Spotlight: el valor del periodismo

Spotlight es un apelícula que nos recuerda al cine de verdad. Lo importante la historia, y son los actoles quienes, serviles a ella, terminan brillando y dando vida a una película que además de haber merecido dos Óscar, merece sobre todo la pena.
Spotlight: el valor del periodismo
Gema Sánchez Cuevas

Revisado y aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas.

Última actualización: 07 octubre, 2022

Aquí hay una historia y todo el mundo va a enterarse. Las alfombras que llevan mucho tiempo sin levantar se convierten en grandes almacenes de polvo, de los que salen camiones cuando las pisamos. Spotlight es un película fabulosa, porque en su forma de narrar mantiene su compromiso con el cine, pero también con la profesión que representa, el periodismo, y con los hechos a los que da vida en la gran pantalla.

La alfombra que sacude la redacción del Boston Globe es de las que, con sus colores brillantes, parecen inmaculadas. Hablamos de la Iglesia como institución. Una Iglesia con una influencia enorme en la comunidad (Massachussets, Boston, 2002) en la que se desarrollan los hechos. Es un elemento vertebrador de la comunidad, con un papel tan trascendente en lo social que muchos piensan que es mejor mirar para otro lado, cuando bajo su paraguas se cometen delitos, incluidos los abusos sexuales a niños.

“Una prensa libre mantiene controladas a las instituciones poderosas”.

-Spotlight-

Reconocida por la crítica

Es complicado destacar lo mejor de Spotlight, una película que funciona tan bien como conjunto. Los actores están a la altura, el guión es limpio, los planos bien cortados y las escenas se suceden con fluidez, sin que existan en medio historias secundarias que nublen el hilo central. La película es sincera con el espectador desde el primer momento y lleva este compromiso hasta el final.

Spotlight recibió el Óscar a la mejor película en el 2015, por delante de cintas tan sólidas como El Renacido o el Puente de los espías o la impactante La Habitación. También fue reconocida por su guión, por delante de obras tan originales como Del revés (Inside Out). Premios que no lo dicen todo, pero que sí aventuran que estamos ante una película que merece una oportunidad.

“Si eres un niño pobre, de una familia pobre, y un cura te presta atención, te sientes muy especial. ¿Cómo le dices que no a Dios?”.

-Spotlight-

El punto de partida

Las fichas caen sobre la mesa. Un equipo de investigación que trabaja con libertad dentro de la estructura del prestigioso The Boston Globe. Lo componen un director (Michael Keaton) liderando a Mark Ruffalo, Rachel McAdams y Brian d’Arcy James. También entran en juego un asistente de editor (John Slattery haciendo de Ben Bradlee Jr.) y un nuevo editor (Liev Schreiber interpretando a Marty Baron).

Será precisamente el recién llegado, Baron, quien dirija la atención del equipo sobre los abusos sexuales que se están dando en la Iglesia con el conocimiento de religiosos que ocupan puestos elevados en la jerarquía. A partir de aquí, las cámaras se giran hacia aquellas personas que pudieron hacer algo y no lo hicieron, que guardaron silencio o contribuyeron a que no se rompiera.

Desde la psicología llama la atención un detalle. La película es un ejemplo de cómo, en muchas ocasiones, es un elemento externo el que prende la mecha que lo cambia todo. Por ejemplo, en las situaciones de abuso, este elemento suele ser una experiencia cercana. En el caso de la película, el cambio llega con el nuevo editor: una persona que ha crecido lejos de los puestos de control que la Iglesia tiene en esa comunidad.

Periodistas

Spotlight, una película que cambió el curso de la historia

“A diferencia de lo que ocurre en España, en Estados Unidos, desde el caso Spotlight, los obispos sí recopilan y publican los datos. De hecho, el informe Pensilvania contó con la colaboración de las seis diócesis implicadas”.

-eldiario.es-

Si buscamos una cifra, nos encontraremos con que en todo el mundo son casi 100.000 las víctimas de pederastia clerical que han sido reconocidas como tal. Eso sin tener en cuenta todos los casos en los que existe una duda razonable o que ni siquiera han salido a la luz. Los más duro de esto es quizá el silencio, la complicidad y la permisividad que ha existido en muchos casos: el miedo de la propia Iglesia a rendir cuenta de sus propios pecados, a reconocerse como humana cuando la mayor parte de la sociedad ya la reconoce como tal.

Hemos avanzado mucho, hemos roto quizás la capa más gruesa, pero todavía quedan muchos casos por destapar. Y no por revanchismo ni por falta de fe; solo para que no se vuelvan a repetir, para que las víctimas se sientan respaldas y apoyadas respecto a un agresor, para que ninguna institución piense que puede ganar más tapando o encubriendo que denunciando y favoreciendo la aplicación de la ley.


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