La conmovedora historia del anciano y la grulla
Se cuenta que hace mucho tiempo llegó un hombre con una larga cabellera blanca a una aldea lejana. El hombre andaba siempre acompañado por una grulla. Era una extraña pareja, ya que esas aves no eran muy afectas a los humanos. Sin embargo, el anciano y la grulla siempre se veían juntos en todas partes.
Los aldeanos comentaban que aquel hombre era sumamente sabio. Decían que era famoso en toda la comarca por sus grandes enseñanzas. Sin embargo, el anciano era muy humilde. Se instaló cerca de una pesebrera, junto con la grulla. Esta siempre iba delante de él.
“Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo”.
-Armando Palacio Valdés-
La gente comenzó a sentir curiosidad. Se aproximaban para mirarlo de lejos, pero él ni siquiera los veía. Solo la grulla permanecía expectante. Pronto los habitantes del lugar comenzaron a llevarle comida y abrigo, pues lo veían muy desprotegido. El anciano y la grulla agradecían con una venia a quien los ayudaba.
El anciano y la grulla son interrogados
Una vez, ya llegada la noche , un campesino se acercó al lugar en donde descansaban el anciano y la grulla. Esta última se alertó un poco al verlo y aleteó para despertar al anciano, que estaba dormitando. Este hizo una venia y luego le preguntó al visitante si podía servirle en algo.
El campesino se sentó frente al anciano y le confesó que tenía una pregunta. Le habían dicho que él era un hombre muy sabio y quería saber si podía respondérsela. El anciano hombre le contestó: “Nadie es tan sabio como para responderlo todo, pero si puedo servirte, lo haré”.
El campesino le dijo que quería saber cómo abrir las puertas del cielo y cómo las del infierno . Al cielo quería tener siempre acceso, en cambio al infierno no quería ir jamás. Por eso necesitaba saber cómo se abrían sus puertas, para evitar hacerlo. El anciano y la grulla permanecían atentos. Cuando el campesino terminó de hablar, el anciano le dijo: “¡Qué pregunta más tonta! Se ve que eres un hombre completamente ignorante!”
Al escuchar esto, el campesino montó en cólera y quiso golpear al anciano. La grulla se interpuso y lo impidió. Entonces el campesino vio que el anciano era ciego y que el ave era su lazarillo. Se sintió avergonzado por haber querido agredirlo y su ira se disipó. Solo sintió compasión por aquel anciano indefenso y le pidió perdón. El anciano entonces le dijo: “La ira te abrió la puerta del infierno. La compasión, la del cielo”.
Saber y no saber…
El campesino quedó maravillado. Comprobó que efectivamente se trataba de un maestro muy sabio. De inmediato agradeció por la enseñanza y luego le contó lo sucedido a toda la aldea. Se inició entonces una larga romería hasta donde estaban el anciano y la grulla. Algunos querían respuestas, mientras que otros se conformaban solamente con contemplarlo y estar cerca de él. Exhalaba mucha paz.
Una tarde llegó un joven hasta donde estaban el anciano y la grulla. Su actitud era misteriosa. Se acercó y, en voz baja, dijo lo siguiente:
-Maestro, hay gente que ha estado hablando de ti con malevolencia…
-¡Un momento! –dijo el anciano-. ¿Te consta aquello que vienes a decirme? ¿Escuchaste a alguien hablar de mí con malevolencia?
El joven se quedó pensando un momento y dijo:
-No. No lo escuché personalmente. Alguien me lo contó… En la aldea se rumora esto…
El anciano y la grulla se quedaron quietos por un momento. Él se mostraba reflexivo. Y ella, como siempre, estaba a su lado protegiéndolo y alerta. La hermosa ave estaba agradecida con él porque la había liberado de una trampa en el bosque. Desde entonces, se había convertido en su acompañante y guía, pues el hombre era ciego.
Una gran enseñanza
Después de meditarlo por un rato, el maestro se dirigió al joven que había ido a contarle lo que se rumoraba en el pueblo. Le preguntó:
–Lo que vienes a decirme, ¿genera un bien para mí o para mi amiga grulla?
El joven nuevamente se quedó pensando un momento. Luego dijo:
-En realidad no. Para ser sincero, es todo lo contrario. Lo que me contaron que están diciendo de ti es algo que podría atormentarte. Y tal vez a tu amiga también –señaló, refiriéndose a la grulla.
El anciano y la grulla nuevamente se quedaron quietos por un momento. Luego el maestro señaló:
-Tengo una última pregunta para ti. ¿Es necesario que yo sepa qué es lo que están rumorando acerca de mí y de mi amiga la grulla?
-No. En realidad no –le respondió el joven, pensativo.
-Entonces vete –dijo el anciano-. Cuando no sabes si algo es verdad, tampoco causas ningún bien al decirlo y no hay necesidad de comunicarlo, no vale la pena hablar de ello.