¿Pesado, ya estas aquí otra vez? El aburrimiento


Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas
Siempre es bueno comenzar buscando el origen de las palabras. A lo mejor crees que “aburrimiento”, “aburrido” o “aburrir” son palabras que algo tendrán que ver con “burro”. Pero no. La cosa no va por ahí. La palabra proviene de dos raíces latinas: “ab”, que significa “sin”, y “horrere”, que alude al terror o al horror. Literalmente, aburrir quiere decir entonces “estar sin horror”. Un poco menos literal, significa que hay una condición en la que nada te pone los pelos de punta.
Es claro entonces que el aburrimiento alude a un estado de quietud en el que no hay acontecimientos que te hagan vibrar. Una quietud no elegida, por supuesto, que se experimenta con molestia o fastidio. De lo contrario sería descanso simplemente.
No es depresión (aunque sí puede ser su prima hermana), porque no necesariamente involucra tristeza como tal. El aburrimiento no alcanza a penetrar en los linderos del dolor, ni de la ira. Se trata de una medianía si novedades, que si dura mucho tiempo puede volverse insoportable.

Lo aburrido te induce a la pereza (astenia, le dicen los expertos). Levantarte de la cama se convierte en una ardua prueba para tu voluntad. “¡Otro día!”, dices para ti mismo, mientras te preparas como siempre para tus actividades.
Puedes sentir verdadera aversión por tu trabajo, o tu estudio, o tus labores en el hogar. Pero te visualizas tan atrapado, que renegar solo te pondría de mal humor. No encuentras ninguna posibilidad de dar lugar a un cambio porque, al fin y al cabo, esa rutina en la que te mueves es la que te garantiza el supuesto equilibrio del que pareces gozar. No quieres problemas.
La pereza te conduce a una negligencia más o menos inofensiva. “Hacer lo que toca”, ni un poco más (para ahorrar las pocas energías que tienes), ni un poco menos (para no ganarte dificultades gratis). Nada de superar mi propia marca, ni de ensayar otras opciones. ¿Para qué? Al final da lo mismo.
A veces quisieras que “algo” sucediera. Cualquier cosa que no te robe la tranquilidad en la que tanto te empeñas, pero que sí te inyecte el buen ánimo que estás necesitando. Sientes que “eso” debe provenir de fuera: no hay algo en tu vida que sea capaz de provocar el milagro.
De ahí a la tristeza hay solo un paso. Y de la tristeza a la depresión, apenas otro. Tal vez no es una buena idea estar tan “sin horror”. Tal vez horror silencioso y en grandes cantidades es lo que hay en la trastienda del asunto.

Quizás es una experiencia que percibes como demasiado amenazante y decides refugiarte en la rutina, aun teniendo que padecer esas interminables dosis de aburrimiento. Si lo piensas un poco, también puede ser que no confías en lo que puedes hacer frente a lo impredecible. A lo mejor supones que simplemente te absorberá la parálisis de mente y cuerpo y terminarás siendo víctima de esa indefinición. Y el círculo se vuelve vicioso: te da miedo arriesgarte y no arriesgarte aumenta tu miedo.
Es posible que no hayas tenido la oportunidad de conocerte realmente. Tú sabrás si es buena idea, por ejemplo, proponerte pequeños desafíos cotidianos en los que puedas observar cómo reaccionas ante lo desconocido. Puede que te asombres. Puede que alcances a saborear ese gusto ácido y apetitoso de la adrenalina moderada. Nada de raro que quieras volver a probarlo.
Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.