Los malos momentos traen amigos verdaderos
Hay personas que nos ayudan a no caer en los momentos más complicados. Personas que nos ofrecen su tiempo y su cariño para que nos sintamos mejor. Un hombro en el que llorar que no te pide nada a cambio, sino que obtiene su gratificación cuando alcanzamos el alivio emocional que tan necesario es en los malos momentos. Ellos son nuestros amigos verdaderos.
Por eso, como se suele decir, en tus peores momentos sabrás quién merece estar en los mejores. Porque esas personas son un ancla de realidad, una apoyo, un enganche hacia nuestra vida y las cosas buenas que albergan en ella.
Por eso nuestro tiempo, envuelto o sin envolver, es un maravilloso regalo. Una dádiva que tiene como base la reciprocidad, un bien tan preciado que debemos seleccionar minuciosamente, pues no todos ni todas las causas merecen hacerse con él.
La comunicación emocional, base en los malos momentos
Tendemos a pensar que las personas que nos rodean deben leer entre líneas. A la pregunta “¿qué te pasa?” solemos contestar un “nada” o unas palabras de indescifrable contenido. Cometemos el error de ser escuetos a la hora de ponerle palabras a nuestras vivencias emocionales más angustiosas.
Esto obedece a una especie de pensamiento mágico fundamentado en las expectativas, creemos que los demás tienen que saber distinguir y saber cómo actuar en cada momento. Nos equivocamos y, como consecuencia, somos injustos.
Así que ¡¡ojo!! , cuidado con caer en el error de que los demás pueden adivinar nuestros conflictos y nuestro malestar. Si no comunicamos explícitamente nuestra historia, cabe la posibilidad de que muchos de los que nos rodean no asuman la gravedad de nuestro estad o.
Es peligroso jugar a los adivinos y, como probablemente ya hayamos experimentado la mayor parte de nosotros, es habitual que si nos dejamos guiar “por las expectativas” caigamos en un tremendo error.
Cuando hablamos de relaciones no valen razonamientos del tipo “yo lo haría por ti” o “tendrías que haberlo visto”. No. Es importante que demos a conocer nuestro ánimo y que solicitemos ayuda. En contra de lo que nos pueda parecer eso no nos hace vulnerables.
Es bueno que seamos selectivos a la hora de contar nuestras batallas, nuestra historia.
En este sentido es positivo que nos hagamos conscientes de que en parte somos nosotros los que dejamos “entrar a unas personas y no a otras”, los que con las expectativas que nos acompañan ponemos en jaque la actuación de los demás.
Por eso, cuando alguien nos defrauda, debemos analizar también nuestro comportamiento de la manera más objetiva posible. Debemos evitar eso de “yo en su lugar habría hecho” y ponerle otro tipo de palabras al conflicto y a la decepción.
Haciendo un poco de abogado del diablo os diré que es necesario exaltar la necesidad de intentar abstraer lo que somos y meternos en el otro, en sus patrones de pensamiento, en sus emociones, en su realidad. Esto nos ahorrará más de un disgusto.
Cuando la comunicación fluye: el apoyo emocional
Es maravilloso contar en la vida con personas que “están ahí” precisamente cuando lo necesitamos. De eso no nos cabe duda. Esos abrazos y silencios compartidos nos completan en momentos en los que el vacío emocional nos acosa.
Cuando lo permitimos, hay quienes alzan sus lazos y nos sostienen para que no caigamos por el precipicio, para que no experimentemos la gravedad en toda su crudeza. Entienden el riesgo, pero no se espantan.
Retratan en su permanencia el rostro del aprecio sincero, de la bondad, de la metamorfosis de la relación, del empuje, del sostén emocional, de la “poco llevadera” tristeza insondable, de nuestra desconexión, de nuestra impaciencia, nuestra desesperación, nuestro autoengaño.
Esas personas son las que nos han escuchado cuando nuestros ojos estaban empañados de lágrimas, las que han parado los golpes que nos hemos intentado dar a nosotros mismos por temor a que nos hiciéramos un daño aún más profundo.
No es que la presencia de quienes más queremos requiera grandes gestos o visitas de cortesía, más bien hablamos de la compañía, de las palabras de ánimo, del aliento que necesitamos. Así, quienes están en esos momentos en los que no somos agradables ni atractivos, en los que descargamos nuestras frustraciones y somos injustos, en los que el sufrimiento nos impide ser considerados, merecen estar a nuestro lado en los buenos instantes.
Quien permanece, al margen de todo, a nuestro lado cuando estamos en penumbra, merece acompañarnos en momentos de gran luminosidad. Merecen agradecimiento, calor, cariño y alegría. Merecen una celebración digna y valiosa, merecen su recompensa.