Hay palabras que solo llegan al oído, otras nos besan el alma
Las palabras no son solo el resultado de una laringe que vibra, de unas neuronas que procesan y de un cerebro que ordena. Somos la conjunción de nuestros llantos escondidos, de nuestros deseos trazados al amanecer y de todas las caricias ofrecidas en secreto.
Nuestras palabras son mundos con un alto poder emocional para unirnos los unos a los otros. Podríamos decir sin equivocarnos que hemos sido creados para responder al afecto.
Nuestro cerebro es el resultado laborioso y fascinante de una evolución donde el peso del lenguaje ligado a las emociones ha sido sin duda una pieza clave. Las palabras crean vínculos, consuelan, enseñan, reconfortan y por su puesto, a veces, van más allá del oído y nos “acarician el alma”.
Las palabras son espacios trasparentes y los únicos espejos donde pueden quedar reflejados nuestros pensamientos, nuestras bondades y ese amor sabio que sabe escoger los términos más poderosos para hacernos vibrar.
Si nuestro lenguaje es la música que emerge a través de ese violín maravilloso donde se esconden nuestras emociones, hay algo que está claro: no todos sabemos hacer un uso adecuado de él. A veces la melodía es dañina y traemos infelicidad. En otras ocasiones, somos incapaces de hacernos entender, de trasmitir y emocionar. Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Las palabras: mediadoras entre el afecto y el lenguaje que nos permite crecer
El tipo de lenguaje que establezcamos en nuestras relaciones afectivas, familiares o incluso durante la crianza es determinante. Tanto es así, que según un estudio llevado a cabo en la Universidad de Nacional Autónoma de México, un bebé rodeado de afecto y un lenguaje emocionalmente positivo tendrá un desarrollo cognitivo mucho más óptimo.
Algo que todos sabemos también es que no siempre es fácil dar con una persona que tenga la habilidad de ofrecernos la frase adecuada y hacerlo en el momento más necesitado.
Pero no abunda demasiado esa sabiduría, la de quien domina a la perfección el lenguaje emocional a la vez que la intuición y la empatía. De ahí, que hayan aumentado considerablemente el número de voces que piden que se integre una formación emocional dentro del sistema educativo .
Alfabetización emocional: cuando el lenguaje se pone al servicio del afecto
Poner el lenguaje al servicio del afecto tiene unas características. La alfabetización en emociones trataría de desarrollar un área cognitiva indispensable: la de comprender la perspectiva del otro para “sintonizar” con su estado emocional.
Algo así solo se podría conseguir iniciando primero al niño en el reconocimiento de sus propias emociones, a la vez que se le ofrecen las estrategias para saber expresar lo que siente a través del lenguaje.
La capacidad de ofrecer una respuesta emocional adecuada ayudaría a los niños, por ejemplo, a disminuir la reactividad a las emociones negativas, como la ira.
Con la alfabetización emocional, además, entenderían mejor los propios sentimientos al poder traducirlos también en palabras. Todo ello les ofrecería un manejo maravilloso del lenguaje emocional como herramienta de autoconocimiento y de vínculo para conectar con los demás.
Como ya sabemos, todo lo que se refiere a inteligencia emocional es “entrenable”. No solo los niños son receptivos a este tipo de aprendizajes, también nosotros hemos de tomar conciencia que el lenguaje tiene capacidad para unir o para distanciar. Es imprescindible que la palabra sea siempre un arma de crecimiento, no de discordia.
Palabras que sanan, emociones que fortalecen nuestro cerebro
Las conexiones emocionales son el hilo dorado que crea el tejido de nuestra vida social. La comprensión y el uso de la inteligencia emocional, como hemos visto, nos ayuda a conocernos mejor y a enriquecer profundamente nuestras relaciones interpersonales.
Algo curioso es que evolutivamente esto no siempre ha sido así. Nuestro cerebro está formado en realidad por tres estructuras superpuestas e interconectadas que son producto de nuestra evolución a lo largo de los siglos.
En la parte más profunda estaría el cerebro reptiliano (tronco encefálico y cerebelo), que controla nuestros instintos y las funciones autonómicas. A continuación, vendría el sistema límbico, donde residen nuestras emociones y que, a su vez, se conecta íntimamente con el neocórtex, responsable del pensamiento más avanzado y, por tanto, del lenguaje.
Tal y como vemos, ese maravilloso producto de la evolución, el cerebro, converge en un pilar indispensable: la relación entre el lenguaje y las emociones. Es un detalle en el que no deparamos a menudo, pero tal y como habíamos señalado al inicio del artículo, “hemos sido creados para responder ante el afecto”.
- Si no contara con el afecto de sus padres, un niño no se desarrollaría de forma saludable, e incluso no sobreviviría.
- Las palabras encienden la neuroquímica de nuestros cerebros para hacer que sintamos determinadas emociones. A su vez, las emociones se trasforman en acciones, en cambios, en poderosas voluntades…
La palabra nos permite sanar miedos, aliviar angustias, reconfortar soledades y alegrar corazones adormecidos. A veces lo olvidamos, descuidamos el gran recurso que tenemos en nuestra boca y corazón para crear vínculos y traer felicidad a los nuestros. Vale la pena tenerlo en cuenta…
La lengua no tiene huesos, pero es lo bastante poderosa para romper el corazón de una persona. Cuida tus palabras, sé sabio, sé prudente, sé respetuoso.