¿Por qué caemos en la dependencia emocional?
Todos somos dependientes. Lo somos desde el momento en el que nuestras vidas comienzan. Lo somos en el vientre de nuestras madres, en nuestros primeros llantos, en las primeras caídas, durante las primeras expediciones por mundos desconocidos. Lo somos en el apartado práctico y en el apartado emocional. Necesitamos que los demás hagan actividades por nosotros, o al menos que nos den algunas indicaciones para saber hacerlas. También necesitamos de los demás porque somos seres sociales y…sobre todo emocionales. Así, ¿necesariamente somos víctimas de la dependencia emocional?
No hay nada que pueda causarnos tal torbellino de emociones como un ser humano. Piensa en el primer beso, en un reencuentro de años de separación, en un abrazo que por fin te calma. Respira, respiro, respiramos.
Cuando superamos la adolescencia, después de intentar conquistar “a capa y espada” nuestra independencia, normalmente nos damos cuenta de que esta no es posible más allá de constituir una utopía que no necesariamente tiene que ser buena, porque nuestras necesidades más primarias no responden necesariamente a ella. Piensa en el amor, en el cariño, incluso en los encuentros o los desencuentros.
La dependencia emocional: un hecho o unas cadenas
Entonces, si la dependencia emocional es natural, ¿por qué en psicología es un ogro al que hay que desterrar? En parte porque la psicología no deja de beber de las corrientes sociales y estas son cada vez más individualistas. En parte porque esta dependencia se vuelve negativa cuando se fija en una persona concreta que no somos nosotros. Cuando le otorgamos a otro la responsabilidad de lidiar con los caprichos y las apetencias del niño y el joven que llevamos dentro, y pensamos que ese otro es insustituible.
Veamos un ejemplo sencillo. Ana está haciendo algunos cambios en la decoración de su casa y le gustaría cambiar un mueble de sitio. Pesa demasiado para cargar con él ella sola, por lo que necesita la ayuda de alguien. Puede ser la suya propia, estudiando física y mecánica y construyendo un gato con ruedas que le ayude con tal propósito. Sin embargo, temporalmente esta solución no es muy rentable para ella.
Lo más rentable es que lo hicieran personas más fuertes que ella. Ana piensa en sus hijos, pero resulta que ellos no pueden porque esa semana están de vacaciones. Entonces pide ayuda a sus sobrinos y estos encantados le hacen el favor. Pues bien, Ana es dependiente, pero no es dependiente de sus hijos. Si ellos no pueden, es capaz de buscar la ayuda de otra persona. Pues bien, con la independencia/dependencia emocional pasa lo mismo.
Esta se vuelve peligrosa cuando se fija en una sola persona y se carga sobre ella la responsabilidad de nuestro estado emocional. Es peligrosa porque nos debilita y porque a la larga termina con la relación. Sin embargo, lo peor es que, antes de que termine esa relación, nos habremos destruido a nosotros mismos utilizando todo tipo de medidas desesperadas para no perder a esa persona en la que hemos depositado el sino de nuestra felicidad.
Los cuatro escalones de la dependencia emocional
El camino de la destrucción emocional -por dependencia emocional- suele tener cuatro escalones marcados, que empezamos a bajar cuando aparece el miedo a la pérdida. Un miedo que la mayoría de las veces es infundado y que precisamente contribuye a hacer más fuerte esta dependencia.
“Si no pude conseguir sentirme querida y necesitada, si te negaste a tenerme lástima y a ocuparte de mí por piedad, si ni siquiera conseguí que me odies, ahora vas a tener que notar mi presencia, quieras o no, porque a partir de ahora voy a tratar de que me temas”
El primer escalón consiste, para la persona dependiente, en tratar de hacerse imprescindible para la persona de la que depende. En mostrarle todo le que aporta a su vida, en subir estas aportaciones y en recalcarlas: “Si no fuera por mí…”, “A ver a ti quién te iba a hacer esto así…”, “Puedes irte a buscar por ahí, pero no encontraras a nadie que te lo haga como yo”.
También el dependiente puede intentar convertirse en una garantía, una especie de seguro, “si sigues conmigo, esto nunca te faltará” y buscamos que el otro, aunque sea por reciprocidad, se quede con nosotros.
Bajamos al segundo escalón cuando el primero no sirve. Además, este segundo se pude seguir combinando con el primero. En este escalón la persona dependiente se disfraza de víctima e intenta dar lástima. En su vida, los achaques cotidianos se convierten en auténticas tragedias que harían al otro inhumano en caso de querer alejarse…precisamente en esos momentos. Además, normalmente esta es una estrategia que el dependiente conoce muy bien ya que es probable que la haya utilizado antes para reclamar atención.
El tercer y cuarto escalón son paradigmáticos y con ellos la persona dependiente intenta protegerse de lo que más teme, la indiferencia. Estos dos escalones son intercambiables y no necesariamente se da uno antes que el otro, o se dan los dos.
Además, los dos aluden a emociones primarias: uno al odio, otro al miedo. Ante el temor a la indiferencia, la persona dependiente puede buscar que el otro la odie. Es una forma de autoengaño con la que busca que existan sentimientos que se mantengan, lazos de conexión, presencia en la vida del otro… aunque sea levantando odio.
El cuarto escalón es el de la amenaza. “Si se te ocurre marcharte, no sé lo que puedo hacer”, “Si desapareces ya no me queda razón para seguir viviendo”, “Si decides marcharte, te aseguro que no volverás a verme”, “Luego no llores, cuando ya no esté”. Es el miedo a la pérdida el que la persona dependiente intenta contagiar al otro. Ese temor es un engaño, pero para el dependiente puede funcionar perfectamente como sustituto del amor.
La persona dependiente hace sufrir… y sufre
De una forma o de otra, para el dependiente su propia dependencia suele ser una tortura. Si de algo es víctima es de haber confiado su destino y sus esperanzas a alguien. Esto la obliga a inmolarse para que ese alguien no se vaya, porque siente de verdad que, si se marcha, perderá su vida. Muchas de sus frases son una manipulación, pero debajo de ellas hay un sufrimiento que es de verdad.
Desgraciadamente la dependencia emocional es difícil de admitir. A ella están asociadas etiquetas como las de poco valor, debilidad de carácter e incluso incapacidad intelectual. Sin embargo, identificar esta dependencia es el primer paso para re-edificarla y entender que, aunque nuestras necesidades sean únicas, las personas que las pueden satisfacer son varias y además normalmente de muy diferentes formas.