Breve historia de la neurociencia
En el siglo V a.C., Alcmeón de Crotona, tras hallar los nervios ópticos en sus disecciones, empezó a pensar que el cerebro era el lugar donde residían pensamientos y sensaciones. Frente a este pensamiento avanzado, por ejemplo, Aristóteles defendía que los procesos intelectuales tenían lugar en el corazón. Así, para él el cerebro era el encargado de enfriar la sangre que este órgano sobrecalentaba.
Más tarde se desarrolló la teoría hipocrática o humoral; siguiendo su desarrollo, el cuerpo funcionaba bajo el equilibrio de cuatro líquidos. Según esta línea de pensamiento, un desequilibrio en las proporciones de estos líquidos conllevaría el desarrollo de una enfermedad o una alteración de la personalidad. Así Galeno, analizando las durezas del cerebelo y el cerebro, defendió que el último era el que procesaba las sensaciones y se ocupaba de la memoria.
Dentro de este debate, René Descartes, entre los años 1630 y 1650, difunde la teoría mecanicista. Además, establece la dualidad cuerpo-alma, por la cual el cerebro sería el gobernante de la conducta. Es además, señaló a la glándula pineal como la carretera que comunicaría las dos dimensiones. Así fue como se consagró como padre de ese debate mente-cerebro que aún hoy sigue inquietando a muchos neurocientíficos.
Siglo XIX
Localizacionismo
En el 1808, Gall hace una publicación sobre frenología. Es decir, todos los procesos mentales se dan en el cerebro y tienen un área específica para cada uno. Este localizacionismo hizo que la investigación sobre lo mental se centrara todavía más en este órgano. Entre sus resultados, Brodmann describió cincuenta y dos áreas cerebrales, con sus consiguientes procesos mentales asociados.
Además, se creía que el desarrollo de determinadas capacidades se correspondía a un aumento del volumen de la zona cerebral asociada. Así, empezó una visión del cerebro dinámica, entendiendo que el órgano adaptaba su configuración física a las demandas del entorno, reservando un mayor espacio para aquellas destrezas más necesarias.
De esta manera, se creyó que se podían reconocer habilidades intelectuales y morales mediante la forma y tamaño de las cabezas (no contaban con las técnicas de neuroimagen que tenemos ahora).
Conectivismo
Más tarde, en 1861 Broca presenta ante la Sociedad Antropológica de París el caso de un paciente que perdió el habla, pero no la capacidad de comprensión, tras una lesión en un área que ahora lleva su nombre. Esto provocó un gran entusiasmo cerebral, ya que era la primera prueba de la relación entre cerebro y lenguaje.
Complementariamente, en 1874, Wernicke describió a sus pacientes que podían hablar, pero no comprender. Esto supuso una nueva perspectiva en el estudio del cerebro, el conectivismo. Esta corriente propone que solo las funciones más básicas se limitan a determinadas zonas cerebrales, mientras que funciones complejas son el resultado de la interacción de varias zonas localizadas.
Curiosamente, en 1885 se realizan las primeras publicaciones sobre memoria de la mano de Ebbinghaus, donde describe métodos de evaluación usados aún hoy día. Poco después, en 1891, se acuña el término neurona, gracias a su descubrimiento realizado por Cajal.
Historia de la neurociencia en el siglo XX
A principios del siglo XX, las dos Guerras Mundiales marcaron del desarrollo de la historia de la neurociencia. La I Guerra Mundial dejó muchos muertos, pero también muchos heridos.
Las personas con secuelas neurológicas fueron miles, y por lo tanto aumento de manera exponencial la necesidad de llevar a cabo rehabilitaciones neurológicas. Esto supuso un nuevo impulso para la investigación en este área. En la II Guerra, esa disciplina se consolida y se establecen importantes intervenciones neuropsicológicas de la mano de referentes como Luria.
Unos 20 años después del fin de la II Guerra Mundial, en 1962, se lanza el Neuroscience Research Program. Consiste en una organización que pone en contacto a universidades de todo el mundo. Su objetivo era conectar a académicos de ciencias comportamentales y neurológicas: biología, sistema nervioso y psicología.
Fue impulsada por el Massachusetts Institute of Technology (MIT). En él se realizaban reuniones semanales, conferencias y debates que alumbraron programas educativos específicos y adaptados.
La neurociencia es, por mucho, la rama más excitante de la ciencia, porque el cerebro es el objeto más fascinante del universo. Cada cerebro humano es diferente, el cerebro hace a cada ser humano único y define quién es”.
–Stanley B. Prusiner (Premio Nobel de Medicina, 1997)–
A raíz de ello, surge en Washington (1969) la Sociedad de Neurociencia, la sociedad de neurociencia más grande del mundo. Actualmente sigue siendo un referente mundial, al igual que su encuentro anual.
Gracias al impulso de estos años anteriores y la unión de disciplinas que se estaba logrando, en 1990 el Consejo Asesor del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cardiovasculares, publican un documento llamado Década del Cerebro: respuestas a través de la investigación científica. En él se recogieron catorce categorías de trastornos neurológicos poco investigados hasta entonces, augurando un gran avance en la investigación neurocientífica.
Siglo XXI
Entre todos los avances técnicos y de conocimiento, el boom por la neurociencia ya es un hecho. En 2002 se lanza el proyecto Blue Brain con la idea de crear una simulación del cerebro mamífero a nivel molecular para estudiar su estructura. A este proyecto tan emocionante se van uniendo países de todo el mundo.
Entonces, en 2013, Barack Obama anuncia la puesta en marcha de un gran proyecto científico: BRAIN. Este proyecto está a nivel del GENOMA, y tiene como objetivo desarrollar un mapa detallado y dinámico del cerebro humano. Inicialmente, se invirtieron en él 100 mil millones de dólares. Por supuesto, es el nuevo gran reto americano, siendo además la herramienta con la que pretenden liderar la investigación sobre el cerebro.
Sin embargo, Europa lleva una ligera ventana en ese sentido, implementado de forma paralela el proyecto HUMAN BRAIN. La inversión es de más de 1000 millones de euros; el objetivo es que en unos 10 años hayamos dado un salto cualitativo respecto a lo que hoy conocemos del cerebro. Así, parece que todavía nos queda por conocer lo más interesante de la historia de la neurociencia.