La controversia del castigo
El castigo es una técnica conductual que busca reducir la emisión de una conducta. Utilizado de forma adecuada, es una herramienta potente para modificar las respuestas de una persona. No obstante, el uso del castigo parece que se ha desvirtuado, y no solo en la educación de los niños y adolescentes, pero también en su participación en las relaciones interpersonales (controversia del castigo).
El problema es que pocas veces lo utilizamos con una destreza que nos permita conseguir los efectos que perseguimos; el castigo es una herramienta peligrosa en cuanto a que, mal aplicada, entraña peligros muy serios. Por ello, la controversia del castigo o, mejor dicho, su aplicación sin conocimiento, ha sido uno de los temas que ha preocupado a la psicología en los últimos años..
¿Cómo funciona el castigo?
El castigo suele ser un estímulo aversivo que, seguido de la emisión de una conducta, busca disminuir la probabilidad de la misma. El castigo tiene efectos más poderosos cuando se administra de forma inmediata y no tiene ganancias secundarias.
Antes de emitir un castigo, es necesario saber qué reforzadores son importantes y de qué manera actúan. Los reforzadores, o la supresión de estos, funciona de manera distinta en cada persona.
Diferencias entre castigo positivo y negativo
Al igual que ocurre con los reforzadores, se pueden administrar dos tipos de castigo: positivo y negativo. El castigo positivo hace referencia a la adición de un estímulo aversivo después de la respuesta que se quiere cambiar, es decir, se le suma algo. Por ejemplo, la violencia física podría considerarse un castigo positivo en tanto que añade dolor a la persona.
Respecto al castigo negativo, este constituye la retirada de un estímulo positivo o reforzante ante la emisión de la respuesta que se quiere suprimir. Por ejemplo, la retirada de un privilegio, como el de elegir vacaciones podría ser un castigo de este tipo. Vemos como las consecuencias de ambos castigos son aversivas, positivos o negativos, aunque su aplicación sea diferente.
¿Es lícito el uso del castigo?
Esta es la pregunta es una de las que más alimenta la controversia del castigo. Numerosos estudios sugieren que las técnicas no aversivas, como el refuerzo positivo de conductas alternativas, son al menos tan eficaces como el castigo. Por ello, y dado que las técnicas aversivas y no aversivas parecen dar resultados similares, no parece existir justificación para infligir ciertas penalizaciones.
No obstante, y en ciertas ocasiones, la utilización del castigo positivo o castigos que producen dolor parecen necesarias, pues hay conductas extremadamente peligrosas que solo logran ser suprimidas a través de este.
La práctica clínica muestra que ciertas conductas autolesivas en pacientes —que es imperante intervenir —se consiguen suprimir de forma eficaz con un castigo positivo. Después, cuando la conducta se logra quitar, sí será útil un programa de reforzamiento.
Por ello, tildar del castigo como algo sustancialmente malo es poco práctico. Centrar la atención, no obstante, en utilizarlo de forma adecuada —en la medida e intensidad— comprobando siempre que la utilización del refuerzo no es eficaz es mucho más conveniente y beneficioso.
Posibles complicaciones derivadas del castigo
Se presentan a continuación algunas reacciones que pueden tener lugar cuando se aplican los castigos sin los conocimientos adecuados para que este sea eficaz.
Estas dificultades pretenden insistir en la idea de que los castigos indiscriminados, emocionalmente salpicados o llevados a cabo sin dirección pueden tornarse peligrosos. Todas estas razones son las que provocan la controversia del castigo.
Agresividad y miedo
Aparición de comportamientos agresivos
Numerosos estudios de la psicología comparada —es decir, con animales— muestran cómo la administración de castigos dolorosos provoca que los animales ataquen a sus iguales. Ello puede llevar a reflexionar cuál es el valor funcional de un castigo doloroso antes de administrarlo, y tener muy claro que es lo que se quiere conseguir con él.
Cuando un niño está portándose mal y lo primero que piensa su padre es en darle una bofetada, es preciso que cavile dos veces sobre si el castigo doloroso es lo único que se puede utilizar, y si existen otras opciones viables. Si las hay, siempre será preferible que las ponga en práctica.
Aparición de respuestas emocionales condicionadas
El miedo se postula como una respuesta muy desadaptativa, y se postula como la controversia del castigo más notoria. No es conveniente que la persona aprenda a través del miedo. Además, la aparición del llanto o el terror suelen ser un obstáculo para el aprendizaje de una conducta alternativa a la que se quiere cambiar.
Dado que ese es el objetivo principal de la aplicación de un castigo, es mejor actuar con prudencia. Si ese mismo padre busca que su hijo le tema tras la aplicación del castigo, significa que no lo está usando bien, y su puesta en práctica debería estar completamente censurada.
Aparición de respuestas de escape y evitación
La generalización de la aversión es un aspecto para tener muy en cuenta. Castigar una acción puede llevar a que esa aversión se condicione a estímulos relacionados con la conducta. Por ejemplo, si se castiga a una niña por no meter gol en un partido de fútbol, puede que la niña relacione el deporte, las clases de gimnasia, los profesores y los partidos con el estado emocional negativo.
Eso podría llevarla a evitar todos esos estímulos, y en vez de potenciar la capacidad deportiva de la niña, se estaría haciendo todo lo contrario. Esto se relaciona con el anterior punto, pues cuando se tiene miedo, se pueden producir conductas de escape y que no dé tiempo a enseñar la conducta alternativa.
Conductas alternativas y modelado
- No se enseña el comportamiento deseable: después de la aplicación de un castigo, en muchas ocasiones no se le dice a la persona castigada como debería de haber actuado. Se asume de forma natural que ya lo sabe, y eso puede no ser cierto. Suprimir una conducta es poco interesante si no se establece ninguna conducta deseable nueva.
- Se modela el comportamiento a castigar: en muchas ocasiones la persona que castiga modela a través de aprendizaje vicario la conducta que justamente quiere suprimir. Por ejemplo, cuando un padre enseña que no se le puede gritar, gritando a su hija, o condenando conductas agresivas pegándole un bofetón.
Cuando el castigo no es suficiente
Aplicando de forma frecuente un castigo ante una conducta que no logra suprimirse puede darse una habituación. Esto significa que lo que antes era desagradable puede dejar de serlo.
Por ejemplo, si a un niño se le retiran los coches de juguete cada vez que hace algo malo, puede que al final se habitúe y los coches le den igual. En ese momento, se puede intentar suprimir la conducta incrementando la intensidad del castigo, es decir, quitándole también otros juguetes.
De esta manera, y por todas las posibles consecuencias de una mala aplicación funcional, es recomendable el uso del refuerzo de comportamientos alternativos deseables.
El castigo es útil sobre todo cuando a la vez reforzamos conductas alternativas que sí deseamos. Sin embargo, esta segunda parte muchas veces no se aplica porque no es tan cómoda como aplicar simplemente un castigo. De este modo, la controversia del castigo podrá resolverse siempre y cuando su uso sea responsable, medido y con un objetivo.