Carta al dolor emocional
Eres ese tipo de dolor al que no me quiero enfrentar. Eres la herida emocional que se creó de las dificultades y que se alimentó del maltrato. Eres el desengaño, la traición, la injusticia, la humillación, el abandono y la injusticia.
Trato de escapar de ti y procuro no mirarte porque lo único que me alivia es el espejismo de la normalidad. Me tapo los ojos porque no quiero vivir dolida, pero ya me canso de decir pensar que todo está bien.
Sonrío cuando no me apetece e intento caerle bien a la vida, pero fingir ya me resulta bastante agotador y desesperante. No hay nada más doloroso que intentar aparentar estar bien cuando algo nos está lastimando por dentro.
Cuando esto sucede, acabamos metiéndonos en una espiral que nos absorbe y que nos aprieta el alma. Por esta razón, he decidido cerrar la herida que permanece en mí. En más de una ocasión he podido sentir que me desgarraba el alma y asesinaba mi esperanza.
Este sufrimiento es obra de un criminal. Un criminal que me partió el corazón, que bailó sobre mis penurias, que se aprovechó de mi inocencia y que alimentó mis desvelos con crueldad. Un ladrón de ganas que tras el hurto se deshizo de mis fuerzas.
“Cuando mantienes tu resentimiento estás amarrado a esa persona o a esa situación por un vínculo emocional que es más fuerte que el acero. Perdonar es la única forma de disolver ese vínculo y lograr la libertad”
-Catherine Ponder-
Cogí tanto miedo a volar con mis alas rotas que dejé de intentar entender esa parte de mí que sollozaba. En otras palabras: hice de mi cuerpo la tumba de mi alma y empecé a hundirme sin oponer resistencia alguna.
Sin embargo, no hay nada como tocar fondo para poder coger impulso. Me di cuenta de que intentar huir de lo que me atormentaba estaba perpetuando y agravando mis problemas y, sobre todo, devastando mis emociones.
Comprendí que no podía engañarme y desatenderme, que si algo duele no se puede decir que todo va bien. De este modo me percaté de que sentir el dolor de la vida libremente era mi mejor escapatoria.
Juega a mi favor que el dolor es solo la primera etapa del sufrimiento y que todavía tenía tiempo de curarme antes de llegar al daño irremediable. Digamos que sentirnos así es una señal de alarma que nuestra mente usa para alertar que hay algo que está dificultando nuestro bienestar.
La comprensión que se alcanza a través del dolor emocional
Normalmente los golpes nos pillan por sorpresa y nos causan tanto pesar que procuramos evitarlo, haciéndonos expertos en evadirnos de lo doloroso de la vida. Por ejemplo, esto nos pasa cuando estamos al borde de una separación. Es evidente que el alejamiento es cada vez mayor pero, sin embargo, queremos creer que no pasa nada y que todo se va a arreglar.
Este tipo de comportamientos masoquistas hacen que desarrollemos una tolerancia excesiva al dolor. Pensamos que para no fracasar en “nuestra condición de persona/pareja/amigo/mujer/hombre/padre/madre, etc”, debemos sacrificarnos y, como consecuencia, sufrir.
O sea, acostumbrándonos al dolor justificamos esa tendencia a la entrega total y sin mesura a través de la que intentamos dar significado a nuestros comportamientos e, incluso, a nuestra vida.
Así, cuando estamos pasando por una etapa dolorosa, intentamos de manera inconsciente seguir adelante como si no pasara nada. Sin embargo, con esa actitud lo que conseguimos es enquistar el dolor y permitirle que eche raíces.
De esta manera, el dolor se hace más grande, alcanzando nuestros sentimientos y nuestras emociones más vitales. Es decir, que escapar del sufrimiento es imposible y que la única manera que tenemos de que desaparezca es permitiéndonos experimentarlo y vivirlo hasta que se agote…