Vivarium: una pesadilla kafkiana
Buscar un hogar, un lugar definitivo en el que establecerse, no es tarea fácil; pero en el caso de Gemma (Imogen Poots) y Tom (Jesse Eisenberg), este objetivo se convertirá en una auténtica pesadilla kafkiana. Con esta premisa, la de una joven pareja buscando su hogar, arranca Vivarium, un filme de Lorcan Finnegan que nos sumerge en un laberinto que va de lo absurdo a lo asfixiante.
Pero Vivarium es mucho más que la simple odisea de encontrar un hogar. Vivarium es una sátira, una parodia de nuestra sociedad, de esas vidas prefabricadas y sonrisas enlatadas a las que nos invitan a aspirar los anuncios publicitarios. Al mismo tiempo, supone una observación, un análisis del homo sapiens en el que terminan por equipararnos a aquellos animales, insectos o incluso plantas que han sido puestos en un hábitat artificial para nuestro disfrute personal.
No faltarán tampoco las sorpresas, la tensión ni las carcajadas. El dúo protagonista funciona a la perfección y se enfrentará a una situación de lo más surrealista. Gemma y Tom acuden a una inmobiliaria con un extraño agente que les conducirá a ”su hogar para toda la vida”, una casa adosada en una urbanización a las afueras.
La joven pareja tratará de escapar de un universo artificial, un paraíso que recrea la máxima aspiración humana de forma vacía. Todo un laberinto deshumanizado de casas idénticas que parodia la vida en los barrios residenciales.
Vivarium: una carcajada amarga
Pese a estar pensada como película, lo cierto es que Vivarium es muy susceptible a caer en la serialización. Su formato, la narración e incluso la estética hacen que nos recuerde enormemente a la serie británica BlackMirrory podría pasar perfectamente por ser un episodio más de dicha ficción.
El uso del color, el mundo deshumanizado y el mensaje satírico y, al mismo tiempo cruel, nos invitan a pensar inevitablemente en la serie. De hecho, a más de uno le encantará en sus primeros minutos, le resultará tediosa hacia la mitad y, finalmente, le volverá a enganchar en el tramo final. Y es que, aunque sabemos que estamos viendo una película, no podemos evitar pensar que forma parte de una serie y, en este sentido, le sobraría algo de metraje.
Pero Vivarium va solventando los problemas que se le plantean y, cuando empieza a tambalearse, remonta y nos despierta de nuestro letargo con una broma incómoda o los ensordecedores gritos de un niño insoportable.
¿Qué es un vivarium? Pues, sencillamente, un hábitat artificial creado con el único fin de simular el espacio natural en el que se desenvolvería la especie recluida en él. Nosotros, como seres humanos, parece que crecemos con el mundo a nuestros pies, no hay especie por encima ni parásito que amenace con arrebatarnos nuestro nido.
Sin embargo, el filme establece una interesante parábola con los cucos, esas aves que invaden el nido de otras y dejan a sus pequeños al cuidado de una especie ”inferior”. ¿Qué ocurriría si, de repente, al ser humano le surgiese un rival, una especie similar capaz de invadir su espacio? Eso es, en parte, lo que nos plantea Vivarium, una mirada desde la distancia, desde la lupa y la observación, hacia nuestro egoísmo y nuestro modo de vida contemporáneo.
Así, se va dibujando una sátira, que por supuesto posee ingredientes de thriller, pero nos invita a pensar en nuestra propia sociedad. No se trata únicamente de una parodia de la periferia, de los barrios residenciales, sino del matrimonio, de la maternidad y, por encima de todo, de nuestra especie.
Nosotros como objeto de estudio
¿Qué ocurriría si una especie más evolucionada -o más parasitaria- nos observase? Tal y como venimos avanzando, Vivarium nos aparta de nuestro nido, pone ante nuestros ojos lo absurdo de nuestras vidas cotidianas para, finalmente, reírse e invitarnos a pensar el trato que damos a otras especies.
El filme no adopta una posición antiespecista, ni tampoco pretende ser una lección de moralidad, tan solo nos observa, nos analiza y nos muestra lo ridículos que podemos llegar a ser. La ciencia ficción se adueña de nuestro mundo, un mundo deshumanizado en el que convivimos con sonrisas enlatadas y una felicidad que compartimos en las redes sociales, pero dista mucho de la realidad.
Un gran peso del filme recae en sus actores que, aunque son pocos, encarnan con absoluta genialidad sus roles. Sin ir más lejos, Imogen Poots, la protagonista, se ha hecho con el galardón a mejor actriz en el Festival de Sitges. Y es que ni su interpretación ni la de sus escasos compañeros te dejarán indiferente en esta fábula tan arraigada a los cucos, la especie parasitaria en la que no podrás dejar de pensar durante su visionado.
Colores fríos y absolutamente artificiales decoran esta sátira de la vida moderna, convirtiéndola en un filme digno de análisis. Vivarium nos hará replantearnos nuestro paso por el mundo, el absolutismo de nuestra especie y lo estúpidas que resultan algunas de nuestras decisiones.
¿Y si viviéramos en una especie de maqueta, en un hábitat creado para nuestra especie? Así parecen ser los barrios residenciales. En clave fantástica y asfixiante, nos sumerge en un lugar agobiante del que parece no haber salida y que, sin embargo, resulta estremecedoramente común.
En definitiva, Vivarium es una de esas películas en las que es mejor no desvelar demasiado, sino dejarse llevar por la situación y dar rienda suelta a las posibles interpretaciones. Todo un análisis de nuestra especie -pero también de nuestra contemporaneidad- desde un punto de vista externo que no estará exento de comedia e, incluso, de terror. El suspense irá in crescendo para dar lugar a una especie de eterno retorno, a una carcajada amarga que burla nuestra existencia y nuestro paso por el mundo y que a más de uno le hará replantearse su existencia.