Lo bien disfrutado jamás es olvidado
Lo bien disfrutado, aunque fuera breve, jamás se olvida. Porque hay amores cuyo recuerdo aún nos deleita, por aquellos besos atolondrados, aquellas caricias llenas de ganas y esas miradas que lo decían todo sin necesidad de palabras. Son recuerdos a los que volver en secreto, y aunque el amor fuera efímero, si nos hizo feliz, no tiene por qué contar como error.
Hay quien dice que la memoria en ocasiones actúa como un cachorro algo torpe. Le tiramos una pelota y nos devuelve cualquier cosa que encuentra por el camino. El cerebro funciona con asociaciones, lo que nos devuelve del arcón de la memoria nunca es exacto y suele descartar muchos detalles para quedarse con la esencia. No obstante, es agradable saber que si hay una cosa que le agrada, son los momentos felices.
Hay recuerdos que suspiran, poemas inscritos en miradas que ya son nostalgia y amores que aunque breves, son como un perfume etéreo que aún perdura. Porque lo que fue bien disfrutado jamás es olvidado, ni aún menos contará como error.
Es importante tener en cuenta un detalle importante sobre los buenos recuerdos. Lo disfrutado en un momento puntual de nuestras vidas, se integrará en nuestra memoria emocional de forma significativa solo si nosotros interpretamos dicha vivencia como trascendente y positiva.
Lo creamos o no, esto en ocasiones, no resulta precisamente fácil. En especial si hablamos de relaciones afectivas. Porque a veces, lo que fue breve trae consigo largas temporadas de lágrimas. ¿Cómo quedarnos entonces con lo “positivo” de estos momentos vitales?
Lo disfrutado merece ser apreciado
Sonja Lyubomirsky es una conocida psicóloga de la Universidad de California especializada en el estudio de la felicidad. Con libros como “The myths of happiness” (los mitos de la felicidad) nos aporta un enfoque algo distinto del que es habitual dentro del propio campo de la psicología positiva.
Según esta autora, para alcanzar el bienestar y nuestro máximo potencial personal, hemos de dejar a un lado el pasado porque es irrelevante para el presente. Para el aquí y ahora. Si bien es cierto que podemos entender este enfoque, la verdad es que resulta muy complicado de poner en práctica.
Las personas somos recuerdos, somos el sabor de aquel primer beso, el olor del pastel que nos preparaba nuestra abuela y también somos todas esas lágrimas derramadas a escondidas en cada una de nuestras decepciones. Por ello, antes de buscar “esa pastilla mágica” con la cual borrar los malos recuerdos, lo mejor es “reinterpretarlos”.
Lo disfrutado merece ser apreciado y lo lamentado merece ser visto desde otra perspectiva más integradora, más armónica. Si un amor fue breve y te dejó desilusiones, quédate con lo vivido. Si una persona te traicionó, quédate con lo aprendido. Si te has equivocado, no te alimentes del fracaso. Coge aire y que los errores sean ahora tu mejor aprendizaje.
La importancia de los recuerdos positivos
Ya sabemos que la memoria es selectiva, que no es exacta y que le gusta interpretar las cosas a su manera. Ahora bien, tal y como señalábamos al inicio, si hay algo que nuestro cerebro agradece, es que le ofrezcamos no solo experiencias agradables, sino que que además, hagamos el esfuerzo de interpretar lo experimentado como algo positivo y enriquecedor.
Resulta curioso, por ejemplo, cómo en ocasiones una misma vivencia puede resultar tan diferente vista a través de dos miradas. Para entenderlo un poco más pongamos por caso que nos vamos de vacaciones con nuestra pareja. Al llegar al destino, el mal tiempo nos acompaña todos y cada uno de estos días.
Tiempo después y al hablar de ello, nuestra pareja recuerda aquello como un hecho de auténtica mala suerte: fue perder el dinero. Nosotros, por nuestra parte, lo interpretamos de otro modo, hasta el punto de guardarlo en nuestra memoria como algo muy significativo y especial. Porque a pesar de la lluvia, pudimos pasar más tiempo de intimidad en la habitación del hotel.
Como podemos deducir, sería pues maravilloso para nuestro bienestar tener esa disposición natural para ver las cosas con otras gafas. Con otros cristales con los que reajustar lo vivido de un modo más positivo y enriquecedor. Martin Seligman, padre de la psicología positiva, nos sugiere algo que sin duda puede servirnos de ayuda para lograrlo.
En su libro “La auténtica felicidad” explica que uno de los mejores ejercicios para propiciar recuerdos positivos es intentar dar las gracias por algo cada día. Puede que a más de uno le parezca algo irónico o incluso demasiado “espiritual” pero en realidad, es un ejercicio muy efectivo.
Dar las gracias es como pasar cada vivencia por un filtro. Siempre queda algo, un poso, un resto apenas perceptible pero que reluce como polvo de diamantes. Es ahí donde están los auténticos aprendizajes, ahí donde queda lo disfrutado y lo que va a merecer ser recordado.
Puede que en el fondo, ese perro de la memoria del que hablábamos al inicio no fuera tan torpe. Aunque no nos traiga esa pelota que le habíamos lanzado, es muy posible que nos venga con algo que deseábamos recuperar: un recuerdo significativo de nuestra memoria al que ahora valoramos como positivo.
Porque quien es capaz de recordar el pasado sin dolor, tiene la oportunidad de disfrutar del presente con pasión.