De la culpa a la responsabilidad
La culpa es un verdadero veneno en la vida de cualquier persona. Su principal tarea es la de atormentarte, invadirte de angustia y de autodesprecio. Al final, no te sirve básicamente para nada.
El sentimiento de culpa puede definirse como una percepción de que se ha hecho, dicho, pensado o sentido algo que resulta censurable, a la luz de un determinado sistema de valores.
La culpa conduce al reproche y a la desvalorización de uno mismo. En los casos más críticos, alimenta pensamientos o actos suicidas.
En últimas, se puede decir que la culpa lleva a las personas a convertirse en enemigas de ellas mismas, y que da lugar a un pequeño infierno en donde el culposo termina inmolándose a sí mismo.
“Como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez que pagarlas”
-Jacinto Benavente-
Los tipos de culpa
En la culpa típica lo que hay es la transgresión de una norma que se considera legítima. Por ejemplo, quien roba algo y sabe que ha incumplido con la ley social y la ley religiosa, si se trata de un creyente.
Hay además culpas que se derivan de otro tipo de trasgresiones a valores o normas que no están bien delimitadas. Por ejemplo, quien siente que debe ajustarse a determinado patrón de éxito, pero no lo logra.
En ese caso, se ha admitido como norma, o como “ley”, un mandato que no está establecido explícitamente en ninguna parte, pero que la gran mayoría parece seguir al pie de la letra.
De otro lado, hay sentimientos de culpa que nacen sin que se haya hecho algo que pueda considerarse reprochable. Basta con que la persona tenga un pensamiento que califique como reprobable, para que se desate el sentimiento de culpa.
Un ejemplo de ello se da cuando alguien está enojado con su madre, tiene pensamientos agresivos hacia ella y hasta llega a desear no volver a verla. Después, cuando está más sereno, se acusa y se atormenta por haber dejado llegar esas ideas a su mente.
Sin embargo, el tipo de culpa más complejo es el que se da de manera inconsciente. Hay sentimientos y/o pensamientos que se experimentaron, sin ser plenamente consciente de ellos. Un deseo sexual poco convencional, o el deseo secreto de tener lo que otros tienen, por ejemplo.
En esos casos, la culpa no llega a hacerse visible, pero permanece actuando como una fuerza oculta. Entonces da lugar a sentimientos de angustia o de tristeza, que son imprecisos y parecen no tener ninguna razón de ser.
Esa culpa inconsciente se expresa como búsqueda de castigo: hacemos algo incorrecto para ser sancionados. Llegamos tarde a todos lados, para que nos reprochen. Olvidamos hacer un trabajo importante, para que nos censuren.
La responsabilidad, un concepto complejo
El sentimiento de culpa es algo que cada persona debe analizar con suficiente objetividad. Lo primero es no dar por sentado que los sistemas de normas establecidos son válidos porque sí.
Son muchos los casos en la historia en los que algo que es “normal” y “legal” es sin embargo completamente contrario a los mayores valores humanos. El caso más extremo es el del nazismo, que enarboló la “pureza racial” como un gran valor, sin serlo.
Los sistemas de valores y de normas no están ahí para que nos sujetemos pasivamente a ellos. Por más que sean emitidos por alguien con autoridad, no es sano seguirlos al pie de la letra si no se comprende su sentido, o no se percibe con claridad su razón de ser.
Otro factor decisivo a la hora de evaluar un sentimiento de culpa es la intención. A veces se realizan maravillosas acciones, con una intención deplorable. Otras veces en cambio, se viola una norma por una razón que tiene un importante grado de validez.
Un político en campaña puede regalarle una casa a una familia pobre. Aparentemente es un acto digno de aplauso. Pero todos sabemos que en el fondo se trata de una acción publicitaria, que tiene muy poco que ver con sus verdaderos sentimientos frente a la pobreza.
En cambio, alguien puede decidir desobedecer una norma que considera injusta. En Colombia, un país mestizo, recientemente se abrió una gran polémica debido a la negativa de un ciudadano afrodescendiente para ser requisado por la policía.
La culpa inconsciente exige mayor trabajo. La persona, conscientemente, no se siente culpable de algo. Pero suele terminar “pagando los platos rotos” en situaciones que no lo ameritarían. O tiene un sentimiento de angustia constante, o una acusación implícita al hecho de existir.
En todos los casos, sin embargo, se ve claramente como la culpa por sí sola es un sentimiento completamente inútil. No sirve más que para autoflagelarse y pasarlo mal.
Lo que libera de la culpa es asumir la responsabilidad por el daño que se causó, cuando efectivamente se causó un daño. Esto significa, reparar ese perjuicio, en la medida en que sea posible.
Cuando el daño es solamente imaginario, la responsabilidad estriba en hacer conscientes esos sentimientos de culpa, estableciendo su origen y la forma en que se manifiestan.
Atormentarte por una culpa, no te hace mejor persona. Todo lo contrario: te impide mejorar. Asumir la responsabilidad propia en los daños reales e imaginarios es el camino auténtico para superar esta inútil faceta del sufrimiento.
Imagenes cortesía de Pete Revonkorpi, Benjamin Lacombe y Duy Huynh