En un rincón del alma: el lugar secreto de los recuerdos
“Las grandes locuras, dejan grandes recuerdos…”
– Danns Vega
Ojalá querido lector estuvieras leyendo estas humildes palabras mientras escuchas la inconfundible voz del maestro Serrat y mientras te emocionas como ahora lo hago yo, con los recuerdos, con los recuerdos que cada uno de nosotros tenemos y que aparecen de vez en cuando para hacernos llorar o para hacernos reír…
“Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas… en un rincón, en un papel o en un cajón”… esos recuerdos imborrables, maravillosos, que nadie ni nada puede borrar; la sonrisa de nuestra madre mientras nos acunaba, nuestro primer beso, la primera carta de amor, el primer dibujo de nuestro hijo que corría como loco a enseñárselo a mamá y a papá…
Esos recuerdos que quedan en nuestra mente y que a veces reaparecen como el grande de los tesoros, mientras buscábamos en un rincón, en un papel o en un cajón.
Es entonces cuando aparece esa foto de cuando tan sólo eramos unos chiquillos o esa carta amarillenta de aquel novio. De juventud… y es que las cartas quedaron ya tan atrás, que ya tan sólo quedan en nuestro recuerdo y en los museos… así es.
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Esa rosa seca entre las hojas de un libro que aún nos recuerda nuestros 20 años y la inocencia inconfundible del primer amor; ese libro de recetas de cocina hecho con tanto esmero por nuestra abuela y que aún nos sabe a cocido y a bizcocho o ese diario que hasta entonces desconocíamos y aparece en nuestras vidas como un remolino dispuesto a desarmarnos el corazón.
Recuerdo una vez que encontraron el principio de lo que iba a ser un diario, el Diario de mi abuelo. Desgraciadamente lo que empezó con tanto esmero no pudo terminarlo y es que… la vida es así.
Nunca llegué a conocer a mi abuelo así es que estas palabras escritas marcaron un antes y un después…
Cuando empezaron a leer sus escritos en voz alta, mientras yo permanecía callada y absorta como en la mejor de las películas, una emoción interior me invadió y de pronto sentí como si hubiera viajado en una máquina del tiempo, como si de un modo u otro conociera a mi abuelo, a ese hombre ya mayor que contaba las andanzas de cuando tan solo era un chiquillo con las mismas palabras y la misma viveza que tantas veces se las había oído contar a mi abuela, su querida compañera de vida.
En ese momento sentí que las palabras de mi abuelo cobraban tanta fuerza, que lo sentía un poquito más cerca de mí, a pesar de no conocerlo, en aquel momento parece como si sus palabras quisieran que sus nietos más pequeños conocieran al abuelo del que nunca pudieron disfrutar.
Tan bonito era el relato que perdimos la noción del tiempo y siguieron leyendo y leyendo… Sus travesuras en la escuela, su relación con sus seres queridos… hasta que en un momento se hizo el silencio… tan sólo había podido escribir unas cuantas páginas de lo que sería su diario, no le dio tiempo a más…
Entonces fue cuando fuimos conscientes de que se marchó demasiado pronto y aunque no pudimos disfrutar de sus relatos sentados en su regazo, al menos sus palabras tomaron voz aquella irrepetible tarde… aquella tarde de recuerdos.
(Joan Manuel Serrat)
Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.
Como un ladrón
te acechan detrás
de la puerta.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas
que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve.
Y ahora vuelvo a escuchar esta preciosa canción mientras escribo estas palabras y mientras las releo y entiendo el poderoso poder que tienen los recuerdos en nosotros que “nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve…”