Irène Némirovsky, biografía de una escritora descarnada
La vida de Irène Némirovsky fue bastante paradójica. Se trata de una de las escritoras más interesantes de su tiempo, pero el valor de su obra solo fue apreciado muchas décadas después de su fallecimiento. Su propia madre había ocultado un par de sus mejores manuscritos, probablemente, porque se sentía aludida personalmente en ellos.
Irène Némirovsky provenía de una familia judía. Aunque rechazaba profundamente algunas cuestiones de dicha religión, especialmente, aquellas vinculadas a lo económico. De hecho, se convirtió al catolicismo en febrero de 1939.
También fue gran amiga de conocidos antisemitas, como Brasillach que, precisamente, fue fusilado al término de la Segunda Guerra Mundial por su intolerancia racial.
“Cada día que pasa y que has perdido para el amor es una tragedia”.
-Irène Némirovsky-
Sin embargo, su conversión y sus ideas tampoco la liberaron de ser apresada y conducida a un campo de concentración. A ojos del nazismo, bastaba con que hubiese tenido un origen judío. La persecución, sin embargo, había comenzado mucho antes de ser llevada al campo de concentración; Irène Némirovsky pasó buena parte de su vida huyendo como consecuencia de su origen.
Una vida de huidas, de luchas personales y de conflictos bélicos que, finalmente, encontró refugio en los libros. Libros que le otorgarían el poder para poder escribir y plasmar su voz en textos que sobrevivieron al tiempo y que hoy podemos disfrutar.
El origen de Irène Némirovsky
Irène Némirovsky nació el 11 de febrero de 1903 en Kiev. Su padre, Leon Némirovsky, era un comerciante próspero de cereales que, con el tiempo y tras convertirse en banquero, se enriquecería hasta llegar a ser uno de los hombre más ricos de Rusia. Su madre, Fanny Némirovsky, había nacido en Odessa para ser aristócrata y la maternidad no entraba en sus planes.
La madre de Irène Némirovsky solo quedó embarazada porque su esposo se lo pidió en tono de exigencia. Era lo que se esperaba de un matrimonio: que tuviera hijos. Sin embargo, Fanny no lo deseaba. Cuando tuvo a su hija Irène comenzó a sentir temor al tiempo que ella crecía. Estaba obsesionada con la edad y veía en el crecimiento de su hija una amenaza a su vanidad.
Irène Némirovsky adoraba a su padre a pesar de que estaba ausente casi todo el tiempo por sus negocios y su afición a los casinos. Su madre, por el contrario, la llevaba de vacaciones , pero mientras ella se alojaba en lujosos hoteles, Irène tenía que hacerlo en modestas posadas con las criadas y su preceptora.
Grandes cambios
Con la Revolución Rusa las cosas cambiaron para la familia. El nuevo gobierno comunista declaró enemigos a todos los antiguos potentados, entre ellos, a Leon Némirovsky. La familia se vio obligada a ocultarse en San Petersburgo, esperando a que la situación se estabilizara; pero al ver que no ocurría, decidieron escapar.
Se fueron de Rusia disfrazados de campesinos. Tras pasar por Estocolmo, llegaron a Francia, lugar en el que se establecieron y comenzó una nueva vida para ellos. Ya en aquel entonces, Irène Némirovsky escribía. Lo hacía con una pasión única y en un tono desafiante. Solo había conocido el desamor de su madre y la ausencia del padre. Eso la había llevado a ser una lectora voraz y más adelante una escritora descarnada.
Durante el tiempo en que la familia estuvo refugiada, Irène leyó todas las obras de Oscar Wilde, se familiarizó con la filosofía de Platón y leyó a los más importantes novelistas de su época. Gracias a los tristes viajes que había hecho con su madre, también hablaba cinco idiomas.
La felicidad y la desgracia
En 1926, Irène Némirovsky se casó con Michel Epstein, a quien había conocido en un baile, y en los siguientes 10 años, publicó nueve novelas. Cuando los nazis invadieron Francia, comenzó a trabajar en su máxima obra: La suite francesa. En ella, habla con franqueza y estremecimiento sobre la actitud de los franceses frente al invasor, de la frivolidad e incluso la admiración que le profesaron.
Por ser judíos, ella y su esposo comienzan a ser discriminados. Vienen tiempos difíciles que llegan a su momento culminante cuando Irène Némirovsky es detenida por los nazis el 24 de abril de 1942. Para ese entonces, ya tenía dos hijas, Denise y Elizabeth. La llevaron primero a un campo de concentración francés y luego la deportaron a Alemania, donde murió ese mismo año.
Su esposo también sería detenido y deportado poco después y falleció a los tres meses de la muerte de Irène. Sus hijas, por el contrario, corrieron con algo más de suerte; también fueron a buscarlas, pero lograron ocultarse gracias a la ayuda de una maestra.
Mientras tanto, la madre de Irène Némirovsky disfrutaba de unas vacaciones en la Costa Azul; su dinero le sirvió para atravesar la guerra sin ningún problema.
Cuando sus nietas la buscaron, años después, les dijo que, puesto que sus padres habían muerto, debían ir a un orfanato. Fueron las niñas las que cuidaron los manuscritos de su madre con singular esmero.
La vida de Irène Némirovsky se vio ensombrecida desde la infancia y, finalmente, truncada prematuramente por la guerra. Sus textos guardaron años de silencio, pero finalmente vieron la luz y fueron redescubiertos a finales del siglo XX. Sus palabras recobraron la voz y, de este modo, la autora adquirió el reconocimiento y la inmortalidad en su obra.
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- Cabrol, M. C. F. (2018). De Élisabeth Gille a Irène Némirovsky: Recreación de un doble itinerario de vida a través de la escritura. Signa: Revista de la Asociación Española de Semiótica, 27, 93-106.