¿Por qué al crecer dejamos de creer en la magia?

En la infancia todo está cubierto por un halo mágico. Hadas, los Reyes Magos, monstruos, Papá Noel, duendes, conejos que aparecen en el sombrero de un señor vestido de negro... Crecemos creyendo que todo es posible. Sin embargo, creer en la magia no es para siempre. O sí.
¿Por qué al crecer dejamos de creer en la magia?
María Vélez

Escrito y verificado por la psicóloga María Vélez.

Última actualización: 05 septiembre, 2022

Cuando crecemos, la mayoría dejamos de creer en la magia. Demandamos que lo que nos ocurre tenga una explicación lógica, coherente y a ser posible que encaje con nuestros esquemas mentales. Para comprender lo desconocido.

Sin embargo, hay personas adultas que prefieren pensar que hay algo más allá de las leyes de la física, que existen energías y mundos extraordinarios o que tienen una serie de supersticiones que tintan de magia su día a día.

En este artículo hablaremos de por qué y cómo nuestra creencia en la magia evoluciona.

¿Qué es la magia?

Al hablar de magia nos vienen a la mente las creencias y explicaciones a hechos con un carácter fantástico. Bien sea creer que el ratoncito Pérez viene por la noche a intercambiar nuestros dientes por unas cuantas monedas o bien pensar que alguien desde el anverso de una carta puede ver su reverso.

De una manera más técnica, el pensamiento mágico se traduce en explicaciones mágicas o al margen de las leyes físicas conocidas. Según los teóricos, hay cuatro razonamientos característicos de la creencia en la magia y que son comunes a los ejemplos expuestos anteriormente:

  • Los pensamientos, deseos o palabras pueden crear o afectar a objetos físicos.
  • Un objeto físico no animado puede adquirir animación de manera repentina.
  • Un objeto físico puede transformarse o reconvertirse instantáneamente, violando las leyes fundamentales de la permanencia, del espacio físico y del tiempo.
  • Ciertos objetos o eventos afectan a otros acontecimientos de una forma no física.

En definitiva, las creencias mágicas suelen incluir la fe en la existencia de eventos o seres que desafían lo que hoy sabemos del espacio, el tiempo y la  materia.

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¿Qué nos hace creer en la magia?

Desde el punto de vista antropológico, la creencia en la magia ha sido un elemento clave, ya que ha ayudado a calmar nuestra necesidad de perfilar relaciones entre causas y efectos.

Pensemos que la etapa entre los 2 y los 7 años (etapa preoperacional), siguiendo a Piaget, los niños tienden a darle un sentido fantástico o mágico a aquello que no comprenden. En esta etapa aparecen los primeros miedos irracionales, que enfrentan valiéndose de la fantasía. Elementos no reales, inspirados muchas veces en los adultos, en los que depositan buena parte de sus esperanzas. Así, ¿de quiénes esperan recibir regalos? De Papá Noel, de los Reyes Magos, del Ratoncito Pérez, del Duende de los Cumpleaños, etc.

Los niños suelen sentirse a gusto con la existencia de un mundo paralelo en el que cualquier problema tiene una solución. Además, este es un mundo paralelo que utilizamos los adultos en muchas ocasiones para educar o promocionar determinados valores -de otra manera, los deseos de los niños serán desatendidos por las criaturas mágicas, que son sensibles a sus pensamientos y comportamientos-.

¿Por qué dejamos de creer?

Sin embargo, a partir de los 7 años esta etapa llega a su fin y da paso a la etapa de las operaciones concretas. Ahora los niños estarán más preparados cognitivamente para diferenciar el mundo real del mundo de fantasía.

