La transexualidad no es un problema, el odio a la diferencia sí
La transexualidad no es un problema. No lo sería si no existieran personas empeñadas en adoctrinarnos, mentes obcecadas en imponernos cómo debemos amar, sentir y construir incluso nuestra propia identidad de género, cómo si esta, pudiera elegirse. El auténtico problema es, sencillamente, el odio por la diferencia.
De algún modo, y casi desde que desarrollamos el concepto de sociedad o incluso el discutido concepto de “civilización”, el ser humano se ha empeñado siempre en establecer un férreo “nosotros” frente a un “los otros”, como bien diría el recientemente fallecido Tzvetan Todorov. La aceptación de la diversidad humana, de la libertad cultural, religiosa o sexual, es una asignatura pendiente que muchos se niegan a reconocer, como si la existencia de otras opciones fueran un ataque a su opción.
“Nada es más intenso que la terrorífica sensación de que nos arranquen nuestra propia identidad”-
-Alejandra Pizarnik”
Un ejemplo de ello lo hemos vivido a lo largo de esta semana con la autocaravana creada por el grupo ultracatólico “HazteOír”, que ha partido desde Madrid con un fin muy concreto: adoctrinar a la sociedad sobre la identidad de género a través del siguiente eslogan “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vagina. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer seguirás siéndolo”.
Este lema puramente tránsfobo, rancio y discriminatorio ha tenido un gran eco en los medios nacionales e internacionales ante el cual casi nadie ha quedado indiferente.
El sexo sentido y el sexo asignado
Empezaremos nuestro artículo hablándote de Trinity Xavier Skeye. Vive en Delaware, Estados Unidos y a día de hoy es una niña de 12 años feliz y preciosa. Ahora bien, lo que no todo el mundo sabe cuando observa a esta chica, de ojos grandes y cabello multicolor, es que a los 4 años quiso suicidarse.
“Debes ser capaz de amar de tal manera al otro que éste se sienta libre”
-Thich Nhat Hanh Spain-
Trinity nació con pene y, como marca la sociedad, fue criado, vestido y orientado según su sexo. El sexo asignado. Sin embargo, con 3 años le dijo a su madre que había algo “que estaba mal, muy mal”: ella era una niña, no un niño. Su familia no quiso dar excesiva importancia a aquellas ideas, al fin y al cabo… ¿Cómo hacerlo, si era solo un crío de 3 años?
Ahora bien, cuando aquel crío de solo tres años cumplió cuatro, cayó en un mutismo absoluto y empezó a masticar su ropa de niño, esa que los demás se empeñaban en que debía llevar sí o sí. Más tarde, Trinity intentó cortarse el pene. El “sí o sí” de sus padres era un “NO” a la vida para ella, era un “NO” firme y rotundo a seguir existiendo en un cuerpo, que más que un envoltorio físico, era una cárcel.
Cuando los terapeutas infantiles recibieron a Trinity supieron claramente que el problema no estaba en la pequeña. Lo primero que hicieron fue decirle a la niña que “no había nada malo en ella”. El error estaba en los padres. Así que fueron rotundos y muy claros. Les preguntaron lo siguiente: ¿Qué prefieren ustedes, una niña feliz o un niño muerto?
A día de hoy, Trinity es la primera menor en Delaware cuyo tratamiento médico está subvencionado. Su madre, DeShanna Neal, es una defensora a ultranza de su hija, alguien a quien lamenta no haber apoyado cuando les pidió ayuda la primera vez. También ha entendido que los niños no deben ser tratados por el sexo asignado biológicamente, sino por el sexo sentido.
La transexualidad y la intersexualidad
Las personas que no encajan en la asignación tradicional del sexo reclaman mayor visibilidad, alejada de los clásicos tópicos ofensivos e informaciones caducas. Un ejemplo de ello lo tenemos en los niños intersexuales. Ser intersexual, y esto hay que dejarlo claro, no es ser hermafrodita. Se produce cuando hay una discrepancia entre el sexo genético, el de la gónada, y el de los genitales; un factor que caracteriza, según la OMS, al 1 por cien de la población.
Un ejemplo de ello lo tenemos en Jonathan. Tiene 8 años y desde que tenía 2 años y medio, supo con claridad que era un niño y una niña a la vez. También su familia tuvo que dar el paso psicológico y social hacia esa realidad en la que se pone en juego algo incuestionable: la felicidad del propio hijo. Porque quien ama, quien respeta y tiene como principal prioridad el bienestar de un niño, apoya, acepta y ayuda.
En la actualidad, Jonathan suele pasar sus vacaciones en el “Campamento Día Arcoíris” de la Bahía de San Francisco, en California. Aquí, los niños pueden expresar libremente su identidad de género, y aquí, nuestro protagonista disfruta disfrazándose siempre de un animal muy concreto: el unicornio.
Es momento de redefinir el concepto de género
En nuestra sociedad no hay una “Inquisición Gay” como afirma el grupo “HazteOír”. Tampoco existen comunidades, colegios o familias que busquen, por capricho, confundir a los niños orientándolos hacia una identidad de género en concreto, como defienden también en esta caravana de la polémica y el agravio. Nada de esto es cierto por una razón muy sencilla: la identidad de género no se elige.
Ningún niño se despierta un día y decide ser niña igual que decide que ese día se pondrá un abrigo u otro, ni ninguna niña elige a capricho ser niño solo porque quiere cambiar de estilo de ropa. Porque el género no es un color, ni un sabor o un par de zapatos que uno se calza y se descalza según tenga el ánimo.
“La violencia, ya sea física o a través de la palabra, es el recurso del incompetente”
-Isaac Asimov-
A día de hoy, la mayoría sabemos que los términos «masculino» y «femenino» no se conjugan con adecuada nitidez o acierto. El sexo es una amalgama construida por cromosomas (X e Y), por la anatomía (genitales externos y órganos sexuales internos) por las hormonas y, ante todo, por esa psicología donde los niños sienten desde bien pequeños, cuál es su identidad de género.
Ello explica por qué en la actualidad han aumentado el número de familias que demandan a los centros educativos que sus hijos sean tratados por su “sexo sentido” y no por el “sexo asignado”. Los niños, sea cual sea su identidad, necesitan ser aceptados.
Si continuamos invocando al rechazo, a la diferencia, al “si naces hombre, eres hombre, si eres mujer seguirás siéndolo”, estaremos alimentando el odio o provocando que se repitan hechos traumáticos e imperdonables como el sucedido con Leelah Alcorn, una joven trans que se suicidó hace unos meses arrojándose al paso de un tráiler en Ohio, por no ser aceptada por sus padres.
Tomemos partido. Entendamos que el mundo no se reparte en rosa y azul, y que tal vez, sea ya el momento de redefinir el concepto de género. Tanto si lo queremos como si no, términos como transgénero, cisgénero, género no binario, queergénero o agénero dan forma a una realidad social imparable a la que debemos reconocer para brindarles apoyo, reconocimiento y normalización.
De nosotros depende crear un mundo más justo.