¿Por qué cada día tengo menos paciencia?
¿Por qué cada día tengo menos paciencia? El mundo parece avanzar ante mí con la lentitud de un paquidermo y esa parsimonia me desespera. Nada de lo que espero sucede, las metas puestas en el horizonte rara vez se cumplen y lo que es peor, me siento atrapado en un vórtice en el que todo gira alrededor de la negatividad y las expectativas frustradas.
¿Conoces esta sensación? No eres el único. Son muchas las personas que experimentan esta realidad psicológica, que se quejan de ese dolor en la mandíbula al contener la tensión, que sienten un vacío en el estómago y la mente más nerviosa y cavilosa de lo habitual. La impaciencia, decía Kafka, es el fruto de todos los errores humanos. Sin embargo, en ocasiones, esta realidad viene motivada por desencadenantes tan complejos como particulares.
A veces, uno puede definirse por tener una personalidad paciente y relajada, pero de pronto, y debido a determinadas circunstancias, ese enfoque se deforma y se agota. Es entonces cuando aflora la desazón y ese malestar en el que ya se desvanece el aguante, la esperanza y hasta el optimismo. ¿A qué se debe? ¿Qué explica esta situación?
Razones de por qué cada día tengo menos paciencia
Definir qué es la impaciencia es bastante fácil: caracteriza a la persona que es incapaz de esperar algo sin ponerse nerviosa. También a quien carece de la facultad de llevar a cabo tareas sin perder la calma. Ahora bien, quien más y quien menos ya sabe qué se siente y qué ocurre cuando esta dimensión toma el control. Lo que ya no queda tan claro es por qué.
¿Por qué nos impacientamos? ¿Por qué razón hay épocas en que cuesta más tolerar la espera, aceptar las manías ajenas o asumir que las cosas no siempre suceden como nosotros deseamos? Bien es cierto que hay impacientes de pura cepa. Personas que siempre evidencian este patrón de comportamiento. Sin embargo, en ocasiones, nos sorprendemos a nosotros mismos sintiendo que nos falta esta dimensión.
Analizamos por qué.
El estrés y una amígdala cerebral hiperactiva
Hay épocas en las que las demandas externas superan en mucho a los recursos psicológicos de los que disponemos. El trabajo o la falta de él, la familia, el peso de las incertidumbres, las metas frustradas, etc., nos sumen en un estado de elevado estrés. En esas circunstancias, la amígdala cerebral, esa región vinculada al procesamiento emocional, empieza a estar más hiperactiva de lo normal.
Esto se traduce en tener una sensación de amenaza constante. En filtrar cada evento, circunstancia y estímulo desde la desconfianza, e incluso podríamos decir desde el miedo. Todo ello provoca que nuestro enfoque mental se tiña de angustia y no de calma, de necesidad de premura y no de una mirada relajada.
La depresión y un nivel más bajo de serotonina
¿Por qué cada día tengo menos paciencia? ¿Qué hace que además, me sienta más irritable y me cueste terminar las cosas o incluso ponerme con ellas? Muchas veces, tras este estado psicológico puede arrastrarse una depresión. Así, en un trabajo de investigación publicado en la revista Current Biology se demostró algo interesante al respecto.
El doctor Zachary Mainen y su equipo del Centro Champalimaud de la Universidad de Lisboa (Portugal) descubrieron una relación entre la baja activación de las neuronas de la serotonina y la falta de paciencia. Como bien sabemos, estas células nerviosas y su neurotransmisor se relacionan con el bienestar, la motivación, la capacidad de logro y la felicidad.
Así, un nivel bajo de este componente neuroquímico se vincula sobre todo con los trastornos depresivos. Por tanto, si percibimos que nos falta cada vez más la paciencia, que la apatía nos carcome y aparecen las alteraciones del sueño o de la alimentación es recomendable consultar con un profesional.
¿Por qué cada día tengo menos paciencia? Acumulación de esperanzas frustradas
Hay un hecho innegable que todos habremos comprobado en piel propia: a día de hoy, necesitamos ser más pacientes que nunca. En la actualidad, alcanzar una meta requiere mucha más perseverancia. La consecución o realización de nuestros proyectos necesita más meses que hace unos años. También las relaciones afectivas y la vida social en general son más desafiantes.
Y esa visión, ese panorama nos llena a menudo de amargas frustraciones. Así, cuando uno lleva tras de sí más de un fracaso, más de un objetivo perdido en el camino o sueño desvanecido, es común que se pregunte por dentro “¿por qué cada día tengo menos paciencia?”. La acumulación de experiencias frustradas termina dañando el músculo de la calma, de la tolerancia, de ese equilibrio interno que nos dota de mesura y reflexión.
Revertir el proceso, es decir, pasar de la impaciencia a la paciencia no es fácil, pero tampoco imposible. Porque la buena noticia es que el arte de la paciencia puede entrenarse. De este modo, algo que debemos comprender es que no podemos adelantar el tiempo para que las cosas avancen más rápido. Tampoco es posible manipular la realidad, los eventos o a las personas para que todo sea como nosotros queremos que sea.
Estamos obligados primero a asumir que no tenemos el control de casi nada. También que el mundo es falible, como lo son quienes nos rodean y a su vez, nosotros mismos.
Por ello, aprender a ser más paciente pasa por alimentar la esperanza, por asumir que si bien las cosas, en ocasiones, no son como queremos o esperamos, ello no quiere decir que en otras circunstancias futuras, sí lleguen a serlo.
La paciencia no siempre es una virtud, en ocasiones, es un enfoque que estamos obligados a entrenar, a cuidar y promover.
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- Miyazaki, K., Miyazaki, K. W., & Doya, K. (2012). The role of serotonin in the regulation of patience and impulsivity. Molecular Neurobiology. Humana Press Inc. https://doi.org/10.1007/s12035-012-8232-6
- Yuzan, Syahrial & Mat, Nik & Mulyani, Sri & Kesuma, Sambas & Risanty, Risanty & Syahputra, Fadlian. (2012). The Effects of Waiting Time, Passive and Active Impatience on Anger and Waiting Acceptability. American Journal of Economics. 2. 109-115. 10.5923/j.economics.20120001.25.