La diferencia entre la fantasía y el deseo
¿Es fantasía o deseo? Por nuestra mente pasan millones de pensamientos al día, pero solo seleccionamos aquellos que consideramos más relevantes. Elegimos los pensamientos que más nos representan en un momento determinado, los que nos sirven para solucionar problemas puntuales y aquellos que son más acordes a nuestra visión del mundo, las personas y el futuro.
Es esta capacidad tan humana la que nos permite cambiar el mundo que nos rodea modificando nuestra manera de interpretarlo. Pero también es nuestra debilidad de sucumbir a pensamientos negativos que nos hacen daño y nos paralizan. Nuestra mente es capaz de imaginar lo mejor, pero también recrear nuestras peores pesadillas.
La ansiedad patológica, por ejemplo, se basa en la interpretación de situaciones que catalogamos como amenazantes y que solo existen en la imaginación. Es decir, somos nosotros, influidos por estas hipótesis de lo que puede ocurrir, los que nos paralizamos ante una amenaza inexistente. Nuestro pensamiento, unido a experiencias anteriores y reacciones corporales de miedo, anticipa un desastre.
La mejor amiga y la peor enemiga del alma
La fantasía nos permite construir mundos paralelos, criaturas imposibles y grandes guiones de películas. No solo la creación artística se beneficia de esta capacidad, sino que la ciencia avanza gracias a la fantasía de ir más allá de lo que vemos.
Es importante conocer el límite entre fantasía y realidad. Es en ese punto donde se esconde el gran misterio de lo que realmente queremos y de lo que, simplemente, imaginamos. La clave se encuentra en saber que somos capaces de imaginar lo mejor pero también lo peor, y que no todo lo que fantaseamos realmente lo deseamos. Son solo eso, pensamientos.
“Cuando examino mis métodos de pensamiento, llego a la conclusión de que el don de la fantasía me ha significado más que mi talento para absorber el conocimiento positivo”
-Albert Einstein-
Podemos estar en el coche, imaginar que giramos bruscamente el volante y que desencadenamos una serie de acontecimientos que acaban desembocando en un desastre. Somos capaces de imaginar el momento, las palabras de nuestros familiares en el hospital, el dolor que provocamos, la imagen del coche destrozado y, si queremos, hasta nuestro funeral. Pero no, no lo deseamos.
Podemos pasear por la calle, observar a una persona e imaginar una historia alrededor de ella: fantasear con su posible vida, su pasado, en qué trabaja, sus aficiones, sus debilidades e incluso la fantasía de un encuentro con ella. Pero no, no significa que eso sea así ni que la deseemos.
La fantasía puede convertirse en deseo
El deseo es algo más que fantasía. La fantasía se queda en nuestro pensamiento, nada en nuestra cabeza y fomenta nuestra mente creativa.
En el deseo hay un componente de acción, una intención de movimiento, mientras que en la fantasía el componente es mental
Cuando deseamos, sabemos que ese algo nos mueve por dentro y es acorde con nuestra moral y nuestra manera de entender nuestro mundo. Tenemos una fantasía, nos preguntamos si nos gustaría llevarla a cabo y nuestra respuesta es sí. A partir de ese momento, podemos realizar una acción, un gesto, que nos encamina hacia el objeto de deseo.
Para tener clara la diferencia pensemos en la infidelidad. Podemos tener fantasías con otras personas que no son nuestra pareja, pero no desear llevar a cabo esa acción. Realmente solo nos sirve para recrear nuestra imaginación y disfrutar en silencio de ella, o transformar esa historia en expresión artística. Esto no significa que seamos infieles, solo es fantasía, no te sientas mal por ello.
Si esa fantasía se convierte en deseo, puede significar que va más allá de un juego mental. Puede mover algo en nosotros y que ese deseo realmente nos lleve a realizar un gesto encaminado a conseguirlo.
Esto no significa irremediablemente se convierta en realidad, pero si se puede considerar que deseamos algo cuando vamos allá de nuestro pensamiento. La fantasía no es deseo. Podemos tener fantasías y no querer nunca llevarlas a cabo.
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