Los 3 amigos de la buena suerte
¡Pero qué mala suerte tengo! Si has dicho esta frase en más de una ocasión, (o demasiado en los últimos tiempos) quizás no sean los tréboles de cuatro hojas o las herraduras los que puedan cambiar tu situación, sino tus hábitos y cómo te manejas en la vida.
Si después de esforzarte -al máximo para poder lograr algo que quieres- fracasas, si parece que estás caminando siempre con una nube negra sobre tu cabeza o si no puedes avanzar casillas en el juego de la vida. ¿Es mala suerte?
Dentro de la psicología se ve a la suerte y a las personas de una forma un tanto distinta. Así, mas que de mala suerte o de karma, se habla de una dimensión de la personalidad: el “locus de control” ¿A qué alude esta dimensión? Básicamente tiene que ver con la manera en la que vemos la vida.
Existen dos sub-dimensiones dentro del “locus de control”. El ” locus de control” interno permite que nos demos cuenta de que existen resultados sobre los que tenemos una gran parte de responsabilidad, tanto sea en el éxito como en el fracaso. Tiene mucho que ver con la manera en la que trabajamos, nos esforzamos, somos disciplinados, confiamos en nuestras capacidades y tenemos una buena autoestima.
Y por el otro lado existe el “locus de control” externo. Éste tiene que ver con el grado de influencia que le atribuimos a los acontecimientos o elementos que no podemos controlar sobre los resultados que obtenemos. Aquí es donde entra en juego la suerte como elemento estrella que no podemos controlar. Es una especie de baúl en el que puede caber todo lo que queramos, o mejor dicho, todo lo que queramos que quepa.
Tengamos como tengamos nuestras dos dimensiones de “locus de control”, debemos reconocer que no existe ningún resultado -con cierta trascendencia- que dependa exclusivamente de nosotros o que lo haga, por el contrario, de causas externas. Así, por mucho que hoy se haya puesto enfermo el panadero, si hoy no tenemos pan sobre la mesa en porque no hemos encontrado la motivación suficiente para acercarnos a otra panadería. Por otro lado, tampoco podemos negar que si el panadero hubiera estado sano hoy tendríamos pan sobre la mesa.
Podría decirse entonces que la “mala suerte” es una “costumbre atributiva”, en parte cierta pero también en parte cómoda. Nos sirve para evadir la responsabilidad o para tapar el hecho de no haber invertido el suficiente esfuerzo o de no haber desarrollado la suficiente habilidad.
Hay que recordar que “la mala suerte atrae más mala suerte”. Como hemos dicho antes es una justificación que puede acomodarnos ante la vida y al mismo tiempo cargarnos de frustración. Así, sin querer podemos llegar a desarrollar una enorme indefensión ante lo que nos ocurre. Si lo que sucede no depende de mí, ¿Para qué hacer algo? Ya pasará cuando tenga que pasar.
Así, se suele decir que la mala suerte acostumbra a vivir en aquellas personas que piensan que la solución a todos los problemas la trae el propio paso del tiempo.
Aunque te he estado hablando todo el rato de mala suerte, lo que he dicho vale igual para la buena suerte. Curiosamente, las personas que no creen demasiado en la suerte, buena o mala, atraen a la buena. ¿Por qué? Porque se mueven, porque buscan soluciones, porque en una lotería son quienes apuestan más fuerte y compran más participaciones.
Curiosamente, otras personas que atraen a al buena fortuna son las optimistas. ¿Por qué? Por la profecía autocumplida.
¿Y qué eso? Imaginemos que tenemos que mantener un diálogo con una persona que pensamos que es un tanto “mal educada”. Probablemente en la conversación utilizaremos unas maneras más toscas y haremos que la otra persona también las utilice. Así, se verá reforzada nuestra idea una y otra vez: tosco tú, tosco él. Con esto quiero decir que muchas veces, siendo positivos o negativos hacemos que las cosas pasen de una u otra forma y evolucionen de una u otra forma.
Aunque quizá no os hayáis dado cuenta, ya os he presentado a dos de los tres mejores amigos de la buena fortuna:
-Pensar que la suerte no existe antes de afrontar una tarea.
-Afrontar esta tarea o situación con optimismo.
¿Y el tercero? La memoria selectiva. Ya que ves el mundo con unas gafas. ¿Por qué no elegir las que te ayuden más? Sí, he dicho las que te ayuden más y no las que reflejen mejor la realidad. Con gafas me refiero a tu memoria selectiva: esa que hace que cuando estás triste te acuerdes de todo lo triste y que cuando estás alegre te acuerdes de todo lo alegre. Pues bien, los estados de ánimo no tienen por qué elegir aquello que aparece subrayado en tus recuerdos. Tú también puedes elegir en qué lugar de la memoria pones tu atención.
Así, si recuerdas todas aquellas veces en las que te has esforzado y has conseguido un resultado será más fácil que desarrolles una solución afortunada: ya sea porque las soluciones se parecen o porque entiendes que la solución está en ti y dedicas más esfuerzo para alcanzarla.
Si te alías con estos tres amigos, te aseguro que ganarás en fortuna. Una fortuna que no se refiere a la lotería sino a que te toquen las pequeñas cosas del día a día. Sí, esas que construyen la verdadera felicidad.