4 formas en las que te afecta tener asuntos pendientes
Hay personas que son más hábiles a la hora de organizarse o que se preocupan más por planificar el futuro. Seguramente conoces a alguien que lleva su agenda a todas partes, controla en qué invierte su tiempo e intenta dejar siempre un margen para los imprevistos. Por ejemplo, sale cinco minutos antes de casa, por si por el camino se encuentra con alguien y quiere detenerse a mantener una conversación breve.
Esta actitud reporta muchas ventajas. De hecho, a muchas personas les gustaría encajar en este modelo por todo el rédito que produce, pero no son capaces de encontrar la manera. Es como si tendieran al caos, la improvisación o el desorden. Un ecosistema en el que en realidad no se encuentran bien, por mucho que en ocasiones puedan intentar autoconvencerse de que sí para no sentirse mal.
Y es que generalmente no nos damos cuenta de que no contar con planes puede hacer que perdamos muchas oportunidades. Nos aferramos a ideas como la libertad, la espontaneidad o el disfrute para justificar nuestra dejadez sin ser conscientes de que esos pendientes pueden ser como piedras que vamos cargando en nuestra mochila.
¿Qué tipo de asuntos pendientes vamos acumulando?
Cada persona puede tener tendencia a evadir cierto tipo de tareas o responsabilidades. Por ejemplo, hay quien opta por dejar sus obligaciones escolares o laborales para el último momento.
Otros realizan promesas que luego no se deciden a cumplir, por mucho que pase el tiempo. Y otros evaden sus sentimientos y las conversaciones difíciles, dejando sus relaciones sociales en punto muerto durante semanas o meses.
Por otro lado, puede que no repitas este patrón en muchas áreas, pero que sí lo hagas en otras. Y es que ciertas características personales, como el perfeccionismo, la inseguridad, la elevada autoexigencia o la falta de motivación suelen estar en la base, afectando a diferentes ámbitos de nuestra vida. Ahora bien, ¿en qué nos repercute esto? Te lo contamos.
¿Cómo nos afecta tener asuntos pendientes?
Aunque esto sea lo que a veces esperamos con nuestra conducta evasiva, las situaciones pendientes no desaparecen con el paso del tiempo. Al contrario, su resolución se vuelve cada vez más apremiante y las consecuencias se van acumulando. Entre ellas, podemos encontrar las siguientes:
Sentimientos de culpa y fracaso
Con el horizonte lleno de tareas pendientes, es común que nos sintamos culpables e improductivos. Si estas nubes se mantienen en el tiempo, pueden afectar a nuestra autoestima y a nuestro autoconcepto, haciendo que nos consideremos personas irresponsables y fracasadas.
Al fin y al cabo, al cumplir metas y objetivos aumenta la confianza en nosotros, preparándonos a nivel emocional para afrontar retos mayores.
Carga mental y estrés excesivo
Una gran parte de nuestra energía se consume en recordar, planificar y organizar, más que en hacer. Así, cuantos más asuntos inconclusos arrastremos, más saturada estará nuestra mente. Esto puede generarnos elevados niveles de estrés y llegar incluso a perjudicar nuestra salud.
Y es que con cada día que pase nos sentiremos más sobrecargados, pues nuevas tareas se sumarán a aquellas que venimos postergando y cada vez nos resultará más complicado gestionarlas todas a nivel mental.
Imposibilidad de disfrutar el presente
Solemos pensar que tener asuntos pendientes nos proporciona más tiempo de ocio y disfrute. Al fin y al cabo, si evito las obligaciones y las situaciones que me incomodan, puedo dedicar mis momentos a otras actividades más agradables. Paradójicamente, si no nos ocupamos de aquello que espera ser atendido, nos resultará muy difícil poder involucrarnos realmente en otros asuntos.
Mientras trates de centrarte en un capítulo de tu serie favorita, en una amena conversación con un amigo o en un simple paseo por la naturaleza, estarás constantemente recordando lo que aún debes hacer. Así, te estarás saboteando por partida doble: ni resuelves, ni disfrutas.
Tendencia a continuar procrastinando
Uno de los aspectos más llamativos respecto a este tema, es que la tendencia a postergar suele retroalimentarse a sí misma. Cuanto más evadimos los asuntos pendientes, más presión hay sobre nosotros para cumplirlos con celeridad, y esta misma ansiedad nos agobia y nos lleva a optar de nuevo por cualquier otra actividad más satisfactoria a corto plazo. De esta forma, el problema se hace cada vez mayor.
Dejar de tener asuntos pendientes es liberador
¿Te has sentido identificado con lo expuesto anteriormente? Entonces, quizá sea el momento de realizar ciertos cambios para revertir la tendencia a dejar asuntos inconclusos. En primer lugar, toma conciencia de las repercusiones negativas que esto está teniendo en ti; de esta manera, obtendrás la motivación para cambiar.
Por otro lado, organiza tu tiempo de tal forma que dejes un espacio concreto para cada actividad de la que tengas que ocuparte, y guarda también momentos para la diversión. Ahora, ajústate a esa planificación y ve cumpliendo los objetivos que te has marcado: no te evadas en momentos de trabajo ni trabajes en momentos de ocio. Si te has comprometido con alguien (o contigo mismo) a cumplir con una tarea, responsabilízate de ello.
En última instancia, es posible que tengas que trabajar ciertos aspectos como la autoestima, el perfeccionismo o el miedo al conflicto que te animan a no hacerte cargo de asuntos pendientes. El acompañamiento profesional puede serte muy útil en este aspecto.
Recuerda que modificar una tendencia muy arraigada lleva tiempo; por ello, comienza paso a paso, celebrando y felicitándote por cada avance. Con el tiempo, esta se convertirá en tu nueva forma de actuar y tu mochila será cada vez más ligera.
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