La gordofobia: el verdadero elefante de la sala
Vivir al otro lado de lo considerado normal por una buena parte de la sociedad tiene un peaje muy alto. Dificultades y barreras añadidas que nacen sobre todo del plano social; ese del que todos nos alimentamos, pero del que algunos solo recogen agua envenenada. Un elemento básico, disfrazado de sustento, que solo produce frustración, dolor y distorsión de la identidad. La gordofobia es uno de los fenómenos que ha surgido frente a las personas que no cuentan con un Índice de Masa Corporal Bajo (IMC).
La gordura, la grasa, lleva asociados otros conceptos, módulos o nodos poco o nada positivos. Intuiciones o presuposiciones nacidos del interés de aquellos que solo están buscando un mercado para enriquecerse. Empresas que buscan al otro para llenar sus bolsillos o simplemente para sentirse mejor en la comparación.
Prejuicios y origen de la gordofobia
Muchas personas y en muchas ocasiones -perfectamente podemos ser una de ellas porque es lo que nos enseñan- cuando ven a alguien con IMC superior al que se considera recomendable ven -anticipan- también a una persona insatisfecha. Hacen esta suposición sin conocerla. Asumen o asumimos que lo es. Por otro lado, con frecuencia también caemos en el error de suponer que carece de fuerza de voluntad: la suficiente como para no ingerir determinados alimentos o ir al gimnasio.
Esta mirada, tan egocéntrica, se ve reforzada por el refuerzo que supone. Ver o posicionarnos en esta visión nos devuelve una imagen de nosotros mismos muy positiva: nosotros sí tenemos fuerza de voluntad, si nos cuidamos… y por eso tenemos un IMC más bajo. Asumimos que al otro no le gusta su cuerpo y que, si no lo quiere cambiar, es porque su voluntad es demasiado quebradiza y su ánimo demasiado débil frente a la tentación de la comida basura.
Es mucho más sencillo asumir esta línea de pensamiento que la de que el otro está así porque quiere -nos tendríamos que cuestionar entonces si todos esos sacrificios que hacemos son para conseguir algo que realmente nosotros también queremos-. Además, es mucho más fácil asumir que no pueden cambiar, en el caso de que este fuese su deseo, por una cuestión de voluntad; este pensamiento alimenta la idea de que controlamos nuestro cuerpo y de que haciendo “las cosas bien” nunca estaremos gordos. Sin embargo, la realidad es tan diferente…
Por otro lado, la reacción que causan muchas personas obesas cuando se presentan es de compasión y de pena. Similar a la que experimentan aquellas personas que comparten con otros una enfermedad que padecen. En vez de decir “Encantado de conocerte“, en muchas ocasiones nos saldría, quizás de manera más natural, “lo siento“, “ánimo” o “tú puedes“. Presentarle a ese conocido que todos tenemos y que en su día consiguió quitarse bastantes quilos de encima y además no ser víctima de un efecto rebote.
Cuando la gordofobia nos daña
La gordofobia, dentro de las fobias, es especialmente limitante. Supone el rechazo o la batalla con algo propio, con una parte de nosotros con la que no vamos a poder dejar de convivir; intentarlo nos causaría daño, hacerlo significaría dejar de vivir. Sin embargo, no son pocos los que intentan seguir este camino: disocian o ignoran su cuerpo, como aquel que trata de no prestarle atención al conocido charlatán que poco o nada de interés cuenta, por mucho que habla.
En el camino, el precio que pagan es muy alto. Se aíslan de las señales corporales, el dolor les hace ponerse alerta más tarde -con las consecuencias que puede tener este fenómeno a nivel médico-, todo lo desagradable que proviene de su cuerpo lo asocian con la obesidad. Principio y fin de todo.
Por otro lado, muchas de las personas obesas con gordofobia renuncian a disfrutar de actividades muy placenteras, como puede ser el deporte, un día de piscina o una ducha prolongada. Ya no es que alguien las vea, es que quieren dejar de verse a sí mismas, cubrir un cuerpo que no soportan… y menos en la desnudez.
Dejan de vivir en compañía de su cuerpo, en simbiosis con él y convierten su vida en un escenario que siempre tiene esa batalla de fondo. Con frecuencia, una pelea inspirada por un deseo adoptado y una censura implantada, castigada con un dedo crítico que pocas veces se conjuga con compasión, entendimiento y cariño.