Soy lo que soy por nacer donde he nacido
“Nacer significa estar obligado a elegir una época, un lugar y una vida”
-Hayao Miyazaki-
Independientemente del lugar, cada uno de nosotros se ve obligado al nacer a ligarse a un sitio.
Nos adherimos a una sociedad concreta que tiene unas costumbres y reglas determinadas y que nos transmite, en los primeros años de crecimiento, su «manera de hablar» y su cultura.
Nuestra particular forma de ver el mundo
Los primeros años de dicho desarrollo personal son claves para los años de la adolescencia y la posterior edad adulta.
La familia, tampoco elegida, y sus conocidos ya se han encargado para entonces de «contagiarnos» su lengua y con ella, su particular acento.
La familia nos contagia su particular forma de ver el mundo al igual que más adelante, las relaciones que vayamos teniendo.
Sin duda, en el momento en el que salgamos de nuestro lugar de procedencia, este será un rasgo que nos va a identificar en muchas ocasiones.
Como se sabe, en un mensaje comunicativo se encuentra mucha información de la persona que habla: la geografía se mezcla con otros factores sociales como la instrucción o la edad.
Dentro de la instrucción, no solo entran los niveles educativos que tengamos, sino también los hábitos, los valores y las formas de conducta que estamos familiarizados a ver desde pequeños.
Es por ello, por lo que si vamos a la India, probablemente veamos como diferente la forma de comer de los habitantes: lo normal, para nosotros, es usar cubiertos.
Yo soy como soy porque he nacido en un lugar en el que me han inculcado unos modos de vida determinados, conscientes e inconscientes.
Por eso, me gusta comer a las dos y cenar a las diez, no puedo dormir si no es con persiana y conduzco por la derecha.
Y yo, por ser de donde soy, te indico que pares con la mano abierta aunque en Grecia sea un insulto, me como toda la comida de los platos como signo de gratitud y, a pesar de que nunca lo haría en China, considero un buen regalo una flor blanca.
Más tarde, tendremos la edad suficiente para querer irnos de aquella casa que nos ha enseñado y probablemente viajemos.
Si es así, con los años iremos aprendiendo que hay dos tipos de personas: las que nacen y viven siempre en un lugar y las que pueden llegar a sentirse extranjeras en su propio país, parafraseando a Descartes.
Podríamos, entonces, llegar a Holanda y vernos obligados a dar las gracias al camarero cuando nos levantáramos de la mesa de un restaurante. O, seguramente, iríamos a Japón o China, y al dejar propina nos mirarían mal y se sentirían ofendidos.
También, puede ser, que si viajáramos encontráramos a gente que nos estrecha la mano en Alemania, pero no que nos de dos besos o personas que comen con las manos como símbolo de mejor alimentación en la India.
Parece intuirse con estos ejemplos lo que afirma la canción: somos lo que somos por nacer donde hemos nacido.
Quedan fuera las intenciones de defensa patrióticas: un país no es más importante que otro, simplemente podemos sentirnos más o menos identificados con la cultura que hemos adquirido desde que nacimos.
El resto de códigos culturales es necesario adquirirlos por respeto y tolerancia a aquella gente que es así por el contexto sociocultural en el que se encuentra, cómo tú y cómo yo.
Somos hijos de un tiempo
“Somos como árboles, pero con una diferencia, somos aquellos que nos nutre. En mi pueblo aprendí y descubrí las palabras, pero a medida que voy haciéndome mayor, más que de un lugar, yo creo que somos hijos de un tiempo”
-Tomás Val-
Puede llegar un momento en la vida en el que hemos crecido lo suficiente para llegar a esta reflexión.
Quizá no es que seamos hijos de un lugar, sino hijos de un momento vital.
Nuestros hijos serán la herencia que queramos dejarles y, metafóricamente hablando, entra en ella todo aquello que, hemos dicho, simboliza un lugar.
No se trata de pertenecer o no a un país concreto, sino de la existencia de muchas visiones de ver las pautas de conducta humana.
El tiempo en el que vivimos configura los espacios y viceversa; y, sin lugar a dudas, eso y nuestras decisiones hablan por nosotros mismos.
Estamos condicionados por aquello que nuestros antepasados fueron componiendo, en tradiciones, en formas relativas de ver el mundo.