Miedos aprendidos: los temores que nos inculcan los demás
Los miedos aprendidos no nos vienen de “fábrica”, es decir, no están integrados en ese registro cerebral heredado a través de nuestra evolución. Hay temores que nos proyectan los demás, en especial nuestros progenitores. Existen angustias que vemos reflejadas en quienes nos rodean y que de un modo u otro quedan impresas en nosotros con la misma intensidad.
Esto se explica por un hecho tan interesante como revelador. El ser humano, como el resto de organismos vivos, está “diseñados” para aprender de su entorno y sobrevivir. De este modo, y como ejemplo, si nuestro padre teme a los perros, aprenderemos desde bien temprano que estos animales son figuras de las que tal vez debamos protegernos.
Señalaba el psicólogo John B. Watson que todos los miedos que revelamos son aprendidos y no innatos. Hay quien duda de esto último. Sin embargo, es evidente que llegamos a la edad adulta con muchos más miedos de los que venimos al mundo. Y cuidado, porque con “miedos” no nos referimos solo al que podamos sentir por las arañas, las alturas, las ratas o los payasos.
Buena parte de nuestro equipaje de temores se define por entidades invisibles, como puede ser el miedo a no gustar, a fracasar, a que nos abandonen, a defraudar a los demás… Muchas de estas dinámicas las vamos aprendiendo, para bien o para mal, a través de las relaciones con quienes nos rodean.
Miedos aprendidos: qué son y cómo liberarnos de ellos
Decía Woody Allen que nuestros miedos son los amigos más fieles que tenemos; jamás nos engañan para irse con otros porque al fin y al cabo, ¿qué haríamos sin ellos?… Lo cierto es que haríamos grandes cosas si adelgazáramos muchos de nuestros temores. Sin embargo, ahí están, contagiando al cerebro de inseguridades que limitan el potencial desde edades tempranas.
¿Por qué ocurre? Los temores aprendidos también son el resultado de nuestra evolución. Para adaptarnos a un entorno no basta con responder a esos instintos innatos que harán que evitemos los lugares oscuros o que huyamos de los depredadores. Necesitamos integrar nuevas informaciones, datos que nos permitan movernos con éxito en el día a día.
El problema reside en que buena parte de los miedos aprendidos no son útiles ni prácticos, puesto que parten de procesos irracionales. Algo así lo vemos en el ejemplo señalado con anterioridad: los padres que transmiten a sus hijos el temor a los perros, a los gatos, etc. Todo ello nos demuestra cómo los miedos cognitivos y sociales de aprendizaje impactan en los mecanismos filogenéticos más antiguos del condicionamiento del miedo.
No obstante, conozcamos más datos para comprender cómo y por qué sucede este proceso.
La actitud y conducta de nuestras figuras de apego
Para experimentar y quedar condicionados por el miedo, no basta con que nos digan “esto es peligroso y puede hacerte daño”. Los bebés, por ejemplo, aún no entienden las palabras y sin embargo pueden quedar inoculados por el temor de sus padres. ¿De qué manera? A través de las expresiones, las actitudes y los comportamientos.
Las conductas de nuestras figuras de apego son básicas y esenciales para transmitirnos seguridad, bienestar y confianza o, por el contrario, generarnos ansiedad y miedo. Esto lo vemos en los escenarios donde existen conflictos armados. Los niños más pequeños pueden desarrollar miedos a determinados sonidos o imágenes al ver las reacciones de sus familiares.
No nos olvidemos de que los niños son expertos en lenguaje no verbal. Por ejemplo, si ven que su madre o su padre reaccionan con miedo a los pájaros, aprenderán que los pájaros pueden ser peligrosos.
Aprender a temer lo que otros han temido antes forma parte de nuestro repertorio cerebral
Llegados a este punto cualquiera podría decir que los miedos aprendidos los asume quien no es capaz de racionalizar los temores. Es decir, lo esperable sería llegar a la edad adulta y entender entonces que muchas de esas angustias que nos han transmitido los progenitores no son lógicas ni prácticas.
Sin embargo, no es nada fácil desprendernos de los miedos. No es como soltar un peso que uno lleva a la espalda. Así, estudios como los realizados en la Universidad de Columbia nos indican algo relevante. Los miedos aprendidos forman parte del registro cerebral, se trata de un tipo de aprendizaje social para el que estamos programados.
Áreas como la amígdala cerebral, la corteza prefrontal medial y el surco temporal superior son regiones asociadas a la cognición social del miedo. Así, por mucho que nos gustaría eliminar por completo la sombra de esos temores que hemos aprendido con el tiempo, no es algo que se logre rápidamente. Esas sombras de temor irracional están ya inoculadas en las bases neurales.
¿Cómo podemos liberarnos de los miedos aprendidos?
Tener miedo es normal, al fin y al cabo, este mecanismo ha garantizado nuestra supervivencia. Sin embargo, como bien sabemos, muchos de nuestros temores son irracionales y puede llegar un momento en el que sean ellos los que decidan por nosotros y dominen nuestra vida.
¿Cómo manejar entonces los miedos aprendidos? Lo cierto, es que en este aspecto no basta con eso de “ser valientes”. Estamos ante una dimensión que hemos estado reforzando durante mucho tiempo y ante esto solo caben dos aspectos: racionalizar y afrontar.
Es necesario filtrar esos temores desde la lógica y entender que nos han sido dados por los demás y que no son útiles.
Seguidamente, hay que acercarse a esos estímulos amenazantes. Esa exposición paulatina debe ser guiada por profesionales expertos en el tema, solo así nos liberaremos de esas alambradas que limitan nuestra existencia y potencial humano. Tengámoslo presente.
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- Ochsner K. (2007). Learning to fear what others have feared before. Social cognitive and affective neuroscience, 2(1), 1–2. https://doi.org/10.1093/scan/nsm007