Los antihéroes y su oscuro atractivo: ¿a qué se debe esta fascinación?
Walter White, Tony Soprano, Don Draper, Daredevil, Jessica Jones, Maléfica… Podríamos extender mucho más esta lista y encontraríamos, sin duda, a muchos de nuestros personajes favoritos del mundo del cine, la televisión, el cómic o la literatura. Los antihéroes nos fascinan. Sus valores morales son, a veces, cuestionables y hasta sancionables, pero aún así nos atrae ese lado oscuro.
Asimismo, llevamos más de una década viendo cómo este tipo de perfil psicológico sigue posicionándose con más fuerza entre nuestra cultura. Por alguna razón, han dejado de atraernos las figuras virtuosas, esas que Carl Jung definió en su arquetipo del héroe y que hacían frente a la maldad. Nuestros eternos salvadores, esos que traían la luz para escampar las tinieblas, ya no nos inspiran.
¿La razón? No hay una, en realidad hay muchas. Decía el antropólogo Levi-Strauss que ningún mito, leyenda o figura arquetípica es casual, porque todas estas entidades tienen su representación en el mundo real. De algún modo, hemos empezado a sentir mayor cercanía por esos personajes falibles, imperfectos y hasta faltos en ocasiones de moral.
Conozcamos las causas y el relieve interno que se esconden detrás de la máscara del antihéroe.
Los antihéroes: ¿quiénes son? ¿por qué nos atraen?
El tiempo de los auténticos héroes parece que ha caducado; puede que su reinado acabara mucho antes de lo que pensamos. Figuras como Hércules o Perseo dejaron de resplandecer hace mucho y aunque el mundo de la literatura nos trajo figuras inolvidables como el Conde de Montecristo, James Joyce renovó ese concepto. Nos regaló su Ulises y esa novela en la que, de pronto, tomábamos contacto con un conjunto de antihéroes que rozan lo cómico y lo trágico.
De algún modo, todo antihéroe tiene precisamente esos mismos ingredientes: el velo de lo traumático y el reverso de lo cómico. El Joker es un ejemplo, y aunque en ocasiones lo concibamos como un villano, lleva en su ADN la esencia de lo antiheróico. Es un hombre con un terrible pasado que se viste de payaso, que se ríe de lo cruel y que pinta una sonrisa en un rostro marcado por la tristeza.
Es fácil empatizar con el antihéroe porque no siempre es feliz y eso en los tiempos actuales es fácil de comprender. Profundicemos un poco más en este concepto.
Los antihéroes auténticos y los antihéroes imperfectos
Es importante no confundir al antihéroe de manual de aquel que, simplemente, es imperfecto. Tony Stark (Ironman) o el propio Batman simbolizan a estos últimos. Tienen sus luces y sus sombras, el uno es excéntrico y hasta irresponsable y el otro cuenta con ese pasado complicado a raíz de la muerte de sus padres. No obstante, ambos no dejan de ser héroes salvadores, personajes que resuelven grandes problemas y que, como bien señalaba Carl Jung, simbolizan el arquetipo del salvador.
Ahora bien, los antihéroes reales no salvan a nadie, de hecho, ya tienen bastante con garantizar que se levantan cada día. Son figuras que emergen a partir de la adversidad, del trauma, de la pérdida o la traición. A partir de ahí crean su mundo particular, uno en el que rigen sus leyes y su propio sistema de valores, muy diferentes al de la mayoría.
El bien y el mal se disuelven y pueden navegar en ambas esferas, siendo capaces de grandes proezas y de actos que vulneran por completo la legalidad.
Es fácil empatizar con ellos
A los héroes se les admira y con los antihéroes uno se identifica. ¿Cómo puede ser? Resulta contradictorio que uno pueda meterse en la piel de personajes como Walter White o Tony Soprano y disfrutar en cada uno de sus actos. Y, sin embargo, es así. Porque nuestro sentido de empatía hace que nos identifiquemos más con la persona infeliz, desesperada, frustrada y que actúa contra un sistema fallido.
Recordemos a Walter White, capaz de ganarse nuestra simpatía por ser ese profesor de química de secundaria enfermo de cáncer que decide producir metanfetamina para pagar la manutención de su familia. Pensemos también en Maléfica, un hada traicionada y vejada por un amante que, además de abandonarla, vuelve más tarde para arrancarle las alas.
Es muy fácil proyectar nuestra identificación con este tipo de figuras. Su lado oscuro nos es atractivo porque empatizamos con el motivo que les llevó a esa dimensión.
En una sociedad fallida el antihéroe nos libera
The Punisher, Daredevil, Jessica Jones… En los últimos años han proliferado las adaptaciones en la pequeña pantalla de estos personajes del mundo del cómic. Hay algo en los antihéroes que actúa como bálsamo, como agente catártico. Ellos representan muchas de las cosas que nosotros pensamos, pero que jamás pondríamos en práctica. Ellos vengan y actúan fuera de la ley para dar justicia (su justifica) a una sociedad fallida.
En ocasiones, el antihéroe es capaz de tomar medidas drásticas contra esas injusticias. Sus reacciones extremas también nos son (secretamente) atractivas. Admiramos su resolución ante esas cosas que nosotros jamás nos atreveríamos a cambiar.
El antihéroe nunca cambia (y queremos que siga siendo así)
El antihéroe miente, puede ser cruel, traicionar y hasta matar a alguien de forma violenta. Pueden ser contradictorios, los podemos odiar a instantes y decirnos que es mejor no volver a saber de él. Los evitamos en algún momento porque desafían nuestros códigos éticos y morales, pero aún así, tarde o temprano, queremos saber más de ellos… Ver otra película, otro capítulo de esa serie, leer otro cómic u otro libro.
En el fondo de nuestro ser no queremos que cambien. Así, cuando el superhéroe se desvía del sendero del bien, hace lo imposible para retomar el buen camino. El antihéroe en cambio nunca aspirará a dejar de ser lo que es. Y nosotros, los queremos así, imperfectos.
Para concluir, a día de hoy los héroes han sido desplazados por esos antihéroes que, de algún modo, actúan como espejos de nuestros más oscuros deseos. Esos que jamás revelaríamos en voz alta.