La sencillez también es una virtud intelectual
La sencillez también es una virtud intelectual. Al fin y al cabo, todos actuamos como pensamos y la mayoría nos hemos encontrado alguna vez con personas soberbias de mente y corazón, esas para quienes la humildad es poco más que un verbo ruso, algo indescifrable que no merece aplicar. No obstante, ¿por qué abundarán tanto este tipo de egocentrismos?
No es una pregunta casual ni un lamento al aire. En los últimos tiempos, se aprecia casi un exceso de esas voces que se reafirman en que su opinión es la única y verdadera. Cada vez cuesta más escuchar disculpas, admitir que tal vez nos hemos equivocado en algo y que las cosas, posiblemente, podrían haberse hecho mejor. Los egos intelectuales inundan las redes sociales y, a veces, hasta las mesas en las que comemos.
Solo como ejemplo de esta situación: hace poco más de un año, psicólogos del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano propusieron algo decisivo. La sugerencia iba dirigida a toda la comunicación científica: dado el número de estudios que han demostrado ser erróneos o poco válidos, se debería publicar una disculpa para avisar de que ese enfoque estaba equivocado.
Según comenta la promotora de esta idea, la doctora Julia M. Rohrer, la falta de humildad intelectual es un factor cultural. Está tan asentado en nuestros esquemas y comportamientos que alguien debe empezar a dar ejemplo.
Si el mundo de la ciencia cede y admite que muchas de sus conclusiones no son válidas, acertadas ni replicables, tal vez se asiente un primer paso del que poder tomar ejemplo.¿Se logrará? La pelota está en el techo de nuestras cabezas.
La sencillez también es una virtud intelectual
¿Alguna vez te has sentido frustrado porque alguien se negaba a cambiar la opinión sobre un aspecto cuyo enfoque era completamente erróneo? Seguramente muchas. Bien, ahora pensemos en la última vez que nosotros mismos nos dimos cuenta de nuestro error y fuimos capaces de admitirlo. ¿Hace mucho de ello? ¿O es algo habitual en ti?
Hay que admitirlo, a las personas nos cuesta bastante tomar conciencia de que, a veces, erramos, de que hay ocasiones en que nuestra ignorancia sobre algún aspecto es más que evidente. No obstante, tal y como señalábamos con anterioridad, es la propia cultura la que nos insta a aparentar esa invulnerabilidad, esa infalibilidad intelectual que no deja espacio a los contratiempos ni a admitir el fallo.
Es más, en ocasiones hasta se ve con malos ojos que cambiemos de opinión. Es como si los valores, los enfoques y las creencias que mantenemos hoy, los tuviéramos que mantener de manera obligatoria para demostrar coherencia. Estamos más que obligados a variar algunos conceptos como resultado de nuestra experiencia y maduración.
Los cambios nos mantienen actualizados y no pasa nada si hoy dejamos de defender lo que ayer exaltábamos a capa y espada.
Asumir nuestras ignorancias, una gran valía
«La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia» decía Sócrates. «Jactarse del propio conocimiento es la peor plaga del ser humano» afirmaba Michel de Montaigne en el siglo XVI. Pocos filósofos han sido ajenos a la falta de esa dimensión que en psicología llamamos humildad intelectual.
La sencillez también es una virtud intelectual porque con ella siempre tenemos presente que somos falibles, que es bueno tener en cuenta otras opiniones y que es necesario ser conscientes de nuestros puntos ciegos. No obstante, ¿qué son en realidad esos puntos ciegos?
Son los ángulos muertos que nuestro cerebro no percibe. Dicho de otro modo, son esos sesgos de los que no somos conscientes, es nuestra rigidez mental y ese cierre cognitivo con el que alzar muros a las contradicciones, a las incertidumbres y a las opiniones opuestas.
Mark Leary, psicólogo social y de personalidad en la Universidad de Duke, nos señala algo importante: la propia ignorancia es algo invisible para nosotros mismos. No la vemos y si lo hacemos nos costará admitirla porque aceptar que estamos equivocados genera sufrimiento. En cambio, la persona sencilla, la mente que aplica la humildad intelectual, no tendrá problema en asumir el error. Hacerlo facilita el avance, el aprendizaje e incluso el enriquecimiento cognitivo.
La sencillez también es una virtud intelectual
Hay virtudes que pasan desapercibidas pero que, sin embargo, tienen la notable capacidad de hacer de este mundo un lugar mejor. De algún modo, siempre llama más la atención aquel que ostenta un exceso de autoconfianza y de arrogancia, quien se muestra infalible e inflexible ante los ojos de los demás. Son quienes enarbolan pancartas como «yo lo sé todo y nunca me equivoco».
Y, sin embargo, lo hacen. Se equivocan una, dos y diez veces. Porque quien no asume el error, lo repite. En cambio, la persona con humildad cognitiva y emocional se monitorea y se atreve a hacer lo correcto, no lo fácil. Aunque ello implique asumir errores y aceptar otras perspectivas.
Porque, al fin y al cabo, la sencillez también es una virtud intelectual, se alza como ese ejercicio de indudable salud social y emocional con el que destronar el ego para encumbrar la humildad, haciendo caer prejuicios para abrir ventanas a la flexibilidad y la comprensión. Pocas artesanías psicológicas son tan necesarias a día de hoy. Procuremos ejercitarla, esforcémonos por hacerla real.