¿Sabes cómo ha trascendido el consumismo a las relaciones de pareja?
Qué lejos quedan frases como “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos” de una pasional Ilsa Lund en la mítica Casablanca o “A pesar de ti, de mí y del mundo que se desquebraja, yo te amo” de una inolvidable “Lo que el viento se llevó”. Poco o nada tienen que ver las relaciones de la actualidad con las que el cinematón proyectaba sobre la gran pantalla hace unas décadas.
Lo cierto es que el romanticismo de los referentes clásicos ha quedado muy atrás. Las relaciones sentimentales avanzan junto a la sociedad y en relación con esta. A medida que aparecen, se adaptan a las circunstancias y motivaciones que tenemos, distanciándose de los patrones establecidos en tiempos atrás.
Aunque esto supone algo positivo para ver cómo evolucionan los mecanismos y las dinámicas que utilizamos para relacionarnos, también supone un cambio peligroso y aterrador para los románticos empedernidos que creen en el amor único y sin fecha de caducidad. ¿No te parece?
La necesidad de tenerlo todo para ayer
Nos hemos acostumbrado a tener todo lo que queremos con inmediatez, o al menos a exigirlo. Cualquier demanda que hacemos se satisface a una velocidad asombrosa: pedimos comida y a los dos minutos está en la puerta, necesitamos candidatos para un puesto de trabajo y antes de terminar el anuncio ya tenemos candidatos. No nos cuesta nada conseguir resultados y por esto mismo, esperamos y reciclamos menos. Ante tanta luz y señal, no somos pacientes y queremos todo en este momento.
Solo pensamos en cambiar de una cosa a otra, buscar un estímulo nuevo tras el que acabamos de experimentar. Esta pérdida de constancia se puede traducir en el mundo sentimental como falta de compromiso. Nos encontramos en un momento en el que cada vez se arriesga menos y ya no apostamos por una única persona como compañero de vida, sino que queremos ir probando porque todo nos sabe a poco.
Amores de usar y tirar
Vivimos en una sociedad de consumo en la que hemos pasado a ser mercancía: nos probamos unos a otros, como si de un electrodoméstico se tratara. Si nos cansamos de quedar con alguien lo apartamos de nuestra vida, recurriendo a nuevos posibles candidatos.
“En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo”
-Erich Fromm-
Parece que hoy en día tenemos la necesidad de quedar con muchas personas e ir conociéndolas, pero sin profundizar demasiado, con miedo a llegar a sentir algo. Procuramos no arriesgar, para no sentir el dolor en el caso de perder. Como dicen los más jóvenes, “no queremos quedarnos pillados”.
El antídoto contra la soledad
Son relaciones superfluas, superficiales, que para lo único que nos sirven es para paliar esa horrible sensación de soledad. La anuptafobia es muy común en el siglo XXI, sobre todo entre los jóvenes. Esta fobia hace alusión al miedo a estar solo.
Aunque buscamos compañía para acabar con este temor, eso no garantiza que nos comprometamos con esa compañía cuando la encontremos. No queremos atarnos a nadie porque entendemos que limita nuestra autonomía para conseguir nuestro crecimiento personal, y creemos que solo la conseguiremos si volamos libres. Por eso, recurrimos a compañías con un horario marcado: “Quiéreme…pero solo las tardes de Domingo”.
A pesar de buscar siempre compañía, otro obstáculo que nos imponemos para encontrar un pareja es el nivel de exigencia que tenemos para la os candidatos a ocupar ese lugar. Cada vez buscamos una pareja estable a edades más mayores, lo conlleva también que nuestras manías están más enraizadas y nuestra cantidad de paciencia para soportar las de los demás es menor.
Todo en su justa medida
Ninguna de las dos partes llega a conocer del todo al otro y se pierde aquello que cerramos bajo llave en nuestra alma y nos hace ser quienes somos. Olvidamos por tanto las emociones que realmente nos hacen sentir vivos porque son sinceras y espontáneas. Emociones que emanan de nuestro interior que consiguen arrancarnos una carcajada imparable o dibujarnos una sonrisa sincera.
Esta postura cómoda, que se adopta cada vez más y que nos aleja de cualquier posibilidad de sentir algo real y duradero, nos arrebata los espontáneos “te quiero”, las muestras de amor sinceras, las miradas que sustituyen o complementan a las palabras y las promesas a largo plazo. Se dan menos los planes de un proyecto en común porque no estamos dispuestos a compartir la vida con una única persona ni a construir un castillo que sabemos que se puede caer.
Se ve relativizado el amor de pareja y se premian más las actitudes que representan el individualismo. Está en nuestras manos hacer balanza y equilibrar el amor propio y la magia de compartirlo, porque como dice un aventurero “La felicidad solo es real cuando se comparte”.