El mundo está hecho de detalles valiosos que merecen ser apreciados
Hay quien mira pero no ve, hay quien oye pero no escucha y quien toca pero no siente. Por eso prefiero a quien sabe apreciar los detalles valiosos y las sutilezas de la vida, a quien pone voluntad en ello y sabe contemplarme hasta llegar hasta lo más hondo de mi ser sin necesidad de pasaporte. Porque quien combina la intencionalidad con la emoción sincera disfruta mucho más.
Dicen los antropólogos y los psicólogos que la observación ha sido siempre la clave de la supervivencia en el ser humano. Sin embargo, hemos llegado a un punto en nuestra evolución en que si hay algo que nos define es precisamente la distracción. Somos, cada uno a su manera, esa sociedad hiperventilada que vive pendiente de mil estímulos a la vez, que ignora a los sentidos pero a la vez no los soporta dormidos. Queremos abarcarlo todo sin percibir si quiera qué o a quién tenemos en frente.
“Pensar es más interesante que saber, pero menos interesante que mirar”
-Goethe-
Los expertos nos dicen que si en el pasado no hubiéramos sido unos buenos observadores probablemente hubiéramos desaparecido como especie. Nuestros ancestros usaban todo el potencial de sus sentidos para intuir cualquier riesgo, amenaza o estímulo del cual podían sacar algún beneficio. Afinábamos el oído, la vista y el olfato para captar cada detalle de nuestro entorno… Nada se nos escapaba.
Sin embargo, en el momento presente la mayoría nos hemos convertido en observadores perezosos, de esos para quienes ni las señales acústicas ni visuales son suficientes para hacernos alzar la vista mientras cruzamos un paso de cebra. No solo estamos dejando de percibir los peligros, sino que algunos de nosotros nos estamos perdiendo detalles valiosos e incluso esas fascinantes sutilezas que conforman nuestra realidad,
El buen observador va más allá de los simples detalles
Los detalles valiosos son como pequeñas cajas disimuladas en nuestra realidad donde se almacena una información determinada y admirable. Un gesto, una mirada, un tono de voz, un cambio de luz, un cuadro inclinado, un insecto que bebe agua en una gota de rocío… Todo ello son sutilezas que habitan en nuestro campo de visión y que no siempre apreciamos. Tal vez por falta de voluntad, tal vez por escasez de tiempo.
Asimismo es necesario recordar que “ver no es lo mismo que mirar”. Para entenderlo mejor fijémonos por un momento en la pintura de Edward Hopper que tenemos más arriba. Habrá quien sencillamente enfoque sus ojos en la obra durante unos segundos sin apreciar nada, sin notar nada. Otros, en cambio mirarán con intencionalidad para decidir qué ver, para captar el alma del cuadro, para leer sus detalles valiosos, y aún más, lo “contemplarán” hasta el punto de personalizarse en alguna de esas figuras.
El buen observador, el que trasciende más allá de la realidad, percibirá sin duda el sutil enigma que Hopper quiso trasmitir con esta obra. Vemos a dos mujeres en un restaurante, pero nos inquietan ante todo sus semejanzas y el gesto de la que tenemos en frente. ¿La razón? La joven que tiene ante ella es su Doppelgänger, su doble, su “otro yo”.
El acto de “ver” es el primer escalón de la conciencia, es un “yo” pequeñito que nos ayuda a discriminar cosas, objetos, personas… Sin embargo, es el acto de “mirar” quien nos permite despertar, quien nos ofrece la oportunidad de traspasar al otro para tomar contacto con su alma para captar su esencia.
Por otro lado es interesante saber que en el test del eneagrama tenemos también a la personalidad “observadora”, a quien se la define como a una persona curiosa, innovadora, capaz de tomar distancia de las cosas para emitir sus propios juicios. Son además perfiles independientes, sencillos y muy perspicaces.
El mundo está hecho de detalles valiosos que merecen ser admirados
En nuestra sociedad actual vemos pero no miramos. Deslizamos el dedo por la pantalla de nuestros móviles en un acto rutinario, mecánico, obsesivo a veces. Nos sentamos ante la televisión y a menudo, nos limitamos a ver todo lo que nos echen. Lo mismo sucede a veces con nuestra existencia, vemos y respiramos pero no vivimos, no al menos del modo en que de verdad podríamos hacerlo: con los ojos más atentos y el corazón más receptivo.
“El grado sumo del saber es contemplar el porqué”
-Sócrates-
Uno de los libros más interesantes sobre este mismo tema y que sin duda nos invita a la reflexión es “Escuchar con los ojos” de Ferrán Ramón Cortés. El argumento no puede ser más sencillo: un hombre ve de pronto cómo una de sus compañeras más valiosas de trabajo abandona el puesto. El protagonista no entiende la razón y se da cuenta de que a pesar de haber compartido 5 años de profesión con ella, no la conoce.
Tras esto decide mejorar habilidades sociales. Decide hacer fotografía y aprender a poner la mirada en el objetivo para entender mucho mejor su realidad, para captar el detalle, para trascender, para saber contemplar y llegar a las personas con autenticidad sacando una por una todas esas “capas de cebolla” que envuelven a nuestros comportamientos y a nuestros propios entornos cotidianos.
Para concluir, algo que hemos podido entender es que todos nosotros podemos elegir en nuestro día a día dos opciones: ver la vida o mirar en detalle esa realidad de la cual, ser pleno partícipe. Más aún, existe una tercera opción más enriquecedora pero que sin duda, requiere más tiempo y voluntad, hablamos sin duda de la capacidad de “contemplar” nuestra realidad, de tocar el alma de las cosas y sumergirnos en sus múltiples misterios y enigmas, como los dos cuadros de Edward Hopper que ilustran este artículo.