La neurociencia de la venganza
La neurociencia de la venganza nos dice que hay personas que lejos de pasar página tras una decepción, un rechazo o lo que ellos interpretan como una injusticia, alimentan ese odio hasta planificar una forma de devolver el golpe. Así, lejos de controlar la ira, de racionalizarla o hacer uso de adecuados mecanismo de regulación, permiten que ese malestar se cronifique.
Hablar de venganza, como bien sabemos, resulta complicado en ocasiones y es difícil no entrar en aspectos éticos, morales y hasta legales. Hay actos que evidentemente, necesitan de un tipo de respuesta, pero en esos casos quien debe aplicar justicia serán los tribunales y nunca la violencia. No obstante, en este artículo lo que nos interesa es profundizar en el aspecto neurológico y psicológico.
Pongamos un ejemplo. Quienes tengan cierta afición a seguir la literatura criminalística recordarán sin duda el nombre de Ted Bundy. Fue uno de los peores asesinos en serie de la historia, y a día de hoy, aún no se sabe con exactitud el número de víctimas a las que quitó la vida. Tras una serie de entrevistas, pruebas psicológicas y neurológicas se descubrió algo que más que una personalidad psicopática.
Bundy mató a un gran número de jóvenes por un deseo de venganza mantenido durante años. El origen (o desencadenante de su conducta) fue el abandono sufrido por parte de una pareja afectiva. Aquel rechazo alimentó una rabia desmedida y casi salvaje en él. Su ira hizo que buscara víctimas con las mismas características físicas que la chica que lo abandonó.
La venganza, como vemos, puede actuar en ciertas personas como un mecanismo claramente agresivo y brutal. En la actualidad, los neurocientíficos ya han descubierto los mecanismos y las áreas que regulan este tipo de pulsión. Es un tema tan interesante cómo revelador. Veamos más datos sobre el tema.
“Adiós, bondad, humanidad y gratitud… Adiós, todos los sentimientos que ennoblecen el alma. He querido ocupar el puesto de la providencia para recompensar a los buenos…, Ahora cédame el suyo el dios de las venganzas para castigar a los malvados”.
-El conde de Montecristo, Alejandro Dumas-
La neurociencia de la venganza
Si nos injurian… ¿no debemos vengarnos? Decía Shakespeare en una de sus obras. Todos en algún momento de nuestra vida hemos experimentado esa misma sensación. Tras sufrir una afrenta o un mal acto por parte del alguien, es casi inevitable no desear devolverle a la otra persona el daño sufrido. Sentirlo así y experimentar incluso ese deseo, es neurológica y emocionalmente un hecho normal.
No obstante, la mayoría racionalizamos la situación y tras una etapa de reflexión y adecuada gestión emocional, nos contenemos y pasamos página. Este último proceso, ese que regula y apaga el deseo de venganza, está mediado por nuestra corteza cerebral. Aquí, y concretamente en el área dorsolateral prefrontal (DLPFC), se activan nuestros proceso de autocontrol.
Ahora bien… ¿qué ocurre con esas personas caracterizadas por una personalidad vengativa?
La herida del rechazo y la injusticia
La Universidad de Ginebra realizó a principios del 2018 un interesante estudio. La neurociencia de la venganza cuenta ahora con pruebas muy sólidas que nos demuestran diversos aspectos muy llamativos.
- Normalmente cuando hablamos de este tipo de conducta es común referirnos a procesos como la ira y la rabia. Sin embargo ¿qué provoca la aparición de este tipo de emociones? El desencadenante de la mayoría de actos de venganza parece ser el rechazo.
- El rechazo es esa sensación angustiosa donde una persona se siente separada de algo que, hasta hace bien poco, le era significativo. Puede ser una pareja, un trabajo, sentirse apartado de un grupo familiar o un grupo determinado, de lo que uno entiende como “justicia” o incluso puede experimentar que la propia sociedad le está fallando.
¿Dónde se localiza el impulso de la venganza?
La doctora Olga Klimecki-Lenz, investigadora del Centro Suizo para la Ciencia Afectiva de Suiza (CISA) localizó esa área donde se concentran, por así decirlo, nuestras pulsiones vengativas.
- Esa estructura que activa la sensación de ira es una vieja conocida: la amígdala.
- Gracias a una serie de pruebas con resonancia magnética, pudo verse a nivel experimental, como esta pequeña estructura se activa cuando experimentamos una afrenta, un desaire, un engaño y el dolor del rechazo.
- Cabe decir que, en este tipo de situaciones, lo que sentimos en primer lugar es “miedo”.
- Se rompe esa sensación de seguridad y confianza que teníamos sobre algo o alguien hasta no hace mucho, y al instante, surge el temor, la angustia. Tras esto, aparece la rabia y el impulso de ejecutar algún tipo de castigo.
- Ese castigo además establece un sistema de recompensa. Es decir, la persona puede sentir “placer” al vengarse y aplicar sobre otros la misma afrenta sufrida en uno mismo.
- Por otro lado, junto a la amígdala se activa también el lóbulo temporal superior. Estas dos áreas intensifican esa necesidad de dar forma a un acto vengativo. No obstante, lo más interesante acontece después.
- Cuando estas dos estructuras se activan, surge al poco una destacada actividad en la corteza dorsolateral prefrontal. ¿La razón? Para aplacar la intensidad emocional y favorecer el autocontrol.
Este último dato abre sin duda la interesante posibilidad de reducir los actos violentos y vengativos mediante estimulación magnética. No obstante, como bien sabemos las conductas agresivas, como las que caracterizó al asesino en serie Ted Bundy, dependen de muchos más factores que no siempre se explican por factores neurobiológicos.
La fascinación por la psicología de la venganza
Desde un punto de vista cultural e incluso psicológico, la venganza resulta una dimensión interesante. Ahí tenemos obras ya magistrales como El conde de Montecristo, donde Alejandro Dumas nos demostró que la venganza se sirve fría y puede tardar años en verse ejecutada. No obstante, no debemos dejar de lado un aspecto esencial. Las personas que llevan a cabo este tipo de conductas de forma regular evidencian un hecho que científicos como Kevin M. Carlsmith, Timothy D. Wilson y Daniel T. Gilbert han demostrado: falta de empatía.
Aún más, si nos preguntamos por qué hay perfiles caracterizados por esa necesidad casi constante por hacer pagar al resto eso que ellos consideran como “injusticias”, la psicología nos dice que responden casi siempre a un mismo patrón: son personas narcisistas, inseguras, con baja regulación emocional, nula capacidad para perdonar y ausencia de empatía.
Para concluir, vale la pena reflexionar un momento sobre una idea muy sencilla: todos hemos sentido en algún momento el pinchazo del deseo de venganza. Sin embargo, la decisión de guardar la calma y ser prudentes es lo que nos hace humanos, lo que nos hace nobles.
“Las personas débiles se vengan. Las fuertes perdonan. Las personas inteligentes ignoran”.
-Albert Einstein-
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- Chester, DS, Lynam, DR, Milich, R., y DeWall, CN (2018). Mecanismos neurales del enlace rechazo-agresión. Neurociencia social cognitiva y afectiva, 13 (5), 501-512.