Esto se produce gracias a que comienzan a poder pensar de una manera más lógica y a operar a través de reglas e hipótesis. Concretamente, empiezan a dejar de creer en la magia porque adquieren las siguientes habilidades:

  • Comparar elementos y ordenarlos en base a sus diferencias, lo que les permite manejar los números, el tiempo, las medidas o la orientación.
  • Clasificar objetos según sus características y determinar el conjunto al que pertenecen. Así, podrán comprender, por ejemplo, la jerarquía entre ser vivo, humano y mamífero.
  • Comprender la conservación de los objetos. Es decir, que a pesar de sufrir cambios en su apariencia, el objeto sigue siendo el mismo.
  • Considerar varios aspectos de una misma situación, como varias dimensiones de un único objeto.
  • Comprender relaciones espaciales. Por ejemplo, el tiempo que se emplea en hacer una ruta o usar puntos de referencia para encontrar un objeto oculto.
  • Formar juicios de causalidad. Aunque esta habilidad no se adquiere completamente hasta años después, se empieza a poder a formar razonamientos lógicos entre dos eventos.
  • Establecer relaciones lógicas entre dos elementos. Por ejemplo, si un chihuahua es un perro, y los perros son mamíferos, los chihuahuas son mamíferos.
  • Disminución del egocentrismo o la capacidad para tomar la perspectiva de otras personas y pensar cómo entienden los demás el mundo.

¡Tachán! No siempre se deja de creer en la magia

Pero entonces, ¿qué ocurre con las personas adultas que siguen dando explicaciones mágicas a ciertos eventos? ¿Es que no superan esta etapa de su desarrollo? Las evidencias encontradas en este sentido son, cuanto menos, interesantes.

Aunque no son muchos los estudios que han analizado esta cuestión, existen evidencias de que el pensamiento mágico no disminuye a lo largo de la vida. Al menos, hasta el final de la adolescencia. Una de las explicaciones que los investigadores han planteado es que la creencia en la magia se vuelve selectiva. Es decir, que las experiencias y conocimientos que adquirimos a lo largo de la vida determinarán a qué eventos aplicamos la magia.

Por ejemplo, si tengo conocimientos avanzados de física, recurirré a sus leyes para explicar por qué un objeto parece levitar. Sin embargo, si mis habilidades aritméticas son menores, ante un juego de magia basado en números puedo pensar que es magia.

En este sentido, un interesante estudio encontró que conforme aumentaba la edad de los participantes, se manifiestan defensas cognitivas y emocionales ante la magia. Es decir, que ante un evento que no podían explicar, atribuían la desaparición de un objeto a una falta propia de atención. O bien, ante la propuesta de someterse a una “sugestión mágica” negativa, la rechazaban por miedo o sentimiento de amenaza.

Además, plantearon a adultos dos escenarios hipotéticos en los que alguien por la calle les ofrecía dos hechizos (ser ricos y felices, o ser esclavos del demonio). Sorprendentemente, de las personas que decían no creer en la magia, un 60 % de las personas aceptaban el primer hechizo, y nadie el segundo. La razón, que el hechizo negativo sí que podría tener un efecto en sus vidas futuras. Sin embargo, cuando los hechizos afectaban a otras personas, sí declaraban su falta de creencia en la magia.

Hombre haciendo magia
A medida que cumplimos años, la creencia en la magia se debilita.

En resumen

Creer en la magia parece ser un asunto que todos llevamos dentro de alguna manera. No obstante, el desarrollo cognitivo y la búsqueda de explicaciones lógicas compensa la frecuencia con la que acudimos a sus argumentos. Además, en la vida adulta es difícil vivir en la contradicción entre las leyes de la naturaleza y las experiencias mágicas, aunque mantengamos, en muchas ocasiones, algunas supersticiones.

A lo largo de la vida podremos encontrar explicaciones coherentes. En cambio, en otras no. Por ello, aunque la ciencia y el razonamiento lógico hayan hecho mella en ti, no dejes de lado la fantasía. Pensar en que algunas de las cosas más bonitas que nos suceden no tienen explicación es mágico y, sobre todo, nos llenan de ilusión.


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