La adversidad, una maestra a la que pocos escuchan
Hay líneas de pensamiento que pregonan mensajes en contra de la adversidad. Aseguran que debe ser evitada a toda costa y señalan que una vida feliz es aquella que está carente de dificultades y obstáculos. También promueven la idea de que cualquier dificultad es fuente de malestar y que, por lo tanto, debe ser erradicada.
Generalizar sobre el lado oscuro de la adversidad es un error. Lo queramos o no, la adversidad forma parte de la vida. El sufrimiento existe y negarlo no va a hacer que desaparezca. De hecho, las dificultades son una realidad valiosa, que dan cuerpo y sentido a la existencia.
“No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba”.
-Séneca-
Supongamos que existe una persona que jamás se ha encontrado con la adversidad. Que por una u otra razón, solo ha experimentado momentos felices. Nunca se ha encontrado con un obstáculo y siempre ha obtenido lo que quiere. ¿Cuál sería la consecuencia de una vida así? Seguramente, el resultado sería una personalidad carente de sensibilidad junto a la presencia de egoísmo e incluso, una gran dificultad para dar valor a lo que se posee y fijar metas a largo plazo.
Así como la adversidad da lugar a momentos amargos y, a veces, difíciles de sobrellevar, también trae consigo enormes enseñanzas. Quienes saben descubrirlas y aprender de ellas, generalmente son también los que llevan una vida más significativa y plena.
El pensamiento positivo y la adversidad
Desde hace unas tres décadas aproximadamente, comenzaron a darse a conocer las filosofías de lo positivo. La mayoría de estas líneas de pensamiento tuvieron su origen en los Estados Unidos y se volvieron muy populares en todo el mundo. Son cientos los best sellers que produjeron e incontables los seminarios, conferencias y eventos que convocaron.
En su faceta más radical, este tipo de filosofías prácticamente imponen la felicidad como forma de vida. Impulsan la idea de un optimismo ciego y sin matices, que debe imponerse por encima de cualquier circunstancia. Se trata de una invitación a evadir cualquier aspecto negativo de las situaciones, las personas o la vida misma.
Se supone, entonces, que las personas deberíamos vivir en un estado perpetuo de alegría, buen ánimo y euforia. Como si en la vida no existieran los sufrimientos, las contradicciones, las pérdidas y los motivos para sentir tristeza, irritación o frustración.
Este tipo de posturas, sobre todo cuando son extremas, son una invitación al autoengaño. Y también una fuente de culpa, ya que como rara vez se alcanza esa especie de Nirvana, la mayor parte del tiempo nos condenamos a cuestionarnos nuestra incapacidad de acceder a esas plenitudes que pregonan en libros y conferencias.
La adversidad, un hecho ineludible
En el fondo, todos queremos vivir una existencia sin los grandes sobresaltos que dejan las pérdidas. O sin las amarguras que provoca la traición, el desamor o la imposibilidad de lograr objetivos que nos parecen determinantes.
Si la muerte no dejara tras de sí esa estela de dolor, o si fuésemos capaces de todo lo que nos proponemos, de seguro todo sería más sencillo. Pero, ¿por qué pensar que lo más sencillo es lo mejor?
Digamos primero que la adversidad es absolutamente inevitable. El mismo hecho de que todos estemos condenados a morir ya le imprime la marca de un profundo límite a toda nuestra existencia.
Sin embargo, gran parte del saber vivir reside en la capacidad de encarar la adversidad. Mirarla a los ojos, reconocerla y asumirla, y no hacer como que no la vemos. También tomar la parte de responsabilidad que nos corresponde en las dificultades con las que nos encontramos.
Las enseñanzas de la adversidad
Tanto las filosofías orientales como varias de las occidentales, han dado un lugar diferente al fracaso, a la frustración y a la adversidad. Insisten en que la clave de todo no está en el hecho de que se produzcan hechos dolorosos, sino en la perspectiva que asumimos para abordarlos.
Se sufre mucho más no aceptando la adversidad que haciéndolo. La negativa a admitir que hemos llegado a un límite y que algún deseo es imposible, no significa que el paso siguiente sea el de pensar que ya todo lo bueno de la vida nos fue negado para siempre.
Nos conocemos mejor en los momentos de adversidad. Entendemos mejor la vida y a los demás cuando hemos sufrido en nuestra piel los rigores del sufrimiento. Adoptando una perspectiva de aprendizaje y de humildad, los malos momentos nos ayudan a forjar el carácter. Nos renuevan, nos invitan a un cambio positivo. Así mismo, contribuyen a darle más sentido e intensidad a los muchos momentos felices, que seguramente también nos esperan en el camino.