No me grites que estoy sorda de un pie
No me grites que estoy sorda de un pie y por mucho que alces la voz no te voy a obedecer. Yo sigo mi camino y a veces me equivoco, pero por mucho que grites no harás que aminoren mis pasos: solo mostrarás tu falta de educación.
Ya sabes lo que dicen, no por mucho gritar uno tiene más razón, sino al contrario, uno obtiene menos respeto y mayor incomprensión. Dicen que las palabras son el mejor vehículo para la comunicación, pero también dicen, y lo olvidamos más, que cuanto más suben de volumen más valor pierden.
Gritamos porque es un recurso fácil para llamar la atención, pero lo que en realidad demostramos es nuestra falta de habilidades de comunicación.
Para llegar a un punto de encuentro valen más un “gracias” o un “por favor”, una expresión razonada, que no unos gritos que silencian cualquier tipo de razón. No me grites, cuéntame, escúchame, ten paciencia y ayúdame a aprender de mis errores. Aprendamos el uno del otro, no nos perdamos en aullidos sonoros como si fuéramos lobos, no somos animales salvajes, somos seres racionales.
El que grita nos busca para atacarnos con su arma de combate: la palabra
No me grites, no me ataques, no utilices las palabras sin medirlas. Sé consciente de que las palabras, si no pasan el filtro de la razón, pueden envenenar toda una relación. Sé valiente y habla. Piensa que si me gritas no habrá punto de encuentro porque no voy a entrar en tu juego.
No me intimides a voces, porque no voy a escucharte. Voy a huir de tus aullidos como si conmigo no hablaras, porque para hablarme antes tienes que respetarme. Y las claves del respeto vienen de saber escuchar y aceptar que no todo el mundo piensa como tú… y habrá algunas cuestiones en las que ese mundo empiece conmigo.
No hay mayor forma de respeto ante uno mismo que no haciendo caso de las faltas de respeto que cometen hacia ti. Si quieren tu atención deben merecérsela, no se la regales a unos gritos de un cualquiera.
Si no sabes cómo comunicarte, si sientes que estás frustrado y la ira llega a tu boca antes de que puedas pensar lo que dices, ponte en mi lugar y quizás así me entiendas y no me grites. Si no sabes cómo hacerlo te daré un consejo: “los dramas, las etiquetas, los “debería” y los “tengo siempre la razón” no son buenos alimentos para una relación”.
Tampoco ayuda eso de guardarse las pequeñas cosas para luego gritar a todo volumen y con detalles aquello que te molestó. No me grites pasados unos días. Háblame, enséñame, comparte conmigo aquello que te molestó y así podemos estudiar si lo nuestro tiene o no solución. Lo nuestro, porque es nuestro…
Y si nos encontramos en una bifurcación, será mejor que cada uno escojamos nuestro camino en lugar de usar los gritos para expresar nuestro dolor. No me grites porque así no aprendemos nada, no me grites si me aprecias o me amas.
Si quieres enseñar modales, haz de modelo
No me digas tus bondades, no te vendas como víctima o eterno sufridor, muéstrame aquello que quieres; sé un modelo, no un provocador. Si pides algo más vale que sea algo que tú haces y que lo pidas con educación. Recuerda que recibe aquel que da, no el que exige sin demostrar nada.
Piensa que todos nos equivocamos, que no somos perfectos… pero que también aprendemos, cambiamos y construimos cosas a nuestro alrededor. Háblame de tus miedos, ábreme tu corazón, déjame entenderte y así podamos cambiar los gritos por un “por favor”.
Aprendamos juntos, conozcámonos, no intentemos cambiarnos, sino que intentemos ser como somos, pero con más educación. No me grites cuando no te guste lo que hago porque si me quieres me aceptas tal y como soy. No intentes cambiarme a gritos, así solo haces daño. No me grites porque estoy sorda de un pie y por mucho que lo hagas no dirás a dónde voy.