Que lo que tenga que crecer, crezca
Hoy he decidido que voy a darle tregua al corazón para dejar que los acontecimientos fluyan y para que pueda crecer lo que tenga que crecer. Quizá es el momento de no contener tanto mis emociones, sino de permitir que nazcan espontáneamente y se moldeen sin miedos ni censuras: supongo que necesito darme la posibilidad de no forzar las cosas y no seguir nadando contra la corriente.
Ocurre que en algunas ocasiones he buscado vivir experiencias que parecían no estar hechas para mí y, en lugar de liberarme de ellas, he deseado que salieran como me hubiera gustado. Entonces, me he olvidado de los efectos secundarios que trae obligar a las circunstancias a adaptarse para lograr encajar lo que no encaja y me he provocado mucho daño.
Así que, si tiene que llegar, que llegue: con las puertas entreabiertas y los pies con sujeción al suelo, pero sin cadenas. Porque las cadenas nunca fueron buenas, sobre todo aquellas invisibles que uno mismo se pone y luego olvida el lugar en el que escondió la llave. Adiós a la cohibición, al miedo, a la presión, a la frialdad, al pánico, al control excesivo de las situaciones.
“Que llegue quien tenga que llegar, que se vaya quien se tenga que ir, que duela lo que tenga que doler… que pase lo que tenga que pasar”.
-Mario Benedetti-
Forzar las situaciones: los efectos secundarios
La mayoría de veces que creo tener mis emociones bajo control resulta que estoy equivocada, dado que la excesiva cautela con la que me relaciono con ellas me hace forzar situaciones y perder el control por completo. Reprimir, negar, camuflar o calmar lo que se siente en lugar de dejarlo crecer, no nos permite escucharnos ni conocernos mejor.
He visto cómo en algunas circunstancias deseaba parar el tiempo o acelerarlo; salir huyendo para después arrepentirme; negarme la sinceridad mientras la buscaba fuera… Y he sido consciente de cómo perdía oportunidades, vagones e incluso trenes completos que podrían haberme ayudado a ser más feliz.
Forzar las cosas conduce siempre a un estado de incomodidad e insatisfacción camuflada que se queda dentro de uno mismo, transformado en energía negativa. Si lo hacemos podemos pagar un precio muy alto por ello, pues tal malestar se expande también hacia un desgaste físico y mental: bloquear los sentimientos no evita que estos busquen una salida ni que esta pueda ser una enfermedad.
La clave está en el fluir natural
Ahora me he dado cuenta de que cuando soltamos el deseo de que las cosas funcionen como esperamos y no como tienen que funcionar es cuando todo empieza a acomodarse: los muros se derriban y los acontecimientos comienzan a fluir para crecer y encajar naturalmente.
“No tengo más que un puñado de besos, y un ejército
de caricias
sin una razón para invadirte,
pero es que he visto ciudades enteras
hundirse por sonrisas mucho menos bonitas que la tuya,
así que sigue, baraja otra vez
que aquí vamos a seguir jugando”.
-Pablo Benavente-
Se trata de esperar con ayuda del tiempo a no tomar decisiones precipitadas ante lo inesperado, con el fin de lograr aprovecharlo al máximo. Se trata, también, de no adelantarse a lo que aún no ha llegado y dejar que el devenir se produzca en armonía, sin buscar evitarlo o cambiarlo antes de que suceda.
¿Cómo lo consigo?
Lo primero que es bueno tener en cuenta es que “dejar fluir” o “dejar crecer” no es equivalente a no esforzarnos o no hacer nada, sino que es ser conscientes de que hay muchas cosas que no podemos controlar. Entender esto puede hacer que dejemos de chocar contra la misma pared una y otra vez: la vida cambia constantemente y de manera imprevisible, arrastrando con ella los planes, los proyectos e incluso a nosotros mismos.
Necesitamos pensar que todo es temporal y que incluso el propio tiempo necesita su tiempo: las prisas, las obsesiones y las exigencias que tenemos con él podrían volverse en contra. Necesitamos tener paciencia para que lo que tenga que suceder, cunado hemos decidido esperar, suceda.
“La felicidad está en las cosas que no planeas, en las que no ves venir”.
-Serie: Anatomía de Grey-