La pandemia de coronavirus coincide con una epidemia de soledad
Entre un 10 y un 30 por ciento de personas mayores en España viven solas. Es una epidemia de soledad a la que ahora se le une la pandemia del coronavirus. Atajar la recesión económica que puede originar la pandemia es una cosa, pero ¿y la recesión social? ¿y la crisis de salud mental? ¿ cuándo se abordará en este país?
Con prácticamente toda la gente confinada en casa, las pocas oportunidades de las personas que viven en soledad para relacionarse desaparecen. Sus centros cívicos, sus visitas al supermercado para hablar con gente, su café de las mañanas amenizado por el ruido cotidiano.
Lo dramático es que a esas personas que vivían en esta epidemia de soledad, sin asistencia psicológica pública y personalizada, les ha venido una medida de aislamiento por decreto que se mete en las ranuras de sus casas en forma de cuchillos afilados.
Uno de los efectos colaterales más perniciosos de estas medidas es cómo contribuirá a alimentar una epidemia de soledad que ya tiene mucho camino andado.
La epidemia de soledad que no cesa
A todas esas personas, que no viven solas y que se sienten solas, la casa ahora se “les viene encima”. Hay personas que sienten la soledad como una enfermedad. Algo que les ha traído desde insomnio crónico a depresión. Personas que por su educación no saben entretenerse solas.
No pueden leer porque apenas saben. No pueden superar la brecha digital y tampoco les traería demasiadas ventajas exceptuando algunas videollamadas. Pero hace tiempo que el fijo dejó de sonar. Son muchos de nuestros mayores. Algunos ya sufren depresión con el único tratamiento de medicación. No solo los ancianos, somos nosotros mismos.
La generación sin familia que formar que después de ver unas cuantas temporadas de series por internet en el confinamiento siente la presión de la soledad. La incertidumbre. La añoranza de una caricia, de un acompañamiento en el sofá.
La epidemia de soledad en nuestro país
La soledad se siente a cualquier edad, pero se instala, cronifica y arraiga en unas determinadas circunstancias en las que la edad parece clave. Esto es la consecuencia del contexto actual en el que vivimos, en el que la población de personas mayores de 65 años está creciendo de forma exponencial, con buena salud y con servicios que garantizan su bienestar y mejoran su calidad de vida.
Pero la dispersión geográfica, la diversificación de los modelos de familia y los cambios en los sistemas de comunicación han modificado el contacto personal y familiar.
Las personas mayores están en un proceso de adaptación a dichos cambios, pero a su vez están sufriendo las consecuencias de los mismos: soledad no deseada, visión estereotipada de la vejez, recursos no adaptados, aislamiento y exclusión social.
La epidemia de soledad y el distanciamiento social decretado por el coronavirus
Los seres humanos se desarrollaron para sentirse más seguros en grupo y por eso experimentamos el aislamiento como un estado físico de emergencia.
Eric Klinenberg, sociólogo de la Universidad de Nueva York que ha estudiado situaciones de aislamiento señala que “se entrará en una nueva fase de daño social. Va a producirse un nivel de sufrimiento social. Todo ello relacionado con el aislamiento y el coste del distanciamiento social que muy poca gente está discutiendo por el momento”.
Tenemos que ayudar ya a nuestros mayores y diseñar un plan de salud mental para toda la población
Para la epidemia de soledad no se convierta en pandemia, se han organizado asociaciones vecinales en diferentes puntos de España.
También están proliferando las iniciativas individuales. En muchos portales han comenzado a aparecer carteles en los que los vecinos se ofrecen de manera totalmente altruista para ayudar a estas personas.
Iniciativas para que nuestros mayores sepan que no están solos
Además de estas iniciativas individuales, en Madrid también se ha creado un sistema organizado, que reúne a más de 500 personas que actúan por distritos a través de grupos de Whatsapp. En ellos, explican dónde viven, qué disponibilidad tienen para ayudar y también qué respaldo necesitan.
En estos momentos, hay grupos en barrios madrileños como Usera, Chamberí, Latina o Puente de Vallecas. Se están formando apoyados en buena parte de los casos en los colectivos organizados previamente, desde grupos feministas a ecologistas o agrupaciones vecinales.
Hasta ahora se organizan así: solo deben prestar ayuda personas que no estén en riesgo ni tengan síntomas y hay normas de seguridad para no contagiar a quienes están aislados: llamar al timbre y dejar la compra o los medicamentos en el felpudo, donde también se recupera el dinero de los recados.
Otros tipos de asistencia
En estas redes telemáticas, que se unen a las ofertas en plataformas de segunda mano o iniciativas como Tienes Sal, algunas personas se plantean otros tipos de asistencia. Sacar a pasear a los perros de los ancianos o preparar concursos de dibujo telemáticos para los niños. Urgen tareas como imprimir panfletos para repartir en edificios y farmacias.
La dificultad ahora es llegar a quien lo necesita y no navega por las redes. En Oviedo, un grupo de personas desde hace años da desayunos y meriendas solidarias en el Oviedo Antiguo para familias sin recursos. Ahora se ha movilizado para reconvertir su actividad y seguir apoyando tanto a esos colectivos como a los ancianos que residen en esa zona de la ciudad.
Además de reforzar la entrega de alimentos, promueven microrredes de solidaridad para que aquellas familias que tengan dificultades para conciliar puedan dejar a sus hijos con voluntarios. Además, se ofrecerán para ayudar a ancianos a la hora de hacer la compra o bajar la basura y evitar así que tengan que salir de sus casas.
En La Rioja, han sido los médicos jubilados los que se han puesto a disposición del Sistema Riojano de Salud para ayudar en lo que sea necesario. Se han incorporado al equipo que realiza las valoraciones y el triaje telefónico, lo que permite que otros efectivos hagan las intervenciones a domicilio.
Una cuestión de todos
Es importante recordar que incluso si uno está joven y sano es importante mantener una distancia con los demás para limitar el impacto en las personas ancianas o vulnerables.
Hay que hacer todo lo posible para ofrecer a los mayores el apoyo y la ayuda necesaria. De lo contrario, de no contar con esta ayuda se pone a las personas mayores, principalmente las que viven solas, en grave riesgo para su salud y su aislamiento social.
El aislamiento social se relaciona con incremento significativo del riesgo de morir prematuramente incluido el doble de riesgo de desarrollar demencia, un incremento del 29 % de enfermedades coronarias y un 25 % de cáncer.
Además, existe una relación consistente entre el aislamiento social y la depresión, la ansiedad y las ideas suicidas. Todo esto en una sociedad que ya está aquejada de una crisis de salud mental, esta pandemia nos ha encontrado demasiado solos.