Buscar el placer nos convierte en adictos al sufrimiento
Buscar el placer nos convierte en adictos al sufrimiento. Casi sin saberlo, nos hemos vuelto cautivos del goce efímero, del apego con fecha de caducidad, ese que nos impulsa a buscar a la desesperada nuevos estímulos, nuevas formas de alimentar el ego, la necesidad y hasta el vacío. Buena parte de la sociedad resbala en la confusión del placer con la felicidad.
Existe un libro que nos sirve de perfecta metáfora sobre esto mismo, se titula: Todo el dolor que el dinero me permitió comprar. En sus páginas descubrimos la vida de Christina Onassis, la hija del famoso magnate Aristóteles Onassis. Cuando murió este último, su joven hija heredó una inmensa fortuna que gastó en exclusiva en aliviar su infelicidad.
Gastó grandes cantidades de dinero en placeres de lo más extravagantes, pero ninguna de aquellas cosas curaba la herida de la soledad y el abatimiento. Falleció a los 37 años tras unas sobredosis de somníferos. Su caso es un ejemplo más de cómo, en ocasiones, el ser humano se aferra a la necesidad del deleite constante como mecanismo de escape y también como parche para las emociones que superan su capacidad de gestión.
Buscar el placer nos convierte en adictos al sufrimiento
Decía Buda en las Cuatro nobles verdades que una de las razones del sufrimiento humano es su necesidad constante de aferrarse al placer. Así, un modo liberarnos de ese ciclo de malestar era, según él, “purgarnos” de nuestra necesidad de apego a ese vasto universo de los goces fugaces, de los deleites sin sentido. Esta idea es poco más que una profecía cumplida de lo que experimentamos a día de hoy.
También Aldous Huxley lo anticipó con su particular clásico, Un mundo feliz, escrito en 1932. En él, nos presentó un sociedad distópica orientada solo a la búsqueda del placer sin fin. Algo que nos podría parecer idílico, encierra la realidad de un escenario muy cercano al actual, uno en el que la infelicidad se ha vuelto crónica y la intentamos aliviar con los más variados psicofármacos.
Cuando la dopamina del placer inhibe la serotonina del bienestar
Robert Lustig es neuroendocrinólogo y profesor en la Universidad de California en San Francisco. A día de hoy, es considerado uno de los máximos expertos en la comprensión de los circuitos de la dopamina y la serotonina. Bien, sabemos que dentro de poco publicará un trabajo titulado Metabolical que quizás cambie muchas de las ideas actuales que tenemos sobre los neurotransmisores.
Algo que nos señala el doctor Lustig es que buscar el placer nos convierte en adictos al sufrimiento. Lo analizamos a continuación:
- Orientar la conducta al placer momentáneo nos convierte en adictos. La persona que, por ejemplo, basa su día a día en obtener ese like en redes sociales, en obtener un match en esa aplicación y tener una relación de una noche o unos días evidencia unos procesos neuroquímicos muy concretos.
- Su búsqueda de recompensas (refuerzos positivos) activa el mecanismo de la dopamina, esa molécula excitante, relacionada también con las conductas adictivas.
- Un cerebro que basa su existencia en lograr esa dosis cotidiana de dopamina (como por ejemplo, el de la comida basura) acaba sufriendo un descenso en la serotonina.
- Este último neurotransmisor (relajante y más duradero) es el que nos proporciona un bienestar real.
En esencia, nada revierte tanto en el sufrimiento humano como la búsqueda de placer, porque con esa conducta inhibimos en realidad la producción de la molécula de la felicidad: la serotonina.
Placer y dolor comparten unas mismas vías en el cerebro
Nos gusta sentir, pero nos obsesionamos por los banquetes sensoriales, esos en los que devorar la vida a bocados, aunque acabemos intoxicados. Lo queremos todo y lo queremos ya, somos criaturas impacientes capaces de hacer largas colas solo para obtener el último modelo de móvil.
Somos también esas personas intolerantes a la frustración y a las emociones negativas porque lo que nos va, por término medio, es el hedonismo, el estar bien sin mirar a quien. ¿A dónde nos lleva esto? Al abismo del sufrimiento inútil. Porque la vida no es fácil, a menudo nos decepciona, nos frustra y hasta nos enfada.
Ante esto nos escapamos, buscamos el placer de esa pizza y esas patatas fritas. De los likes en ese selfie que acabamos de subir. En esas compras compulsivas con las que adquirir cosas que, en realidad, descubrimos después que no necesitamos. Lo hacemos sin saber que placer y dolor comparten unos mismos sustratos neuronales.
En un estudio realizado en la Universidad de Oslo nos demuestran que las vías anatómicas del placer y el dolor son los mismas. El cerebro las modula en función de cada situación. Esto explica esa cercanía entre una esfera y otra.
Invierte en bienestar, no tanto en placer
El exceso de dopamina, orquestada por la búsqueda obsesiva de refuerzos positivos y placer cierra los receptores de la serotonina. Debemos tomar conciencia de que es necesario hacer un cambio. Obviamente, como seres humanos no podemos renunciar al goce, a buscar ese placer que de vez en cuando complace y sienta bien.
Sin embargo, esas experiencias suman cuando no son una constante. Orientar la existencia al disfrute vacío y efímero nos convierte en adictos, como lo es quien no puede dejar de recurrir a la comida basura, a los videojuegos o a la pornografía en línea. Es necesario cambiar el enfoque e invertir en bienestar.
En este sentido, ganamos cuando realizamos comportamientos que liberan más serotonina que dopamina. Esto requiere de actitudes más meditadas, comportamientos más hábiles con los que invertir en una buena gestión emocional, aprender a tolerar el estrés y los impulsos.
Convertirnos en una sociedad más feliz y menos adicta al placer exige sabiduría, paciencia y una mente más reflexiva.
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- Leknes, S., Tracey, I. A common neurobiology for pain and pleasure. Nat Rev Neurosci 9, 314–320 (2008). https://doi.org/10.1038/nrn2333
- Lustig, Robert H (2017) The Hacking of the American Mind: The Science Behind the Corporate Takeover of Our Bodies and Brains. Penguin