeres. Representan a todas las familias de la comunidad, presencias femeninas de gran impacto y de diferentes edades que encandilan con sus historias. Niñas, jóvenes, algunas embarazadas y mujeres de edad avanzada. Cada rostro y cada voz emana un relato, una perspectiva personal.
Conocemos a la etérea Ona (Rooney Mara) que tiene un bebé en su vientre, probablemente de algún familiar. Pero sus reflexiones, propias de un filósofo, son luminosas a la vez que desafiantes. Su hermana mayor, Salomé (Claire Foy), representa la ira y la necesidad de venganza. Mariche (Jessie Buckley) habla de la necesidad de perdón, pero en sus entrañas palpita también la rabia no sanada.
Las mujeres más mayores, Agata y Creta, irradian sabiduría, pacifismo y hasta sentido del humor. A pesar de tantos sentimientos difíciles latentes y laberínticos, las mujeres eligen el espacio del diálogo y la sororidad frente a la violencia ejercida sobre ellas.
«Todo lo que tenemos las mujeres son nuestros sueños, así que, por supuesto, somos soñadoras».
-Mirian Toews, «Ellas hablan»-
A pesar de todo, optimismo y esperanza
Ellas hablan es un ejercicio inteligente de reflexión para rehacer nuestro mundo desde el afecto y la serenidad. Sería muy fácil elegir la violencia para enfrentar esa violencia sistémica ejercida contra la mujer. Sin embargo, en esta producción a modo de fábula femenina no se cabe esta perspectiva.
Estamos ante un grupo de mujeres que, a pesar de no saber leer ni escribir, rebosan sabiduría. En ese pequeño granero que actúa como burbuja de intimidad frente a la violencia externa, tres generaciones de mujeres reviven sus traumas, hablan sobre sus experiencias, miedos y sentimientos. Es un ejercicio de catarsis en el que a menudo, y a pesar de todo, hay espacio para las risas y el humor.
Esas figuras sabias y heridas tienen como propósito tomar una decisión que procure crear un mundo mejor para sus hijos. Sus palabras, meditaciones y preguntas universales merecen ser escuchadas. Porque en sus voces, a pesar de la ira y el dolor soterrado, solo hay un propósito: rehacer con amor y compasión un mundo que está roto. Pero aún hay esperanza…
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