1000 d.C. el año del Apocalipsis
Muchas de las Cartas de Pablo o el Apocalipsis -supuestamente de Juan, en el Nuevo Testamento- transmiten la sensación de la cercana culminación de los tiempos. Tras la Ascensión de Cristo, una seguramente temprana venida daría comienzo al Juicio Final. Lo cierto es que los tiempos bíblicos de Dios no son los de los hombres, y desde luego a nuestros ojos el fin de todas las cosas no era tan inminente.
A lo largo de la Historia son muchos los que, apoyados en estos textos, han asegurado un cercano Apocalipsis, pero quizás ninguno con tanto predicamento como los que lo anunciaron en torno al año Mil. Tal vez su popularidad se debió a la superstición del número redondo, tal vez a la percepción de un aumento de los males y peligros, tal vez al cambio político y religioso, seguramente por todas estas cosas a la vez.
La Cristiandad, asolada por sus enemigos
Una de las pruebas del fin del mundo sería el exterminio y persecución de la grey de Dios. Muchos serían los encargados de esto a finales del siglo X. De entre todos los pueblos paganos que aún asolaban a la Cristiandad, los que más podían evocar al Apocalipsis eran, sin duda, los invencibles jinetes magiares, en Hungría. Tampoco eran menos terroríficos los sanguinarios vikingos que asolaban Inglaterra, ignorando la Paz de Dios.
¿Apocalipsis mahometano?
Si bien algunas áreas de Europa eran vulnerables a estos dos pueblos paganos, existía un mal omnipresente que suponía la mayor amenaza a la Iglesia. Musulmán fue el califa Fatimí egipcio que ordenó destruir cientos de templos coptos en sus dominios, antaño fértiles para Cristo. Musulmanes eran los beduinos que saquearon iglesias en Palestina y atacaron a peregrinos que se dirigían a Jerusalén. Tierra Santa dominada por los enemigos de la cruz, difícil encontrar mejor prueba del próximo Apocalipsis.
Sobre todo lo demás, musulmanes eran los reinos del sur de Hispania que se alzaban victoriosos frente a los reyes cristianos. Un nombre propio, Almanzor, resonó en el califato Omeya. En el 985 Almanzor derrotó a los sucesores de Carlomagno en Barcelona. En el 997 saqueó Santiago de Compostela, ni la protección del Apóstol evitó la tragedia. Muchas más razzias se sucedieron por parte de “El Victorioso”, ¿qué no asaltaría en el año Mil?
“En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los Ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo mi Padre”.
-Mateo 24,36-
Los propagandistas del Apocalipsis
Muchos se hicieron eco de estas sospechas, uniendo las guerras a las hambrunas o epidemias. El texto más famoso sería el Libellus de Adso de Montier-en-Der, que advirtió la decadencia carolingia y el consecuente Fin de los Tiempos.
Otros oportunistas, como el conde de Sens, decidieron responsabilizar de las malas cosechas al Apocalipsis cercano, evitando así cualquier revuelta. Los profetas no tardaron en advertir al pueblo.
Entre todas las propuestas, la más popular fue el Milenarismo. Este planteaba que lo que sobrevendría no era el Fin, sino una Venida de Cristo para gobernar el orbe durante mil años. Condenado como herejía, se convirtió en una válvula de ciertas frustraciones populares. Sin duda, un monarca como el Maestro supondría una renovación profunda espiritual y social que caminase hacia una mayor igualdad.
De todos los cambios que los habitantes de finales del primer milenio anticiparon, al menos uno sí se produjo. Es en estos tiempos cuando se desarrolla la conocida como revolución feudal.
Hugo Capeto, conde de París que toma el trono de Francia, es un ejemplo paradigmático. Por toda la Cristiandad se sucedieron los señores feudales que acumularon atribuciones reales e independencia política de facto.
La Iglesia, no dispuesta a entregar su poder al sistema de valores nobiliarios, organizó las asambleas de paz y tregua de Dios, claves en Cataluña. La Plena Edad Media daba comienzo.
Y la vida siguió
Los temibles escandinavos se convirtieron al cristianismo romano precisamente en el año Mil. No hacía mucho que el padre de Esteban I de Hungría había unido su pueblo con Roma. Tan solo dos años más tarde, Almanzor abandona este mundo, dejando como legado un califato en crisis que avanza, inexorablemente, a su atomización y progresiva conquista norteña.
La errónea interpretación masiva, tanto por cultivados como por legos de los hechos históricos, no debe sorprendernos. Aún hoy día caemos en su mismo error metódico: interpretar la concatenación de hechos históricos como una sucesión progresiva hacia un punto. La Historia no presenta una evolución gradual unívoca hacia el bien o el mal, hacia el final o el progreso, hacia la libertad o la tiranía, hacia la igualdad o cualquier otro valor.
*Como legado quedan las asombrosas obras pictóricas y literarias apocalípticas iniciadas por el Beato de Liébana.
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- Duby, Georges (2000) El año Mil. Una interpretación diferente del milenarismo, Gedisa.
- Focillon, Henry (1998) El año Mil, Alianza.