No he cambiado: yo no soy como tú esperabas
No he cambiado, en realidad tú nunca me conociste. Has dado demasiadas cosas por sentadas, creaste un amor a tu manera donde tuve que adaptarme, como se adaptan las flores a las grietas de las rocas sin poder echar raíces. No, no he cambiado, y de hecho, me alegro de no ser como tú esperabas: frágil, sin luz propia y obediente…
Es posible que esta imagen te sea conocida. Los expertos en relaciones afectivas nos indican que la mayoría de nosotros disponemos de un especie de “libretto ideal” sobre lo que debería ser el amor. Tanto es así, que incluso Arthur C. Clark, científico, y famoso autor de novelas de ciencia-ficción, defendió que gran parte de las personas llegan a enamorarse de parejas que no existen. Son solo pantallas donde proyectan sueños, ilusiones y ante todo, necesidades propias.
No he cambiado, he crecido. No soy la persona que tú esperabas, porque te esforzaste en hacerme encajar en las líneas de tu egoísmo. Dices que he cambiado, pero en realidad, nunca fui el ser dócil que imaginabas.
Algo a tener en cuenta sobre este tipo de relaciones de pareja basadas en la desigualdad y en las falsas atribuciones es que a veces, existe algún que otro mecanismo basado en la proyección psicológica. “Yo te hago creer que eres débil para así, poder controlarte y no hacer frente a mi baja autoestima y a mi incapacidad para establecer relaciones respetuosas de igual a igual”.
Es un tema sin duda complejo e interesante que te invitamos a profundizar con nosotros.
No he cambiado, en realidad nunca he sido como tú esperabas
Decía Erich Fromm que el amor maduro es aquel donde existe una unión en la cual, se preserva la propia integridad y la individualidad de cada miembro. Esta idea, lo queramos o no, no siempre se cumple. De hecho, resulta curioso ver cómo a pesar de que muchas personas desean vivir en pareja, lo hacen sin conocerse antes plenamente a ellos mismos. Sin haber descubierto sus fronteras emocionales, sin haber sorteados sus miedos y vencido el miedo a la soledad.
Quizá por ello, en ocasiones, en lugar de “compañeros de vida” ansían conseguir simples “cautivos”, parejas que sean las rosas de sus espinas, la almohada de sus vacíos y el aliento de sus desconsuelos. Ahí donde no importa lo que el ser amado sienta o piense, porque lo que impera es ese equilibrio infantil y tiránico donde lo que se necesite, sea rápidamente satisfecho.
Ningún vínculo puede ser perdurable con esta desigualdad y este intento de alineación. Las proyecciones que otros quieran inducir en nosotros responden sin duda a las carencias de quien desea encajarnos en su patrón, en su molde autocreado de lo que debe ser el amor perfecto.
No obstante, ningún amor es perfecto, el amor real es aquel que “es” y “deja ser”, que no busca cambiarnos porque nos ama por todo aquello que somos, por lo que refleja el espejo, por lo que dice el pensamiento y por esa complicidad auténtica donde tu partitura y la mía forman la mejor de las melodías.
El desamor y las auténticas “parejas de viaje”
El amor no debería cambiarnos, su finalidad debe ser siempre la de permitirnos crecer para llegar a otra etapa vital de gran equilibrio personal. Ahora bien, ante la clásica pregunta de si las personas podemos cambiar en un momento dado, la respuesta es sí, y más en estos contextos afectivos con componentes traumáticos.
No, no he cambiado, gracias a ti he aprendido
Factores como el maltrato físico o emocional, el chantaje, la manipulación o incluso el desengaño o el propio desamor, pueden hacer que se “apaguen” muchas de nuestras ilusiones, que se derrumben valores que dábamos por sentado o que perdamos esas fortalezas de nuestra personalidad, que de algún modo, nos obligan a dejar atrás el territorio vital en el que llevábamos años instalados.
No es lo adecuado. Debemos luchar siempre por nuestra identidad, por los cimientos de nuestros valores y la bandera de esa autoestima que es la patria de nuestras esencias y fortalezas. El amor es “ser” y “dejar ser”, respetar individualidades como decía Fromm, y por ello, es necesario escoger “sabiamente” a esos compañeros de viaje, teniendo en cuenta estas dimensiones tan básicas:
- Afinidad emocional. Sabemos que el amor no siempre se elige, la mayoría de las veces llega sin esperarlo. Por ello, atiende el lenguaje de las emociones y descubre si compartís una misma sintonía basada en la reciprocidad y la empatía.
- Compatibilidad intelectual. Tiene que ver ante todo con la complicidad y la amistad, con disfrutar compartiendo espacios, intereses. Disfrutar de esa horas de larguísimas conversaciones donde todo fluye y las miradas se sonríen y se deleitan.
- La compatibilidad física también es esencial. Es esa área más pura e instintiva basada en el deseo, en la sexualidad y en esa magia que acontece debajo de la sábanas.
- La compatibilidad espiritual está relacionada con nuestros valores, con nuestros sueños, aspiraciones y con esa forma única y excepcional de interpretar el mundo. Es una dimensión más íntima, ahí donde descubrir a otro ser que nos entiende y que a su vez, encaja en nuestros proyectos vitales para convertirse en el mejor compañero o compañera de viaje. Un amigo del corazón.