Cuando el perdón no cicatriza las heridas del abuso sexual

Cuando el perdón no cicatriza las heridas del abuso sexual
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Escrito por Valeria Sabater

Última actualización: 25 septiembre, 2016

A menudo, suele decirse que no hay peor herida que la que deja la vivencia de una guerra. Sin embargo, las cicatrices que inflige el abuso sexual son muy semejantes, ahí donde el perdón no siempre ayuda ni cauteriza. Sobre todo, si no existe una ayuda efectiva por parte de la justicia, ni apoyo social y emocional del entorno más cercano.

Un hecho muy común en materia de abuso infantil y juvenil es que las víctimas tardan mucho en denunciar los hechos. Pueden pasar varios años, décadas incluso. Cuando logran dar el paso para hallar por fin esa necesitada paz interior, se encuentran muchas barreras, dificultades e incluso cierto rechazo estructural: “¿Y ahora para qué, después de tanto tiempo?, ¿qué espera sacar con ello?”

“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produjo dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”

-Victor Frankl-

No podemos olvidar tampoco que toda víctima de abuso sexual debe pasar por un delicado duelo en el que pueda integrar en su historia vital lo que le ha sucedido. Ese trauma. Sin embargo, deben darse ciertos procesos previos en su entorno para facilitar este avance. Se necesita apoyo, reconocimiento y justicia. Sin embargo, algo que se da con demasiada frecuencia es que las propios organismos sociales no se ajustan a estas necesidades.

Tanto es así, que hay muchas denuncias por abuso sexual que acaban prescribiendo. Las resoluciones pueden tardar años en dictar resolución, hasta el punto de que el delito prescriba. En otros casos, muchas víctimas que sufrieron abuso en su infancia suelen atreverse a dar el paso en la madurez. Para entonces, la justicia ve estos actos delictivos como prescritos. Se procede al silencio legal dejando a la persona en completo desamparo.

Son situaciones realmente complejas. Estos hombres y mujeres no pueden cerrar esa etapa de sufrimiento. Esta infancia perdida. Ni aún menos dar el paso hacia el perdón.

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El abuso sexual: los agresores habitan en los entornos más cercanos

Según la “Asociación para el tratamiento del abuso y el maltrato en la infancia” de Bilbao (España) gran parte de las personas que han sufrido abusos en la infancia nunca llegan a denunciar los hechos. Si esto es así, es por un hecho muy concreto. En el 90% de los casos los agresores están en el propio seno familiar, en el propio entorno de “confianza” de la víctima.

Denunciar supone, en muchos casos, crear un impacto, romper un equilibrio. Significa, además, tener que afrontar unas consecuencias imprevisibles. Si además tenemos en cuenta que muchos de estos abusos se dan en niños o adolescentes, la capacidad de reacción es más limitada y dramática. Como madres, como padres, es vital atender el comportamiento de nuestros hijos para intuir cualquier señal que pueda indicar un abuso.

Otro de los escenarios en los que ocurren abusos con una frecuencia notable es en los propios centros escolares. Maestros, profesores o entrenadores deportivos suelen ser también los responsables de que muchos niños y niñas sean ahora adultos rotos, personas fragmentadas que deben hacer frente a diversos problemas psicológicos.

Secuelas que les impiden poder vivir con dignidad. Su día a día está marcado por un solo propósito: sanar una infancia perdida. Cauterizar heridas.

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Tal y como hemos señalado al inicio, muchos de estos dramas jamás obtendrán justicia. Hasta hace solo unas décadas ir a denunciar al pederasta suponía en muchos casos “no ser creído”, ser acusado. En la actualidad, volver a denunciar aquello que ocurrió hace 15 o 20 años es, en ocasiones, reabrir una herida que se curó mal con unas esperanzas inciertas de que la justicia sea realmente justa.

Los únicos delitos que no prescriben son los de “lesa humanidad y de genocidio, de terrorismo“. Se necesita por tanto, una reforma que proteja y dé justicia a las víctimas y no a los abusadores.

¿Estoy en mi derecho de no perdonar al abusador?

Estamos en nuestro pleno derecho a perdonar o no a quien una vez, nos hizo daño. Ahora bien, la experiencia clínica nos dice que es recomendable. Supone, ante todo, sanar emocionalmente y cortar el vínculo del dolor. Sin embargo, el perdón solo puede darse en la última fase del duelo. Si la víctima no ha efectuado ese camino interno, complejo y desgarrador, difícilmente podrá efectuarse esta desvinculación, esta necesitada liberación del sufrimiento.

El abuso en la infancia y la dificultad de ofrecer el perdón

Sufrir abuso en la infancia supone:

  • Experimentar abusos sexuales en la infancia supone una devastación total. Se interrumpe la construcción de nuestra identidad, de nuestra autoestima, se arrancan las raíces de una vida y en ocasiones, hasta la confianza hacia los adultos.
  • Este trauma genera alteraciones a nivel cerebral, produciendo déficits de atención, hiperactividad, depresión nerviosa…
  • Más tarde, a las alteraciones de sueño le pueden seguir lo desórdenes alimenticios, así como secuelas emocionales, sociales y sexuales.
  • En caso de no recibir atención psicológica de forma temprana, esa fragmentación interna nos acompañará de por vida.
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Nadie puede ofrecer el perdón en estas condiciones. Hay que poner cada pieza en su lugar para que una vez en pie, seamos capaces de mirarnos al espejo con coraje. Solo entonces, y una vez superado el duelo, tendremos los mecanismos para decidir si queremos o no ofrecer el perdón. Estamos en nuestro pleno derecho.

  • Cabe señalar una vez más que perdonar siempre será recomendable en estos procesos. No obstante, hay que tener en cuenta que perdonar no es ignorar el daño causado. Perdonar tampoco significa olvidar. Ni aún menos que el agresor quede exime del acto cometido.

El perdón es cortar el hilo del sufrimiento para cerrar una etapa. Es actuar con resiliencia para recordarnos que, efectivamente, merecemos ser felices y no víctimas eternas de alguien que eligió hacernos daño.


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