La gestión emocional de los profesores
Todos podemos hacernos una idea clara de la falta de gestión emocional de los profesores porque nos hemos encontrado en algún momento con alguno de ellos. Profesores que increpan a sus alumnos, que carecen de empatía, que les castigan cuando deberían decirles “si necesitas ayuda, aquí estoy” y que, incluso, llegan a enfrentarse con ellos.
Este tipo de actitudes son fruto de una incapacidad para gestionar las propias emociones. Algo que nunca nos enseñan, ni en el hogar ni, tampoco, en las escuelas. Por lo tanto, lograr esto parece casi inalcanzable. Se le da mucha importancia a los conceptos, pero muy poca a la manera de transmitirlos y de llegar a quienes los van a recibir.
Poniéndonos en el lugar de los profesores
Este artículo no pretende culpar a los profesionales: la mayoría de ellos lo hacen lo mejor que pueden y saben. En muchos casos, a la falta de gestión emocional de los profesores se le suma al ansiedad por tener que afrontar un reto que en muchos casos les supera, lidiar con alumnos que tienen problemas en sus hogares, con padres que no asisten a las reuniones o con aquellos que son demasiado exigentes y buscan siempre explicaciones cuando sus hijos llegan a casa con notas que consideran “bajas”.
Lo cierto es que, por ejemplo, continúan aumentando los casos de bullying en los centros educativos (ya sea porque hay más o se detectan más). Pero, ¿quién prepara a los profesores para hacer frente a estas situaciones violentas? Pocos o ninguno ha trabajado la gestión emocional de grupos conflictivos. Sin embargo, la gran mayoría sí los han experimentado.
Así, esta gestión emocional del grupo empieza por la gestión de las emociones propias. Los profesores no se convierten en máquinas cuando entran en el aula, dejando sus emociones a la puerta. Dan clases con sus propias ilusiones, pero también con sus propias preocupaciones.
Por otro lado, muchos alumnos han dejado sus estudios porque la ilusión o la convicción de sus profesores ya estaba agotada. La influencia que tienen los docentes es tal que si cambian ellos, los alumnos se benefician. Por lo tanto, una buena gestión emocional de los profesores tiene consecuencias muy positivas para el alumnado.
“Los profesores afectan a la eternidad, nadie puede decir dónde se termina su influencia”.
-Henry Brooks Adams-
Competencias básicas para la gestión emocional de los docentes
Existen 5 competencias básicas en la gestión emocional que, en este caso, están destinadas a los profesores. Para hablar de cada una de ellas nos hemos basado en Salovey, que fue quien las organizó de la forma en la que las vamos a exponer:
- Autoconocimiento: conocer las propias emociones y la relación que estas tienen con nuestros pensamientos y actos nos permite ser más conscientes y mejorar.
- Control emocional: permite dominar la impulsividad que puede surgir ante una situación de estrés o de descontrol de la clase.
- Capacidad de motivación: nos ayuda a saber cómo motivarnos a nosotros mismos, lo que nos permite, también, saber motivar a los alumnos.
- Empatía: permite sintonizar con los alumnos, llegar a ellos y comprenderlos. Porque ese alumno que no abre el libro en clase, quizás, tiene unos padres que están a punto de separarse y que no le hacen caso.
- Habilidades sociales y de liderazgo: permiten interactuar de manera efectiva con el alumnado, acercándose a él pero sin perder su liderazgo.
“Los estudiantes son como el cemento fresco, cualquier cosa que caiga sobre ellos deja una huella”.
-Haim Ginott-
Un factor de protección frente al estrés docente
La gestión emocional de los profesores les dota de más recursos para hacer frente a determinadas situaciones de estrés en las cuales sus actos pueden repercutir, seriamente, en el aprendizaje y bienestar del alumnado. Esto es debido a que se evitan trastornos relacionados con la depresión y la ansiedad. Asimismo, se aprende a lidiar mejor con los nuevos retos y desafíos que puede suponer una clase conflictiva, un número excesivo de alumnos o la falta de motivación de estos por aprender.
Estamos en una sociedad en la que, cada vez, se demanda una educación en valores y una cercanía más comprensiva ante los múltiples problemas que puedan afectar a los alumnos. Porque los profesores influyen más de lo que piensan.
Ser profesor no es sencillo y esto lo hemos experimentado algunos en nuestras propias carnes. Muchas clases, muchos alumnos y un agobio constante por llegar a todo. Sin embargo, no nos olvidemos que hace muchos años atrás nosotros estábamos tras esos pupitres con nuestros propios problemas y pensando “nadie me entiende”.
Qué bien nos habría venido que en lugar de recibir miradas condescendientes del profesor al que no le hacíamos ni caso, se acercase a nosotros tras terminar la clase y nos dijese una frase, solo una, que nos hiciese sentir que no era como los demás y que no se había olvidado de que no hace muchos años él también se sentó en una silla, parecida a la nuestra, para aprender.