El niño dorado, padres con un hijo favorito
El niño dorado es el hijo a quien los padres veneran como una pequeña deidad. Es el trofeo de la familia, esa figura sobre quien se vuelcan mayores atenciones y privilegios discriminando al resto de hermanos. Hay quien insiste que este favoritismo es un mito, pero en realidad más que un mito es un tabú. Un hecho que aparece con frecuencia y del que se prefiere no hablar o admitir.
Hay una evidencia que todos comprendemos y defendemos. Cualquier pequeño que llega al mundo merece dos cosas: amor y reconocimiento. El afecto a los hijos debe ser condicional, pero el favoritismo rompe ese principio y, en ocasiones, puede convertirse en maltrato. El hermano que se siente desplazado se esfuerza lo indecible en lograr el reconocimiento de sus progenitores.
Poco a poco, esa criatura crecerá y se desarrollará con una visión distorsionada de sí mismo. La vulnerabilidad, la baja autoestima e incluso los celos hacia el hermano dorado serán sentimientos que le acompañarán durante años. Por tanto, es momento de admitir que el trato preferencial en la crianza entre hijos existe y que los efectos psicológicos son más serios de lo que pensamos.
El niño dorado, una figura frecuente
Más allá de que se admita o no, buena parte de las madres y de los padres tienen un hijo favorito. La presencia del niño dorado habita en muchas dinámicas familiares. Tanto es así que la ciencia lleva años demostrando este fenómeno. Un estudio de la Universidad de California aporta datos interesantes sobre la crianza diferencial.
Sabemos que cerca del 74 % de las madres y el 70 % de los padres demuestran un trato preferencial por alguno de sus hijos. Lo llamativo es que ellos mismos son conscientes de este sentimiento y no pueden evitar sentir cierta contradicción. Tener una resonancia especial hacia uno solo de nuestros hijos es además un fenómeno que se explica por diversos factores.
¿Por qué se tiene una mayor preferencia sobre uno de los hijos?
Lo que nos dice la ciencia es que en realidad no es que se “quiera más” a uno solo de los hijos. Lo que sucede es que hay una mayor afinidad sobre uno de los niños, ya sea por su carácter o personalidad. Puede que su forma de ser nos recuerde a la nuestra. Es posible también que ese niño dorado sea más afectuoso y dócil que el resto de hermanos.
Otro factor interesante es el relativo al orden de nacimiento. A medida que los progenitores adquieren mejores habilidades psicoemocionales en la crianza, sienten que lo están haciendo mucho mejor con los más pequeños. Esa eficacia percibida puede hacer que sientan mayor sintonía por uno de ellos, hasta hacer de él o ella un niño dorado.
También pueden existir factores inconscientes. Hay padres y madres que ven en alguno de sus hijos la imagen de sí mismos. Casi sin darse cuenta, empiezan a proyectar en esa criatura expectativas y esperanzas frustradas en su vida y que esperan que ese hijo favorito alcance.
En nuestra sociedad damos por sentado que los padres que tienen más de un hijo los aman a todos por igual. Sin embargo, los favoritismos son más frecuentes de lo que pensamos y esas preferencias dejan secuelas en el desarrollo de los niños.
Los efectos del favoritismo entre hermanos
Mientras los progenitores rara vez admiten que tienen un hijo favorito, sin embargo, los hermanos pueden identificarlo al segundo. Porque el niño dorado fagocita todas las atenciones, los afectos y las deferencias. Y admitámoslo, esa dinámica constante en la vida de uno se vive con indignidad y elevado sufrimiento emocional.
Sin embargo, hay algo que también debemos tener en cuenta. El niño trofeo o favorito también sufre los efectos de esa preferencia en su vida y esa losa invisible puede dejar en ocasiones ciertos efectos. Lo analizamos.
Los hijos con amor de segunda clase
Están los hijos preferenciales y están los que habitan en el vagón de segunda clase. Y esas preferencias se perciben de manera temprana. Los pequeños no tardan en advertir que el niño dorado se lleva todos los reconocimientos y las validaciones, mientras ellos deben esforzarse mucho más para lograr un “estoy orgulloso de ti” o un “cómo te quiero”.
Esto les obliga a realizar notables esfuerzos por llamar la atención de los padres. Buscan a la desesperada las muestras de amor que se lleva el hijo favorito. Sin embargo, con el tiempo pueden asumir esa posición de segunda y desarrollar una imagen negativa de sí mismos.
Por no hablar de la rivalidad entre hermanos, una semilla que siembran los propios padres dado el trato diferencial y que origina esa distancia persistente entre ellos.
El propósito de todo niño dorado es ser un ejemplo de éxito para la familia y esto traza en ocasiones una vida de presión, ansiedad e infelicidad.
El niño dorado no siempre es un niño feliz
En efecto, el niño dorado es con frecuencia un niño infeliz y presionado por sus progenitores. Muchas veces se sitúa sobre él elevadas expectativas. Esto implica muchas veces la presión silenciosa de que debe ser bueno en todo, que no cometa errores y que logre aquello que los padres no alcanzaron en su día.
Esos hijos trofeo tienen la obligación de ser un ejemplo de éxito para la familia y esto puede ser altamente contraproducente. Si los hermanos se sienten desplazados, el favorito se siente atormentado. La hiperexigencia familiar y el desafecto de los hermanos puede sumirlos en tempranos estados de ansiedad o depresión.
Asimismo, pueden aparecer otros factores, como la necesidad de ser más maduros, de crecer más rápido y sufrir un temor irracional al fracaso y a generar una decepción en sus progenitores.
Por tanto, si bien es cierto que como padres y madres podemos tener (en ocasiones) cierta inclinación hacia alguno de nuestros hijos, procuremos que esa sintonía no sea discriminatoria respecto a los otros hijos ni una presión disfuncional hacia el niño dorado.
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