La humildad intelectual, el valor de escuchar nuevas ideas
A menudo, podemos incurrir en el error de pensar que nuestro punto de vista es el más correcto y que somos poseedores de la verdad absoluta. Incluso, en ocaciones, podemos llegar a sostener la fuerte convicción de que somos expertos en un tema y que nadie sabe más que nosotros -o, al menos, que sabemos más que las personas de nuestro alrededor-.
Ya sea por años de experiencia, por dedicación al estudio de un tema concreto o simplemente “porque es así” -como afirman muchos-, no dejamos opción a la duda. Nos encerramos en nuestras convicciones y de ahí es imposible sacarnos. Es como si nos hubiésemos otorgado el premio al experto universal y cualquier objeción que nos hagan la etiquetamos como un sinsentido.
Es curioso como, a veces, nos aferramos tanto a la creencia de saber todo sobre un tema. O quizás no, quizás seamos de esos que prefieren navegar en el océano de la indecisión o, al menos, de estar abiertos a lo que puedan contarnos lo demás. La cuestión es que, sean otros o seamos nosotros, la humildad intelectual suele brillar por su ausencia. Profundicemos.
“La humildad no es pensar menos de ti mismo, sino pensar menos en ti mismo”.
-C.S. Lewis-
¿Qué es la humildad intelectual?
Tenemos esa mala costumbre de sobreestimar lo mucho que sabemos. Nos aferramos a lo que creemos y despreciamos aquello que los demás nos ofrecen. En lugar de ver una posibilidad de enriquecimiento, lo que divisamos es un ataque. En general, creemos que somos mejores o más correctos que los demás, algo que puede observarse con mayor claridad en contextos políticos, religiosos e incluso cuando se habla sobre estilos de vida.
En relación a esta capacidad de ponernos una venda de forma voluntaria para ser ciegos a nivel intelectual, el periodista y escritor Ryszard Kapuściński afirmó: “Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático“. Y razón no le faltaba. Esclavizarnos a una creencia y otorgarle el poder de verdad absoluta obstaculiza el cambio e impide nuestro crecimiento personal y social. En definitiva, nos limita.
Ante este panorama, parece que los científicos han descubierto -o más bien han vuelto a sacar a la luz- un concepto -o antídoto- conocido como humildad intelectual. Se trata de la capacidad de ser flexibles en el ámbito del conocimiento, es decir, de estar abiertos a nuevas ideas.
La humildad intelectual sería algo así como una tendencia a ser receptivos a otras perspectivas, a aceptar que nos equivocamos y a cultivar una mentalidad abierta.
Orígenes del concepto de humildad intelectual
Ahora bien, este concepto que, a primera vista, parece tan novedoso, hunde sus raíces en Sócrates y más adelante en el filósofo y teólogo Nicolás de Cusa.
- En la obra Diálogos de Platón podemos observar cómo Sócrates estaba en una búsqueda constante de la verdad y reconocía su ignorancia como el punto de partida para hallar esa verdad. De hecho, una de sus frases más célebres es “La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia“.
- En cuanto a Nicolás de Cusa, podemos rescatar su obra La docta ignorancia para comprender la presencia de la humildad intelectual en su pensamiento. Así, el filósofo pensaba que debido a las limitaciones humanas -o limitaciones cognitivas-, el sabio no puede llegar al conocimiento absoluto por mucho que lo desee. De esta forma, es consciente de que ignora más que sabe. Eso sí, es consciente de ello, por lo tanto es docto y de ahí la docta ignorancia.
Como podemos observar, la humildad intelectual lleva con nosotros mucho tiempo. Esta capacidad se configura como ese punto medio entre creer saberlo todo, o por el contrario, nada; es decir, media entre la arrogancia intelectual, caracterizada por las mentes rígidas, y la cobardía intelectual fruto de una timidez extrema.
Mentes rígidas: la ilusión de saberlo todo
Ser humildes a nivel intelectual es ser capaz de reconocer que no lo sabemos todo y que aquello que creemos saber puede estar equivocado. Ahora bien, ¿por qué en la actualidad hay tanto egocentrismo intelectual?
Aunque los rasgos personales pueden ser los mayores responsables, según la psicóloga Tania Lambrozo de la Universidad de California, la tecnología aumenta la ilusión de conocimiento.
Tener acceso a cualquier tipo de información con tan solo un clic nos crea la ilusión de que tenemos a nuestro alcance un conocimiento infinito sobre cualquier cosa. Es más, si a esto le sumamos la facilidad de recordar una imagen, palabra o información sobre un tema concreto, la impresión de que lo hemos aprendido con éxito será mucho mayor.
