Las consultas están llenas de gente sensible, no de locos
Cuando el mundo resulta demasiado contradictorio y duro de soportar, la patología aparece en las personas como una defensa ante él. La dicotomía normalidad versus anormalidad se vuelve difícil de entender cuando a veces el entorno es lo que falla y los síntomas de las personas con algún trastorno psicológico son simplemente la evidencia de que se resiste, se lucha ante lo que no se entiende, aunque sea de la forma equivocada.
Nos damos cuenta todos los que trabajamos en esta maravillosa disciplina científica llamada psicología: las consultas están llenas de gente sensible, no de locos. No están llenas de enfermos mentales. Están llenas de personas con una sensibilidad especial que de no seguir siendo atendidas adecuadamente cargarán con la etiqueta de enfermos, cuando son ante todo valientes intentando resistir.
“De todos los diagnósticos, la normalidad es el más grave, porque ella es sin esperanza “
– Jacques Lacan-
Catalogar como locura o enfermedad mental la sensibilidad al sufrimiento
El nuevo DSM-V, donde se recogen todos los trastornos psicopatológicos, añade muchas más etiquetas diagnósticas de lo que a muchos psicólogos nos gustaría. A veces se cataloga el sufrimiento como algo dañino sin atender al hecho de que es el mismo sufrimiento el que nos indica que algo de la vida de la persona debe cambiar en su forma y su función.
Ponerle una etiqueta a todas las modalidades de sufrimiento, aproxima un instrumento que pretende ser científico al temido “efecto Barnum” que se entiende muy bien si hablamos de horóscopos: cualquier descripción puede valer para el que la lee o la recibe pues es demasiado general. En este caso, aunque este nuevo DSM V quiere resultar lo más específico posible, tiene demasiados diagnósticos, tantos que cualquiera de nosotros podríamos tener uno, o varios.
El sufrimiento psicológico no radica en una parte específica del cerebro. Es situacional y subjetivo al mismo tiempo, con efectos en el cerebro pero no a la inversa. Si así fuera hablaríamos de un trastorno psicológico debido a una causa orgánica, algo que debe tratarse de forma distinta.
La psicología busca las claves para modificar la forma con la que hacer frente a una situación que produce dolor en la persona o para minimizarlo en la medida de lo posible; lo que tendrá sus efectos en el cerebro por la maravillosa plasticidad de este.
La psicología es una ciencia, pero no tiene que ser una ciencia médica, sino una ciencia exacta, sanitaria pero con entidad propia y distinta a la de la medicina o la psiquiatría, aunque se pueda trabajar de forma conjunta. Para ello, debe volver a mirar a sus raíces y explorar lo que nuevos movimientos ya hacen: dejar de hablar de categorías, para hablar de personas dentro de un contexto complejo. Todo ello con sensibilidad y rigor, que no son opuestos.
El riesgo de tratar como “locura” a la defensa contra ella
Los profesionales de la psicología tenemos una gran responsabilidad con respecto los pacientes. Muchos de ellos vienen buscando un tratamiento serio, pero también vienen buscando algo de humanidad y sensibilidad. No somos ajenos al mundo en el que viven, nosotros también nos encontramos en él.
Por tanto su sintomatología no solo nos dice qué les ocurre, sino también contra qué se resisten, qué parte del mundo, qué parte de su historia y su relación con el mundo no ha sido integrada. Eso no nos habla solo de su sensibilidad, sino de la falta de ésta que el mundo tiene.
La esquizofrenia, el trastorno límite de la personalidad, la depresión, el trastorno por dependencia o el trastorno bipolar pueden tener diversas causas y síntomas, como así queda recogido en diversos manuales y estudios. Lo que no queda recogido a veces con la misma claridad es que la variabilidad de los pacientes nos exige compromiso en la búsqueda de lo que realmente les aboca al trastorno y cuáles son los recursos con los que cuenta para hacerle frente.
Incluso en trastornos como la esquizofrenia o el trastorno bipolar con un correlato biológico nada desdeñable, la psicología tiene que actuar como una lupa, un microscopio y un telescopio a la vez: saber ampliar, analizar con detalle o con perspectiva qué ha ocurrido en la vida de esa persona para que sus síntomas sean esos, con esa intensidad y no otros.
Lo que para una persona puede ser un ambiente estable y tranquilo, para otra puede ser limitante y culpabilizador. Aun teniendo los mismos correlatos biológicos, dos personas pueden ser totalmente distintas dependiendo de lo que han vivido y de la interpretación que han hecho de lo que han vivido.
Es por ello que hay que estudiar la sensibilidad, la reactividad a un mundo hostil y el aislamiento emocional en todos los casos, pues son caldo de cultivo para cualquier trastorno psicopatológico. Tratar con rigor científico, pero también con conciencia social.
Evitar las etiquetas destructivas: una persona puede haber pasado por maltratos, abusos, enfermedad y todo tipo de situaciones difíciles y aún así estar en pie, frente a ti, ya sea como persona o como profesional. Es un valiente y merece ser tratado como tal. Sus síntomas están quebrantando su sensibilidad y apego por el mundo, alejándolo cada vez más de sus metas y sueños.
No seamos copartícipes de la indiferencia y frialdad con las que el mundo les obsequia. Que su sensibilidad vuelva para arroparlos y no para desquebrajarlos. Su debilidad puede ser mañana la nuestra, sanándola lo hacemos también por este mundo de “locos” que todos de alguna manera sufrimos.