Una caricia tuya y mi alma se reinicia

Una caricia tuya y mi alma se reinicia
Sergio De Dios González

Revisado y aprobado por el psicólogo Sergio De Dios González.

Escrito por Valeria Sabater

Última actualización: 13 enero, 2020

Una caricia de la persona amada tiene el poder de reiniciar nuestra alma. Es como el rumor tibio de un océano ondeando en plácidas sensaciones por nuestra cuerpo, apagando miedos, surcando los recovecos de las incertezas para fusionar fronteras entre lo mío y lo tuyo. Porque hay caricias que curan y manos sabias que acarician la piel para llegar al alma.

El arte de acariciar requiere, por encima de todo, que seamos buenos artesanos del mundo emocional. Porque, lo creamos o no, esta música de los sentidos y los placeres tiene su batuta en el cerebro. Es él quien nos señala qué persona tiene derecho a acariciarnos y él quien procesa qué tipo de caricias son las que nos aportan mayor bienestar.

Las caricias, los abrazos y las miradas de los seres que amamos son tan necesarias en nuestra vida como lo son las raíces para un árbol. Sin ellas, nos iríamos marchitando poco a poco.

Algo curioso que deberíamos tener en cuenta es que en nuestro ADN aparece codificada ya esa necesidad de un contacto físico para sobrevivir como especie. Un recién nacido, por ejemplo, no puede madurar de forma saludable si no es acariciado, abrazado, mecido. También nosotros, al llegar a la edad adulta, necesitamos estos gestos cargados de afecto para fortalecer el lazo con nuestros seres amados.

Acariciar no es solo un arte destinado al placer físico. Acariciar es un acto de reafirmación y pertenencia, un lazo que se establece desde los sentidos para dar seguridad a nuestro cerebro. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

La caricia diaria que reclama tu cerebro

pareja abrazada ofreciéndose una caricia

En un interesante y completo artículo publicado en la revista “Psychology Today”, se definía el amor de una forma muy acertada: el amor es la búsqueda de una conexión segura y enriquecedora con otro ser. A través de este vínculo, las personas quedan unidas emocionalmente para nutrirse, calmar miedos y protegerse la una a la otra.

Todos, desde que nacemos, tenemos esa necesidad de construir relaciones seguras, ahí donde las muestras de afecto son la expresión inequívoca de dichos sentimientos. Es aquí donde una caricia se erige siempre como un tipo de lenguaje con un poder capaz de trascender las palabras para traspasar la piel y los sentidos. Así se fortalece el vínculo y el cerebro nos gratifica con una buena dosis de endorfinas.

Ahora bien… ¿Qué es lo que ocurre en este contexto neuronal cuando hay carencia de caricias o ausencia de contacto físico de la persona amada? Lo podemos resumir en dos ideas muy claras:

  • Cuando no hay expresividad emocional, cuando un miembro de la pareja no recibe muestras de afecto, caricias o abrazos, se produce una “desconexión” y el cerebro entra en pánico.
  • Esta falta de apego expresado en el contacto físico y en las palabras emocionales, genera soledad y, a su vez, una compleja situación de estrés que la mente entiende en un primer momento como una amenaza. La falta de caricias es una falta de reafirmación del amor. Es un vacío profundo en el alma que el cerebro traduce en forma de estrés.

El arte de saber acariciar

Caricia de varias manos en el agua

Ahora ya sabemos que el centinela que guía y alumbra el placer de una caricia y quien las reclama como un alimento diario, es el cerebro. No basta pues con “tocar”,  es necesario saber seducir y reafirmar el vínculo, porque el contacto físico que genera bienestar, placer y seguridad debe ser ofrecido por alguien significativo que a su vez, sea un buen artesano del mundo emocional.

A veces, cuando acariciamos una piel, buscamos también acariciar el deseo que nos despierta nuestro propio deseo en la otra persona.

La piel es un campo minado por cinco millones de terminaciones nerviosas, y eso es algo fascinante, porque nos abre todo un mapa que descubrir, que atender y que activar. Por ello, estamos seguros de que te gustará descubrir cuáles son esos mecanismos capaces de generar las caricias más placenteras, esas que reinician nuestra alma.

 

El fascinante mapa de nuestra piel se conecta con nuestras emociones

Mujer con flores sintiendo caricias

El cerebro reacciona de un modo asombroso al tacto. Es algo tan puro, instintivo y casi mágico que nos hace comprender desde bien niños que un rostro que llora puede calmarse con abrazos. Que las preocupaciones se alivian con caricias y que una palmada en el hombro o la espalda nos confiere cercanía y aliento.

Según un artículo publicado en “The Journal of Neuroscience”  una caricia es como una partitura para nuestro cerebro, y dependiendo de quién nos la ofrezca y en qué contexto, detonará una emoción u otra.

  • Las caricias más placenteras a nivel de pareja son las que se ofrecen a 1,3 y 10 centímetros por segundo. Una cadencia sutil y perfecta que activa los llamados “mecanorreceptores”, los cuales, envían al cerebro un mensaje rotundo: el del placer.
  • El cerebro nos permite “conectar” con las personas a través del tacto. Una caricia es también un detector emocional del miedo, del deseo o de la tristeza. La razón de ello se debe a la ínsula, una región profunda del cerebro clave en el universo emocional.

Un tema sin duda fascinante que nos recuerda la importancia de practicar cada día esta ciencia para la que no se necesitan doctorados. La maestría en caricias es algo que siempre está al alcance de nuestras manos.


Este texto se ofrece únicamente con propósitos informativos y no reemplaza la consulta con un profesional. Ante dudas, consulta a tu especialista.