Por otro lado, la rigidez mental es uno de los rasgos de personalidad más relacionados con el egocentrismo intelectual. Se trata de esa tendencia a desechar planteamientos o ideas distintas a las propias para acomodarse y encerrarse entre las rejas de los propios esquemas mentales. Sería aquella persona que intenta acoplar el mundo a su forma de pensar, en lugar de a la inversa.
- Esta rigidez mental suele originarse por una excesiva necesidad de cierre cognitivo, es decir, por el deseo de eliminar cualquier vestigio de incertidumbre procedente de un pensamiento o situación, ya que esto implicaría no tener el control de la situación. Recordemos que la incertidumbre es uno de los mayores enemigos del ser humano…
“Las grandes mentes discuten ideas, las mentes mediocres discuten acontecimientos y las pequeñas mentes discuten a la gente“.
-Eleanor Roosevelt-
Cómo cultivar la humildad intelectual
Debemos estar dispuestos a conocer otras perspectivas, otros argumentos y, por supuesto, a abrazar los cambios. Porque las ideas que ayer considerábamos acertadas puede que hoy sean erróneas o se queden cortas, quien sabe. Pero, ¿cómo hacerlo?
Aunque existen varias estrategias que nos permiten cultivar la humildad intelectual y que veremos a continuación, es fundamental ser conscientes de que tenemos que silenciar y destronar a nuestro ego. Para ello, es necesario admitir que, a veces, somos víctimas de sesgos cognitivos y esclavos de la creencia de que albergamos menos prejuicios que los demás.
Las opiniones, tanto propias como ajenas, varían según las circunstancias y según nosotros en última instancia. Porque ¿cuántas veces te has sorprendido haciendo o diciendo algo que hace un tiempo ni siquiera pensabas? Piénsalo.
Así, si queremos plantar la semilla de la flexibilidad mental para cultivar el fruto de la humildad intelectual podemos:
- Aceptar que cometemos errores, que podemos estar confundidos.
- Practicar la escucha activa. Es decir, liberar nuestra mente de pensamientos cuando otra persona nos hable y poner toda nuestra atención en aquello que quiere decirnos. Para ello tendremos que luchar contra esa tendencia tan nuestra de preparar lo que vamos a decirle mientras nos habla.
- Respetar otros puntos de vista. No siempre tenemos que estar de acuerdo con lo que otras personas nos dicen, no obstante esto no quita que respetemos sus opiniones. A menudo, batallamos en una guerra que pocas veces suele tener un ganador: esa en la que intentamos fuertemente convencer al otro; de hecho, lo que suele pasar es todo lo contrario. El otro se aferra más a sus ideas y nosotros a las nuestras. De ahí que saber cuándo parar sea totalmente necesario.
- Estar dispuestos a aprender de los demás. Flexibilidad y curiosidad, los dos ingredientes fundamentales para el aprendizaje y para luchar contra la rigidez. Porque si no aprendemos de los demás, ¿de quién lo vamos a hacer?
- Cuestionarnos de vez en cuando. Un ejercicio para desarrollar humildad intelectual es cuestionar nuestras creencias y, sobre todo, nuestra necesidad de llevar la razón. ¿Para qué queremos tenerla siempre? La respuesta a esta pregunta puede darnos la clave.
- Viajar o conocer otras culturas. Descubrir otros estilos de vida, otras concepciones y visiones de la realidad, aunque de primeras nos choque, no deja de ser una forma de ampliar nuestras perspectivas. Además, es una buena forma de entrenar a nuestro cerebro para que esté abierto a la búsqueda de alternativas.
El científico más importante del siglo XX, Albert Einstein, cuyo cociente intelectual era de 160, también tenía presente el concepto de humildad intelectual. Una prueba de ello es su afirmación “Un verdadero genio admite que no sabe nada“. Al igual que Benjamin Franklin, el cual antes de comenzar una discusión solía expresar: “Quizá me equivoqué, pero…”.
Como vemos, la humildad intelectual es una buena aliada para luchar contra el aferramiento a nuestras creencias y seguir creciendo a nivel personal y social. La llave que nos abre la puerta al aprendizaje, el antídoto contra la prepotencia y que nos recuerda que las claves de nuestras relaciones no se encuentran en la imposición o en la exigencia, sino en la comprensión, la flexibilidad, el respeto y el enriquecimiento resultante de conocer otros puntos de vista.