El histerófilo, un príncipe azul, ni tan príncipe, ni tan azul
El histerófilo retrata a aquella persona, generalmente hombre, que se siente profundamente atraído por las mujeres histéricas. Entre otros muchos rasgos, estas mujeres tienen dos que seducen a estos hombres. El primero es su atractivo, su apariencia seductora. El segundo es una personalidad insegura y vulnerable. Bajo estos rasgos externos hay toda una estructura psicológica.
La característica principal del histerófilo es su trato caballeresco y su actitud considerada con las histéricas que “lo seducen”. Es elegante y encarna una postura masculina muy definida. Es real que se siente profundamente impresionado por las mujeres pasivas y débiles. Son el tipo de chicas que le permiten “potenciar su masculinidad”.
El histerófilo es, por lo general, un hombre aparentemente seguro y confiado que irradia cierto halo de poder. En principio, no muestra debilidades o grietas. De hecho, es muy usual que hagan alarde de su éxito profesional o de sus conquistas amorosas. Esta es una forma de reafirmar su valía y buscar que las mujeres se la reconozcan.
“A veces creo que la histeria no es otra cosa que la conspiración del inconsciente, que intenta reproducir asépticamente el estado físico de la excitación sexual sin el placer, acompañándolo de sufrimiento”.
-Yukio Mishima-
Los comienzos de una pareja entre un histerófilo y una histérica
El histerófilo y la histérica se complementan neuróticamente. Él quiere ser un soporte para su debilidad y ella quiere que lo sea. Ella se siente una princesa que necesita ser rescatada. Él quiere encarnar a ese caballero andante que la salva. Bueno, al menos eso es lo que ocurre en un principio. Con el tiempo, conformarán una unión cambiante, inestable y, definitivamente, insana.
Más temprano que tarde aparecen los síntomas de un conflicto que está latente en este tipo de uniones. La máscara del histerófilo cae de manera relativamente rápida. No es que él haya querido engañar, ni que haya adoptado esa impostura de manera deliberada. En verdad, sí ha creído y sí ha intentado ser el caballero andante de su dama.
Sin embargo, la seguridad que parece ostentar se quiebra con cierta rapidez. Aparecen las dudas sobre sí mismo. Las inseguridades. Ya no quiere ser la parte fuerte de la relación. Comienza a sentir que él es frágil y necesita la protección de la histérica. Se trata de una necesidad imperiosa, a la que le urge responder.
La respuesta de la histérica
La histérica quiere, sí o sí, un príncipe azul. Ella no ha seducido a un hombre para que dé signos de debilidad y renuncie a su papel de protegerla y cuidarla. Por eso, cuando el histerófilo comienza a quebrarse, ella no lo acepta. Pierde admiración por ese príncipe azul descolorido, por ese caballero andante que ahora se le figura como alguien que no puede con el peso de su propia armadura.
La histérica pronto pasa de la falta de admiración por el histerófilo, al franco desprecio. El hombre comienza a sentir vergüenza por no ser capaz de encarnar el ideal de su mujer. No le parece legítimo ser frágil, al tiempo que demanda protección. La situación se torna dura y, de uno u otro modo, ambos se sienten frustrados y sufren.
Lo que sigue es lo más impresentable. La histérica va cocinando un odio sordo. Se siente engañada. Se siente estafada. Quiere reactivar esa cara que al principio le pareció ver en su pareja y para ello puede elegir un camino cruel y enfermizo. Empieza a ridiculizar a su pareja públicamente, exhibiendo sus debilidades. Es una forma de reclamar “justicia” para ella. El histerófilo, entre tanto, aprende a asumir el papel del “mártir”.
Las fantasías y las realidades
Este tipo de relaciones neuróticas nunca tienen un buen final. Lo usual es que terminen invadidas de maltrato, de lado y lado. La fantasía del histerófilo es la de ser el hombre ideal para la mujer. En verdad quiere serlo, pero no puede porque es un ser humano atravesado por la imperfección, la insatisfacción y la necesidad.
Por su parte, la mujer histérica lo que desea es encontrar al hombre ideal. El histerófilo, en un primer momento, lo encarna. Sin embargo, cuando ella descubre que él, en definitiva, no es un príncipe azul, aparece el conflicto. No está dispuesta a admitir que ha hecho pareja con un hombre imperfecto, que también puede ser frágil y que solo tiene de ideal las fantasías que entre los dos construyeron.
Lo usual es que allí donde había ideales y fantasías termine instalándose el maltrato. Casi siempre es mutuo. Como mutua es la alternancia en el papel de víctimas y victimarios. Ambos se sienten defraudados y los dos alegan que el otro es la fuente de su sufrimiento. Así son las relaciones neuróticas.