A tu cerebro le gusta Jackson Pollock
Jackson Pollock, Vasili Kandinski, Joan Miró, Paul Klee… El arte abstracto no es del gusto de todos los paladares, pero son muchos los que saborean y se deleitan de esas obras, en apariencia, caóticas. Es cierto que dichos lienzos, dominados por trazos imprecisos, formas extrañas, manchas aquí y allá, perspectivas imposibles y colores arbitrarios, nos generan cierta confusión.
Ahora bien, como señala el director de cine, guionista y artista, David Lynch, “más allá de lo que vemos, está lo que nos hace sentir cada manifestación artística”. Y en este sentido, cada cual obtendrá algo diferente. De ahí la magia y la singularidad del arte como canal psicológico. Porque, aunque nos sorprenda, el cerebro está perfectamente equipado para disfrutar de este tipo de expresiones.
Es cierto que la mayoría encontramos mayor placer apreciando cuadros realistas con figuras claramente identificables. Ahí tenemos obras como las que nos ofreció Rembrandt o Johannes Vermeer. Sin embargo, con la llegada del impresionismo el ser humano se expuso a un nuevo fenómeno tan estimulante como decisivo artística y neurológicamente.
Tanto es así que en la actualidad disponemos de una nueva disciplina que busca comprender cómo procesa el cerebro el arte impresionista y abstracto: la neuroestética. Los datos que nos ofrece son fascinantes.
«El artista moderno trabaja con el espacio y el tiempo y expresa sus sentimientos en lugar de ilustrar».
-Jackson Pollock-
Aunque no lo creas, a tu cerebro le gusta Jackson Pollock
Jackson Pollock fue un artista del expresionismo abstracto que nos dejó cerca de 400 pinturas y 500 dibujos. Su forma de trabajar era un tanto singular: improvisaba y aplicaba la técnica del dripping o chorreado de pintura. Quien observe uno de sus lienzos lo primero que experimentará es incomprensión y sensación de desorden.
Lo que siente el cerebro cuando se expone al arte abstracto es frustración. Al fin y al cabo, nuestro circuito neuronal está programado para identificar patrones. Es cierto que prefiere el orden y todo aquello que puede procesar e identificar con facilidad. Sin embargo, si somos pacientes y dedicamos un poco más de tiempo a este tipo de obras, sucederá algo.
A tu cerebro le gusta Jackson Pollock más de lo que puedas pensar en un primer momento. Le agrada porque esas formas abstractas invitan a la reflexión, al esfuerzo cognitivo, al análisis y la imaginación. Asimismo, más allá de obtener una explicación sobre lo que estamos viendo, importan las emociones que nos suscita…
El arte abstracto nos libera de la realidad
La Universidad de Jerusalén realizó un interesante estudio en el 2014 sobre el arte abstracto. Algo que destacaban los investigadores es que esta modalidad artística tiene una virtud: liberar a la mente de la realidad cotidiana. Es un puente de lo más estimulante hacia nuestro universo interno, hacia nuestras emociones y sensaciones.
Como señalaba el propio Jackson Pollock, el acto de pintar era para él poder ilustrar sus propios sentimientos y dar movimiento a sus recuerdos. Por ello, el acto de situarnos delante de alguna obra de Kandinski, Tapies o Miró requiere hacer un pequeño esfuerzo emocional y cognitivo. Nos invita a escapar de lo que nos envuelve, de lo que es ordinario para permitirnos trascender a otros universos más estimulantes.
Neuroestética, el placer de encontrar orden en medio de lo impreciso
Semir Zeki es neurobiólogo en el University College London y ha desarrollado la disciplina de la neuroestética. Después de muchos años investigando cómo el cerebro procesa las manifestaciones artísticas, concluye con un hecho de lo más interesante.
El cerebro experimenta una gran estimulación cuando observa obras impresionistas y abstractas. Esas imágenes borrosas, imprecisas y desordenadas estimulan la amígdala, esa región íntimamente relacionada con nuestras emociones. Lo primero que sentimos es confusión, pero es una confusión desafiante, llena de curiosidad.
Si los artistas del siglo XX se focalizaron en dar mayor relevancia a las líneas, el color, la forma, la textura y la luz, era para crear una sensación en el cerebro. Es una invitación para trascender más allá de lo aparente y lo real, para trasladarnos a otros escenarios más íntimos, perceptivos, sensoriales y hasta oníricos…
El arte abstracto es bueno para tu cerebro
Puede que si te decimos que a tu cerebro le gusta Jackson Pollock, te cueste creerlo. ¿Cómo puede gustarle un lienzo dominado por manchas de pintura sin sentido aquí y allá? Es cierto, en un primer momento todos preferimos imágenes fáciles de reconocer. Sin embargo, basta con recordar lo que buscaban artistas como el propio Pollock, Franz Kline y Mark Rothko cuando pintaban.
El arte abstracto es una necesitada llave hacia el subconsciente, es la puerta hacia nuestras emociones y esa bisagra que favorece el desapego de la realidad. Todos necesitamos desafiar al cerebro, sacarlo de sus escenarios confortables para invitarlo a la reflexión, la autoconciencia y el pensamiento creativo.
Ver este tipo de cuadros estimula áreas de estratos superiores que favorecen tanto la imaginación, como el análisis y el razonamiento crítico. Al fin y al cabo, hay muchas dimensiones de nuestro mundo que no pueden representarse mediante figuras concretas. Pensemos, por ejemplo, en obras tan impactantes como el Guernica de Pablo Picasso. El horror de la guerra encontró en su arte otro modo de expresarse. Uno que no deja indiferente a nadie.
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