Sinceridad y sincericidio ¿cuál es la diferencia?
¿Es bueno decir siempre toda la verdad? ¿Se valora realmente la sinceridad de las personas? ¿Cuándo hablamos de sinceridad y cuándo lo hacemos de sincericidio? Hablar de sincericidio significa decir la verdad sin prudencia, sin límites, sin tener en cuenta lo que siente o desea el otro. En definitiva, se podría decir que la sinceridad aplicada sin inteligencia puede ocasionar daños innecesarios.
Lo mejor sería utilizar la verdad para ayudar y la sinceridad para construir, pero nunca para derruir o derribar a otros. Tengamos en cuenta que la verdad es un arma muy poderosa, que no debe carecer de empatía e inteligencia social.
Por otro lado, puede que cuando hagamos uso del sincericidio utilicemos la verdad sin tener en cuenta al otro, sin respetar su persona. Hay quien lo hace solo para desahogarse, expresando realidades objetivas que dañan en momentos que no son adecuados.
Entonces, para no herir, ¿hay que mentir? La explicación no es tan sencilla como decir la verdad o mentir; a veces, una verdad no va a servir para nada o va a empeorar la situación. Lo que mejor podemos hacer será comunicar aquello que queremos decir, pero con sensibilidad, encontrando el momento y el contexto adecuado o buscando la mejor forma de hacerlo.
“Lo verdadero es siempre sencillo, pero solemos llegar a ello por el camino más complicado”
-George Sand-
La mentira y el buen uso de la verdad
Un estudio publicado en la revista Nature Neuroscience demostró que cuando mentimos, la amígdala, el área que trabaja en nuestro cerebro cuando realizamos esta acción, va disminuyendo su activación a medida que decimos mentiras. Es decir, que se desensibiliza ante la repetición de tal acción.
- Con esto podemos concluir que, al mentir, hacemos que nuestro cerebro se relaje y se acostumbre a no decir la verdad.
- Sin embargo, nuestra función está no en mentir, sino en aprender a seleccionar y trasmitir la verdad.
- Nuestras relaciones sociales no van a resistir demasiado si no le ponemos ciertos filtros a lo que comunicamos, con independencia de que mensaje que trasmitimos se ampare en la realidad o no.
Como hemos señalado, el sincericidio no nos proporciona mejores habilidades, ni mejora nuestra autoestima ni nos ayuda a mejorar nuestras relaciones sociales.
Lo que sí nos ayuda es la sensibilidad; ciertas verdades hay que trasmitirlas con la delicadeza con la que se posa una pluma. Otras hay que guardarlas hasta que llegue el momento, otras no compartirlas nunca porque no son de mayor interés y con otras hay que hacer una comunicación gradual, de manera que la persona tenga tiempo para asimilarla.
Quienes saben expresar lo que sienten sin dañar son los verdaderos héroes, aquellos que se toman tiempo para medir sus palabras y hacer que con sus acciones o su lenguaje se mejore al entorno o a las personas que le rodean.
¿Es bueno decir siempre la verdad o es sincericidio?
La psicóloga Claudia Castro Campos realizó un estudio cognitivo sobre la mentira y afirmó que a lo largo del día decimos como mínimo una o dos mentiras. Algunas son grandes otras pequeñas, pero las utilizamos para transformar la realidad más a nuestro favor.
Conocemos el dicho de que los borrachos y los niños nunca mienten. Esto ocurre cuando nuestros sistemas cerebrales de censura e inhibición quedan relajados, al estar ebrios o cuando aún somos muy jóvenes. En los pequeños no funcionan del todo como en los adultos, están formándose, pero nuestra capacidad cerebral y la sociedad nos preparan para ocultar la verdad o maquillarla con la intención de controlar su impacto.
“Lo que debería prevalecer no es tanto ser 100% sincero, sino no decir nunca lo contrario de lo que pensamos”.
-Carmen Terrasa-
Quienes tienen buenas habilidades sociales son quienes saben ser sinceros, pero sin hacer daño. No se trata de mentir, sino de transmitir la información de forma adecuada.
No se trata tampoco de ser la persona más sincera del mundo sino el que mejor comunica la verdad. Lo mejor es mantenernos fieles a nosotros mismos sin olvidar el daño que podamos hacer a los demás. La verdad, trasmitida con inteligencia y motivada por la buena intención, siempre será productiva.
Perfil de las personas sincericidas
Lo más probable es que todos, en algún momento, nos hayamos comportando con entera sinceridad. Y es que es normal que adoptemos esta postura en situaciones determinadas, como cuando abordamos un tema sensible y nos cuesta contenernos. Sin embargo, lo ideal es que ésta forma de reaccionar sean excepciones y no el denominador común de nuestra forma de ser.
Si la sinceridad sin filtro de vuelve un patrón constante de nuestra personalidad, entonces estaremos haciendo daño a los demás y a nosotros mismos. Pues dejamos de relacionarnos de una forma sana y constructiva.
Por su parte, es pertinente destacar que ese apego a la verdad del sincericida suele esconder conflictos internos profundos. Por ejemplo, suelen ser personas que creen que no están siendo lo suficientemente valoradas por los demás, y por ello, utilizan la verdad desmedida para mantener el control de la situación y reafirmar su seguridad.
Son personas que están convencidas de que solo ellos son sinceros y que los demás no cuentan toda la verdad o mienten. Además, suelen tener:
- Baja inteligencia emocional: pues no sabe cómo conectar y empatizar con las emociones del resto; por ello dice todo lo que desea, sin pensar que puede herir o molestar a los demás.
- Dificultad en las habilidades sociales: son personas inseguras y con rigidez mental que no saben cómo desenvolverse correctamente en situaciones sociales. Pues, les resulta complicado valorar otros puntos de vista y tener en cuenta opiniones diferentes a la propia.
De manera que, saber decir la verdad con tacto, es sin duda un arte que no todos saben dominar. Ahora bien, si hacemos uso de la Inteligencia Emocional, encontraremos esa base desde la cual, vertebrar nuestro comportamiento y relaciones sociales. Trabajamos en ello a diario.
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- Wallace, Duncan (2014) Book of Psychological Truths. Brigham Distributing
- Goleman, Daniel (1996) Vital Lies, Simple Truths: The Psychology of Self-Deception. Simon & Schuster