Si hay algo por lo que sufran los niños, es por la indiferencia
En la infancia se construyen los cimientos sobre los que se edifican toda la vida. Lo que un niño requiere es amor, aceptación y cuidado. Desafortunadamente a veces su entorno no está listo para acoger esas sencillas demandas y entonces los cimientos de la vida quedan marcados por grietas profundas.
Hay muchas situaciones “del mundo” que el niño puede no lograr entender. No tiene ni las competencias intelectuales ni las herramientas emocionales para hacerlo. La indiferencia o el rechazo producen un sufrimiento profundo. Dejan huellas profundas, heridas difíciles de cicatrizar.
“El amor es para el niño como el sol para las flores; no le basta pan: necesita caricias para ser bueno y ser fuerte”.
-Concepción Arenal-
Hay muchas personas que ni siquiera recuerdan con claridad las emociones que experimentaban durante la infancia. Son personas que se sienten muy problematizadas durante la vida adulta, pero no logran encontrar el origen de todo esto. La explicación podría estar en una niñez marcada por la indiferencia de las personas que más se amaban. Enseguida te hablaremos acerca de cinco señales que están presentes en quienes fueron ignorados durante la niñez.
1. Insensibilidad, una marca de infancia
La insensibilidad es uno de esos rasgos que quedan grabados en la personalidad cuando has sido ignorado durante la infancia. Es, de un modo u otro, una respuesta a esa indiferencia de la cual una persona ha sido víctima. En la infancia esto conduce a alimentar un sentimiento de abandono y minusvalía.
En la vida adulta la insensibilidad se expresa como apatía. Puede estar dirigida hacia las demás personas, o hacia la vida en general. No hay entusiasmo, ni apasionamiento por nada. Esto se debe a que desde muy temprana edad la persona aprendió a inhibir sus emociones porque el entorno no le otorgaba significado a las mismas.
2. Rechazo a la ayuda de otros
Durante la infancia todos necesitamos mucho de quienes nos rodean. Hay miles de situaciones en las que se requiere de apoyo, orientación o consuelo. Si no se cuenta con esos soportes, el niño aprende a no esperar nada de los demás. Como consecuencia de esto, es posible que se convierta en un “independiente a ultranza”.
De este modo se transforma en alguien que no confía en lo que pueden aportarle los otros. Intentará hacerlo todo solo. Se protege de experiencias emocionales que no quiere repetir. No quiere necesitar de alguien y luego ser defraudado. En ocasiones también sucede lo contrario: la persona pide ayuda para todo, incluso para todo lo que puede hacer sola.
3. Sensación de vacío
La sensación de que algo falta es muy fuerte en las personas que durante la infancia fueron víctimas de una helada indiferencia. En su vida había un espacio para sus seres queridos y ellos nunca lo ocuparon. Por eso queda ese abismo interior que nada llena.
Esta sensación de vacío se convierte en inconformidad constante. Nada es lo suficientemente bueno, ni lo suficientemente completo. Nada “llena”. Nadie tampoco. A veces la sensación de falta también se transforma en crítica constante, dirigida a uno mismo y a todo lo que le rodea.
4. Perfeccionismo
La falta de amor y de atención durante la infancia tiene múltiples efectos sobre la forma como uno se percibe. En el fondo, aparece la idea de que nada de lo que uno hace es suficientemente valioso como para ser apreciado. Durante la etapa de la niñez esto tiene como consecuencia que el pequeño se vuelva excesivamente juicioso o radicalmente insoportable.
En la etapa adulta es muy frecuente que quienes cargan con estos lastres se vuelvan extremadamente perfeccionistas. Esa rigidez es una respuesta a la sospecha inconsciente de que no están haciendo todo lo que deben o pueden hacer. En el fondo, sigue siendo un niño que quiere ser valorado por lo que hace.
5. Hipersensibilidad al rechazo
Cuando el niño se siente ignorado, también se experimenta como indigno. Se percibe in-significante. Es decir, su existencia no tiene significado para los demás y, por lo tanto, concluye, de manera inconsciente, que “hay algo malo” en él. Esto queda impregnado en sensaciones de inadecuación o de ilegitimidad.
El eco de esta indiferencia es una hipersensibilidad a la crítica de los demás. Cualquier señal de desaprobación es interpretada como una amenaza. Se renueva ese eco de la infancia que decía “hay algo malo en ti”. Y esto resulta muy doloroso y, por lo mismo, difícil de tolerar.
Desde el punto de vista neurológico y psíquico, la infancia es un tiempo decisivo. Esto no quiere decir que las malas experiencias durante esa etapa sean irreparables. Sin embargo, sí dejan marcas que a veces permanecen toda una vida. Una persona sí puede liberarse en gran medida de esos lastres, pero tendrá que trabajar mucho para ello y de manera eventual solicitar ayuda profesional.
Imágenes cortesía de Nicoletta Ceccoli