¿Qué es realmente la tartamudez?
La tartamudez o disfemia es un trastorno del lenguaje de la comunicación que se caracteriza por interrupciones involuntarias del habla que suelen ir acompañadas de tensión muscular en cara y cuello. Por lo general, comienza a aparecer entre los 2 y 5 años y es más común en hombres que en mujeres, en una proporción de 4 a 1. Sólo en España, hay 800.000 personas que presentan este trastorno.
Sus efectos psicológicos pueden ir mucho más allá de la propia dificultad en el habla, repercutiendo en el estado de ánimo de la persona de forma continua y estigmatizante. No es raro, por ejemplo, que se cuestione la inteligencia del que tartamudea. Además, ciertas creencias populares como “calmarse“, “aprender a respirar“, “pensar antes de hablar” o “concentrarse más en lo que se dice” afirman que se logrará hablar de forma fluida, cuando no siempre es cierto.
Aunque en un principio no está asociada con la ansiedad, la tartamudez sí genera ansiedad en las personas que la sufren, pudiendo degenerar en una fobia social, ya que se teme tartamudear frente a las personas, provocando en muchos casos el aislamiento de la persona que tartamudea.
Un recorrido histórico a través de la tartamudez
La tartamudez es tan antigua como la aparición del habla y desde la antigüedad se le han atribuido orígenes muy diversos. Dichas hipótesis nacieron con la vocación de solucionar el problema, sin embargo a día de hoy pueden parecer ridículas e incluso llegan a ser crueles:
- Hacer gárgaras con diferentes especias o masticar ajo con mostaza y cebolla. Además, si los resultados no eran los deseados, se le pedía al paciente que metiera la cabeza en agua fría, comiera rábanos picantes y vomitara (Cornelius Celsus).
- Cortar el frenillo de la lengua, ya que se consideraba que su anormal tamaño impedía que la lengua se dirigiera adecuadamente hacia el paladar o los dientes (Febricus Hildanus).
- Aplicar palizas regularmente (Joseph Frank).
Sin embargo, con la llegada del enfoque psicoanalista, a finales del siglo XIX, se empezó a considerar la tartamudez como un trastorno psicológico asociado a la función excretora (Sigmund Freud) o bien, a una psiconeurosis severa causada por continuar en la vida adulta con hábitos infantiles. Especialmente con la lactancia, ya que se pensaba que la tartamudez guardaba relación con los movimientos de succión que hace el bebé en esta (Isador Coriat).
Así mismo, la tartamudez se relacionó con problemas de tipo auditivo, en base a la hipótesis de que si la persona se oye mal a sí misma, su memoria retendrá las palabras distorsionadas, estableciéndose de esta manera el círculo vicioso de la tartamudez (Bluemel).
No sería hasta el siglo XX cuando se intentó un tratamiento metódico de la tartamudez, siendo las dos perspectivas dominantes la conductista y la genetista. La primera corriente basaba su intervención en un sistema de recompensas positivas o negativas, mientras que la segunda buscaba en los genes las causas de la tartamudez.
Lo cierto es que hasta el momento, ninguna de ellas ha resuelto el enigma de la tartamudez. Además podemos afirmar que existen tantas manifestaciones de la tartamudez como personas que tartamudean.
Los semáforos en ámbar de la tartamudez, ¿cómo actuar ante ellos?
La sociedad nos apremia constantemente y no siempre es fácil encontrar el espacio, el tiempo y la atención que se merecen. Es tentador intentar adelantarnos a sus pensamientos acabando sus frases o presionándoles para “ir al grano”.
Sin embargo, cuando hables con una persona que tartamudea, es importante que intentes comportarte exactamente igual a como lo harías con otra persona de habla fluída, con total respeto y evitando comentarios del tipo: “tranquilo/a, no te pongas nervioso/a” o “intenta hablar más despacio y vocalizar“. Así mismo, no es conveniente felicitar a la persona en momentos de fluidez, ya que transmite la sensación de estar siendo evaluada constantemente.
“Es más fácil decir las cosas que hacerlas, a menos que se sea tartamudo”.
-R. Lewton-
El contacto visual es fundamental en la comunicación oral, todos/as necesitamos que nos escuchen con naturalidad, transmitiendo con nuestro feedback verbal y corporal que lo importante no es cómo lo dice, sino lo que dice. Se trata de estar presentes.
La tartamudez vista desde el otro lado
“¿Por qué hablas así, que no te entiendo?”. Esta fue la pregunta que con tan sólo 4 años le formulé a mi padre al salir de la guardería. Desde mi más tierna ignorancia, no podía todavía entender que estaba enfrentando a mi padre a sus más íntimos y profundos temores.
“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”.
-Sigmund Freud-
Estos miedos habían evolucionado a lo largo del tiempo a partir de “parones” que protagonizaban experiencias de socialización e iban conectándose con pensamientos y auto-afirmaciones del tipo: “no puedo”, “se van a reír”, “no me van a entender”… Indecisiones que se habían trasformado finalmente en bloqueos que condicionarían su vida social y marcarían un antes y un después en la construcción de su auto-concepto.
E e e e escúchame, sin prisas
No siempre es fácil ser paciente, comprensiva y encontrar un espacio y tiempo para escuchar, no solo con las orejas, sino con la mirada, el cuerpo y la emoción. Porque todos/as necesitamos sentirnos escuchados, para así alimentar una autoestima sana y fuerte y aquí es donde nuestros padres juegan un papel fundamental.
“La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”.
-Michel de Montaigne-
Y si has llegado hasta aquí leyendo es para aprender y para mejorar como ser humano, dando el valor merecido a una persona que es capaz de hablar el lenguaje de la tartamudez, que no deja de ser un ejemplo de superación y valía personal.
La tartamudez como bilingüismo
Gracias papá por enseñarme tu propio lenguaje, por educarme en el bilingüismo de la tartamudez (eso que está tan de moda en los colegios ahora) y que influirá en la forma en la que me enfrento a los retos del hoy y del mañana. Siendo el más importante, el de quererme, como tú te quieres. Este es, os lo garantizo, el regalo más auténtico y enriquecedor que podéis dar a los afortunados/as que os acompañan en el camino de vivir.
Doy gracias a la vida por tener un maestro tartamudo. Que me ha enseñado la riqueza de su propio lenguaje, abriéndome así las puertas de su propio mundo.
Si queréis saber más sobre la tartamudez os recomendamos un artículo: . También una magnífica película: